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Microspectivas de un marica millennial y la estética agrocuir

Siempre hemos querido pensar que las artes escénicas, por su propia naturaleza inquieta, son progresistas y cuestionadoras del ser y el estar normativizados. Más ahora, quizás, que se supone que aspiramos a una “nueva normalidad”.

 

La “normalidad” siempre ha establecido unas jerarquías en las que unos ganan y otros pierden, como si la vida fuese una especie de competición, por títulos, por méritos, por trabajo abnegado, por capacidad de producción y consumo, por poder adquisitivo, por capacidad para acumular propiedad material, intelectual, etc.

La norma de la normalidad es que la vida es cara, que la vida cuesta y que hay que justificarla siendo productivo y siguiendo los usos y costumbres que la mayoría dicta, a través de reglas no escritas y del código civil que controla y registra nuestro estado, matrimonio y patrimonio.

La diversidad y la diferencia siempre han sido vigiladas de cerca por la normalidad y sentidas como una amenaza, en vez de una riqueza. Para neutralizar la diferencia, la disidencia de la norma, además de estigmatizarla o denigrarla, suele etiquetarse en estereotipos que la controlen.

“¡Este es un marica!”

“¡Esta es una puta!”

“¡Esta es una bollera!”

“¡Buf! ¡Menuda pluma!”

“¡A ver si te comportas como Dios manda!”

El teatro, cuando es progresista, hace volar por los aires los estereotipos y pone patas arriba esa normalidad que respalda y conforta a unos para aplastar y denigrar a otras.

Por fin, después de meses escribiendo sobre la situación de la pandemia, el estado de alarma y el confinamiento en relación a las artes escénicas, voy a hacer un ejercicio de dramaturgia (análisis y reflexión sobre un espectáculo).

Por fin me he vuelto a reencontrar con el teatro que me interpela, me emociona, me toca y me hace pensar.

La alegría es grande no solo por eso, sino también porque se trata de una compañía, Incendiaria, formada por exalumnas brillantes que, desde la máxima honestidad y savoir faire, están aportando al teatro gallego una pequeña gran revolución.

Me refiero a Vanesa Sotelo, dramaturga y directora, y a Davide González Lorenzo, actor y músico. A Incendiaria se une, en esta ocasión, Laura Iturralde, en la iluminación, egresada de la especialidad de escenografía de la ESAD de Galicia y Carlos Alonso, escenógrafo con una larga y valorada trayectoria.

Fue el sábado 20 de junio de 2020, víspera de la expiración del “estado de alarma”. Fue en la Sala Ingrávida do Porriño (Pontevedra). Escribo esto el 27 de junio, víspera del Día del Orgullo Gay.

Fue y es, Microspectivas dun marica millennial, el primer espectáculo de la historia del teatro gallego que se atreve a poner en el título la palabra “marica”. Una práctica de empoderamiento exenta de violencia o de ira. Un ajuste de cuentas con la cultura heteropatriarcal que, como un software, sigue actualizándose y operando sobre nuestras vidas. Un ajuste de cuentas con la marginación, la represión, el bullyng, etc., que huye del (melo)dramatismo estereotipado y del egocentrismo victimista.

Una escenificación en la que la performance vocal y musical de Davide González vuelve connotativo e implícito lo explícito y le pone alas a las miserias que laten en el trasfondo.

La musicalidad, en sentido extenso, es uno de los puntales de este solo. En el inicio, un Davide vestido como para un concierto de una banda o una orquesta, traje negro, camisa blanca y pajarita, utiliza el saxofón sampleado para que suene el aire en un loop, que evoca las olas del mar solitario, o el viento. La elegancia del aspecto externo, por el vestuario, contrasta con el podio  sobre el cual actúa, unas cajas de cerveza vacías, puestas del revés. Desmonta el saxofón y sigue soplando en cada una de sus piezas, para sumar al bucle sonoro, nuevas texturas y tonalidades. Del mismo modo, también el músico desmontará su propia apariencia externa, liberándose de la camisa para dejar al descubierto un top femenino de lentejuelas doradas. Esta primera secuencia ya nos da la clave de todo el espectáculo: el acto del estriptis, el desmontaje, la deconstrucción, la despenalización de las cuitas, los temores, las injusticias del que fue un marica de pueblo.

En la conversación después del espectáculo, Davide confesaba que la performance con el saxofón era una deconstrucción de toda la contención y la normativa de cuando estudiaba en el Conservatorio y de los conciertos, de la compostura exigida. Para mí resulta curioso cómo el artista tiende a justificarlo todo de manera dramática (el porqué, trampolín para el actor, como reza el título del conocido libro de William Layton, sobre “el método” que sostiene las interpretaciones realistas miméticas). En este caso se trata de justificaciones de la acción ancladas en lo biográfico, a partir de lo que se construye Microspectivas dun marica millennial. Sin embargo, al margen de la cocina interna del actor y de las fuentes, referentes o porqués, este espectador flipó con la abstracción de la performance de esa secuencia inicial con el saxofón. Para este espectador que escribe, la atracción estaba en la propia forma y en las sensaciones que producía. En ese arranque que, para mí, era como un poema sonoro y visual sobre la soledad. Esa soledad que no se traduce en melodía ni en armonía (en texto), sino en aliento sonorizado, en bucle, en una espiral circular de aire, como guarida existencial.

En Microspectivas dun marica millennial apenas hay texto verbal. La palabra hablada ocupa un mínimo porcentaje respecto a la performance vocal y corporal. La música y el teatro físico le dan cuerpo estilizado a esta propuesta, afirmada en la presencia real de Davide y en esa verdad que emana de sus acciones escénicas, no solo las estilizadas, sino toda la gestualidad práctica y laboral en las transiciones, cuando compone y recompone el escenario. La dimensión artística anclada en la artesanía de lo teatral, de los objetos concretos, del ajuste de los instrumentos musicales, el micrófono, los cables, el bafle, los aparatos electrónicos para hacer samplers y loops… La atención al detalle. La mostración de cómo se arma y se desarma cada cuadro de la pieza, en ese paisaje escénico colorista de reciclaje y de l’objet trouvé o ready made, con muchas cajas de plástico de cerveza vacías, diversos tipos de plantas y flores artificiales, un ventilador…

La realidad se afirma en cada acción para jugar, por veces, a la metáfora desde el contraste, como la secuencia del baño del cuerpo desnudo y sudado en purpurina dorada, rebozándose por el suelo, en ese entorno en el que las tablas y los muelles de un colchón evocan una cerca o un gallinero rural. El feísmo de los galpones de aldea, realizados con materiales reciclados, uralita, chapas, ladrillos, postes y cables en medio del paisaje verde. También la evocación de las verbenas en las plazas o en los prados y “carballeiras” (robledales), con escenarios improvisados en remolques de tractores y adornados con ginestas y flores.

El espíritu lúdico está presente, sin abandonar nunca la tensión reivindicativa y de compromiso existencial. Por ejemplo en el número musical en el que Davide se transforma en una diva, sin dejar de ser él, y hace el playback de una canción apasionada e icónica, de esas que lo dicen todo a bocajarro. Y, de inmediato, continúa el playback con el discurso feroz, visceral y lleno de razón de Sylvia Rivera en el Orgullo del año 1973, que acababa con aquel grito de empoderamiento a favor de la liberación gay. Frente a las vejaciones, abusos, cárcel y otras formas de violencia, Sylvia Rivera en 1973 y ahora Davide González, en 2020, reivindican la revolución del gay power.

Tanto el número musical, como este discurso reivindicativo y militante, asumidos desde la técnica de la sincronía de labios (lip sync o playback), le dan la vuelta al estereotipo del transformista drag queen, al no camuflar la presencia de Davide y al poner en contacto explosivo una canción y un discurso sumamente diferentes y contrastantes.

Esa parte reivindicativa aparece en acciones caligráficas proyectadas sobre el muro de fondo, con los nombres de víctimas de la homofobia en diferentes épocas y lugares, así como algún fragmento necesariamente transgresor de Ética Marica de Paco Vidarte.

Dentro de esa ética marica, “la lucha contra la homofobia no puede darse aisladamente haciendo abstracción del resto de injusticias sociales y de discriminaciones, sino que la lucha contra la homofobia solo es posible y realmente eficaz dentro de una constelación de luchas conjuntas solidarias en contra de cualquier forma de opresión, marginación, persecución y discriminación” (Paco Vidarte). Por tanto, la pertinencia y la necesidad de Microspectivas dun marica millennial, se amplía en su efecto. No se trata, solamente, de marginaciones directas y obvias, como el racismo o el machismo, sino también de otros prejuicios más sutiles, por ejemplo respecto al mundo rural, frente al supuesto cosmopolitismo urbano, o la “diglosia”, esa forma de discriminación lingüística, la mayoría de las veces inconsciente, que se ceba con las lenguas sin Estado propio, como es el caso del gallego. Incendiaria se caracteriza por un compromiso real con la lengua y las formas autóctonas, con los frutos de temporada y de proximidad. La dicción de Davide es pura música original, con orígenes. Además, en este espectáculo, hibrida la música contemporánea y, en cierto sentido, experimental, con ritmos y texturas sonoras tradicionales muy enraizadas. Compone una canción para “Despenalizarse” de todo aquello que tuvo que sufrir, ocultar o reprimir, tocada con pandereta y suena a muiñeira.

El juego de dar un paso adelante o un paso atrás, con todo el peso simbólico que conlleva, es otra de las secuencias en las que lo político se filtra en lo lúdico, con cierto humor e ironía. La voz en off del titiritero y actor Eduardo Cuña “Tatán” le hace un cuestionario sobre situaciones vividas y Davide debe responder con pasos hacia delante o hacia atrás. La infancia, los estudios, la familia, las amistades, el trabajo, la sociedad, la percepción de uno mismo… un repaso en el que las relaciones se mediatizan por sentimientos, ideas, valores y prejuicios. Un puzle de cuestiones que no solo refleja al actor que da los pasos, sino, posiblemente, también a más de una espectadora y espectador.

Otra reivindicación implícita es el propio cuerpo de Davide, liberado de los prejuicios sembrados por el canon de belleza establecido por la moda para un joven. La ropa, el top ajustado con la barriga al aire, en vez de disimular el volumen corporal lo pone en evidencia, contra ese canon de la delgadez fibrada o del gay musculado. También el desnudo supone, de alguna manera, una necesaria y sana ruptura con los cánones de la moda y con los preceptos del decoro más casposo y retrógrado.

Barba corta, media melena, purpurina, uñas pintadas de manos y pies… nos ofrecen una imagen queer, que impugna los roles estéticos al uso de lo masculino y de lo femenino.

En lo escenográfico, Carlos Alonso encaja como un guante en esta propuesta ya que es un maestro en convertir los objetos encontrados y reciclados (telas, cuerdas, maderas, etc.) en espacios tipo instalación plástica, más evocativos que reproductivos, más lúdicos que realistas. La parroquia, lo rural, los apaños realizados para verbenas y eventos populares adquieren aquí un halo de fantasía, en conjunción con las barras fluorescentes que, como trapecios aéreos, penden a diferentes alturas. La iluminación de Laura Iturralde no delimita zonas sino que, en general, crea ambientes, siempre dirigida desde abajo, con el efecto de candilejas, o con el momento discoteca, para sumar en el trance de este viaje.

La dramaturgia y dirección de Vanesa Sotelo es simbiótica con la creación actoral de Davide y administra, in crescendo, diferentes clímax hasta llegar a la apoteosis final, en la que todo el paisaje escénico parece moverse con Davide, como la carroza de la reina de un carnaval.

Como señalaba al inicio, Microspectivas dun marica millennial es el primer espectáculo gallego que se atreve a poner en su título la palabra “marica”. Sin embargo, contra lo que podríamos esperar, su estética no es ni “marica”, ni “camp”, ni “pop” (en el sentido más global, norteamericano o comercial).

El estilo de Microspectivas dun marica millennial singulariza lo popular y rural gallego con un vuelo de fantasía. Podría rallar con la estética “perralleira” de la que habla Quico Cadaval, pero aquí hay mayor delicadeza e impregnación existencial. No obstante, sí que encaja perfectamente con el “agroglamour” y con la estética “agrocuir” que, desde hace unos pocos años, está cogiendo entidad en el Festival Agrocuir da Ulloa, que se celebra en Monterroso (Lugo) a finales de agosto. Un festival pionero e innovador en toda la península ibérica. Conciertos, teatro, performance, talleres en un ámbito campestre, decorado por alpacas de heno y cuerdas para tender la ropa, entre pajares, tractores, chigres y mesas con hule.

El sábado 20 de junio del 2020, como es de rigor, íbamos con mascarilla, pero la emoción se palpaba en el aire igualmente, porque Microspectivas dun marica millennial le arranca la máscara a la sociedad de la injusticia, que sigue ejerciendo diversos tipos y grados de marginación. Resulta curioso observarnos en un teatro, el público enmascarado y la función desenmascarándonos metafóricamente.

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