Aclárate la voz

Macbeth, Ur y yo (II)

Finales de 1994. Recién acabado mi primer año en Voicework en Londres con Paul Newham y un montón de experiencias en los bolsillos y la mente abierta con nuevas miradas sobre la voz. Comenzaba un periodo de formación en el cual tenía que volver a Londres cada dos meses para seguir haciendo cursos, sesiones individuales y supervisiones de las prácticas con alumnos individuales y grupos. Habíamos decidido así por cuestiones de idioma. Hablaba inglés, pero de ahí, a ponerse a trabajar con pacientes o compañías en inglés, distaba un mundo. Yo venía como un torbellino de entusiasmo. El primer frenazo, en la frente. Fue llegar y no encontrar eco. Como cuando llegas a un lugar esperando encontrar a alguien conocido en el salón y todo el mundo parece estar en otro lado, y quién queda, te mira con total indiferencia, en el mejor de los casos. No es que no trabajara pero encontré demasiadas reticencias. Algunos dirían que envidias, yo diría que actitudes pueblerinas mojigatas de quién no ha salido nunca de su txoko por mucho libro de teoría teatral que hubiese leído. Menos mal que, en la ciudad vecina, Donostia para los amigos, hubo dos personas que sí tuvieron mucha curiosidad por aquello que podía aportar: una, María Martínez, bailarina, hoy con su propia escuela en Bolonga y José Tomé, integrante de Ur.

La primera vez que conocí a José fue en un montaje con Adur Teatro. Él era nuestro entrenador vocal. Unos años después nos volvíamos a encontrar, en esta ocasión, en Ur Teatro y con los papeles invertidos. Os seré sincero, yo estaba decidido a entrar en arena aunque acojonado hasta la médula, disculpar el lenguaje. Pero así era. Me pasmaba mi coraje que cohabitaba con mis inseguridades, ¿qué podía enseñar yo a una compañía con un nivel de formación corporal y vocal como aquél? ¿Una compañía que, para más señas, había ganado diversos premios, entre ellos el Premio Nacional de teatro con un Shakespeare y que además, por si era poco, estaba preparando una segunda obra del inglés en cuestión en la que yo formaría parte del equipo técnico artístico? Recuerdo pararme en seco, mirarme al espejo y decirme, «Vamos a ver, Juan Carlos, tú trabajas con personas, y ellos, ante todo y sobre todo, son personas, o sea que al toro y olvídate del resto que ya irás encontrando respuestas. Confía». Atreverse y apostar todas las cartas a un movimiento es algo que he hecho en más de una ocasión sin tener datos, pero, sí, certezas. Unas veces me ha salido mejor y otras veces peor. Y esta apuesta salió magnifica.

Una vez por semana, recuerdo el día, los jueves, de ocho a diez de la mañana. Cuando llegaba los actores estaban ya cambiados y preparados sobre el escenario. Rigor, a veces rayando esa exigencia que presiona y quita el aire. La expectación que, a veces, llegaba a filtrarse hasta la sala de ensayos. Una presión externa que se unía a la propia y limitaba el espacio para la voz. Y, este elemento había que limitarlo y colocarlo a un lado. Me recuerdo velando por el grupo de actores – marca de esta casa – y protegiéndoles de esas miradas ávidas de saber qué se cocía en los hornos de producción. Fue una experiencia maravillosa dónde a golpe de intuición, de observación, de emoción, de cuestionamientos, de batir el cobre mano a mano con ellos fui construyendo una forma de proceso creativo artístico enraizado en la propia persona camino del personaje en escena. Todos estos momentos volvían a reavivarse en mi memoria el día pasado en la butaca del Teatro Arriaga. Una butaca, cerquita, de aquella en la que me sentaba debajo de la cabina para hacer un seguimiento, función tras función, de aquel Romeo y Julieta, en el que el ritmo era básico y de difícil equilibrio. Un ritmo que se podía alterar por diferentes elementos que había que vigilar. Y así, anotaciones en mano, proponer, al día siguiente sesiones de entrenamiento y trabajo vocal en base a lo observado día anterior. Todo un lujo.

La vida me ha cruzado con los actores y actrices de aquel elenco en diferentes espacios profesionales. Siempre la sonrisa y el sentimiento cálido llenan el nuevo encuentro. ¿Hay algo mejor que el sentir que se ha dejado una buena huella en el recuerdo del otro? Mi agradecimiento al Ur Teatro de «Romeo y Julieta» y a este Macbeth que me ha hecho revivir momentos de juventud osada y rigurosa con el trabajo. De crecimiento. Hasta siempre.

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