La voz antigua

Más allá de Meyerhold II

A veces, uno se amontona en el intento de robarle una crónica al tiempo, una crónica, hecha de palabras en la cual capturar la experiencia, dotarla de sentido para poder compartirla, para poder hacerla carne, para que viva más allá de nosotros. Pero no se le roba nada al tiempo, el tiempo bien ofrece o comparte, con nosotros, con ellos, con los otros, las migajas de lo que es, ha sido o será la experiencia, y según su humor en el día, será, más o menos prolijo, más o menos adusto, en su dádiva; y uno espera, espera a que las palabras broten o vengan mecidas por la ola, o acaso, si es grande la urgencia, va uno a pescar a la orilla, pero a mano, con los pies en el agua, mirando a la corriente; de nada sirven las redes cuando se trata de palabras.

Y en ésas, esperando a encontrar la palabra justa, para poder transmitir la experiencia vivida, más allá de la resaca del encuentro inmediato, en el intento de vislumbrar el residuo que quedará en el tiempo, cuando el recuerdo no sea más que eso, un recuerdo; una palabra aparece, clara y contundente: RESPETO, respeto con mayúsculas, minúsculas, cursiva, un respeto, que, danzando ante mis ojos de pescadora novata, parece condensar todo lo vivido y ponerlo en su sitio, y recojo ese respeto y lo huelo y lo respiro, y poco a poco, empieza a formar parte de mi vocabulario, del nuevo y del antiguo, cobrando ahora un nuevo sentido.

Meyerhold, el Meyerhold que conocemos hoy, a través de la transmisión más o menos directa de sus palabras y sus acciones, nos llega a través del respeto; respeto por su trabajo y por la labor emprendida para dotar a los actores y al teatro, de las herramientas necesarias para hablar el lenguaje escénico en su máxima expresión; respeto por la figura del hombre, que puso toda su energía vital para poner el teatro al servicio del pueblo, al servicio de ese nuevo mundo en esa nueva sociedad que estaban construyendo en la Rusia de los años veinte, porque un mundo nuevo necesitaba un lenguaje nuevo, un hombre nuevo, un teatro nuevo, porque lo estaban construyendo todo desde cero. Y Meyerhold construyó, y buscó, dentro del teatro, ese nuevo lenguaje para poder hablar con palabras todavía no inventadas, para poder hacer posible la utopía, pasando a ser, finalmente, devorado por la criatura que el mismo ayudó a construir, ese estado, que tan solo dos décadas después de su nacimiento, pasó de ser una esperanza de cambio y renovación para convertirse en una nueva cárcel para el hombre de siempre, y en el que Stalin como su guardián omnipotente, se dedicó a eliminar a todo elemento que pudiera resultar peligroso para el nuevo orden establecido. Y el arte, y el teatro siempre han sido un riesgo para cualquier tipo de orden.

Y Meyerhold desapareció, engullido por ese terror, torturado y posteriormente ejecutado, un 2 de Febrero de 1940, a los sesenta y seis años de edad. Durante quince años, en la Unión Soviética, su presencia fue borrada de la faz de la tierra, así como la fecha de su muerte y su lugar de enterramiento, y fue tan solo en 1955, dos años después de la muerte de Stalin cuando se empezaron a dar los primeros pasos para rehabilitar su memoria, gracias a los denodados esfuerzos de su nieta Maria Valentei, y no fue hasta 1989, cuando tras la caída de los primeros muros, y la apertura de los expedientes de la KGB, el nombre de Meyerhold apareció en el caso número 537 y se pudo saber qué le había ocurrido en realidad, y cómo había perecido bajo la implacable maquinaria del estado.

Y llegan hasta nuestros días los ecos de su práctica escénica, de su personalidad, de su carácter transformador en el teatro, de su fuerza creadora, y del respeto, el respeto y la admiración de los que lucharon para que su legado, desaparecido en parte, llegara hasta nuestros días, para que no tuviéramos que empezar otra vez, nuevamente, a redescubrir la rueda.

Y ese legado nos llega en el respeto de su nieta, Maria Valentei, que dedicó su vida a recuperar la memoria de su abuelo, y a transmitir su legado escénico al mundo; Y nos llega en el respeto de Nikolai Kustov, uno de sus actores, que en los años 70 y ya pasado el terror staliniano, empezó a transmitir los principios de la biomecánica a los actores del teatr satire, dos de los cuales, Gennadi Bogdanov y Alexey Levinskiy, nos traen sus ecos, hechos carne, hasta nuestros días, en la transmisión directa del entrenamiento actoral.

Y a través de ese respeto, me pregunto si seremos capaces de hacer honor a su legado, y de hacer germinar en las generaciones futuras ese respeto, también, y no solo, por los otros, dentro y fuera del mundo escénico, no solo en el teatro sino en la vida, para que de ninguna proclama de construcción o destrucción de utopías, pasadas o futuras, devenga la destrucción de sus individuos, de sus culturas, de su memoria.

Por la memoria de Meyerhold, y de aquellos, que están por venir.

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