Sangrado semanal

Marilyn

Ya sólo ver su nombre escrito pone en marcha las papilas gustativas de la estética.

Fascinante Marylin Monroe. Ejerce un poder hipnótico sobre quien la mira. Seducción pura, no existe escapatoria para quien queda atrapado en la red de intenciones que teje desde la pantalla. Yo, personalmente caigo rendida a su influjo cada vez que veo una foto, una imagen, una chapa con su cara, una película, un documental o su nombre escrito en la pared. Y sin embargo, desde el punto de vista del oficio actoral, Marylin debía reunir todas aquellas cualidades que rechazo en la actitud de un actor frente al trabajo: absoluto desprecio por las necesidades de los demás, retrasos de dos horas negándose a salir del camerino mientras todo el equipo técnico y artístico le espera para rodar u olvidos ilógicos y reiterados de las líneas de texto que debía decir a la hora de rodar una escena. No estamos hablando aquí de grandes parlamentos sino de un simple: «¿Estas ahí, cariño? ¿Dónde guardas el bourbon?» Parece ser que acabar con los nervios del director de turno y de todo su equipo debía ser el deporte nacional del territorio «Marylin», quien siempre iba acompañada por su perro de presa Paula Strassberg. La aventura de un rodaje solía convertirse en una guerra de voluntades entre Marylin y la dirección de turno.

Y sin embargo, la llamaban una y otra vez. A pesar de esgrimir actitudes que hubieran causado el despido fulminante de cualquier otra actriz y el ulterior enterramiento de su carrera, a Marylin le seguían llamando y es que no hay más que verla en pantalla para entenderlo. Le pese a quien le pese esa mujer es uno de los iconos más potentes que ha parido el siglo XX. De hecho, es muy probable que fuera la encarnación en vida de un potente arquetipo de la humanidad vinculado a la diosa Afrodita, diosa del amor y la belleza. Y va la tía y se suicida. El cuento acaba mal y la vida acaba revelándose cómo lo que es: un agridulce espejo donde lo sublime puede tornarse en pesadilla y viceversa. Marylin encierra un misterio en su historia y su cuerpo. Eros y Tanatos, el amor y la muerte se dan la mano en esta existencia de seducción y vida tortuosa cuya razón de ser y de no ser, se nos escapa.

Unos fueron Hamlet y yo fui Marylin. Una vez, a pie de calle, yo fui Marylin. Y puedo aseguraros que a pesar de épocas o cuerpos actuales que la encarnen, este icono sigue ejerciendo tal fascinación sobre los seres vivientes que paraliza hasta a los perros. No es broma lo que digo. Un señor que venía algo perjudicado de alguna comilona de las que por estos lares se estilan, cayó, literalmente, a los pies de esta Marylin al descubrirla y los Bilbobus, los grandes autobuses rojos de mi ciudad, también detuvieron el tiempo en medio de la Gran Vía al vislumbrar, entre la muchedumbre, el inconfundible brillo platino de esta criatura de leche y miel, vestida, como no, y para siempre, de blanco virginal.

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