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Njinga Mbandi en Teatro Griot

Si animamos la plástica, los colores, las formas, las luces, los cuerpos, surgirá una danza que nos congregará. Ese tipo de relación fundada en el movimiento nos conduce, de otra manera, hacia una comunidad habitada por el ritual que invoca algo más allá del aquí y ahora.

El movimiento afirma el aquí y ahora al mismo tiempo que lo trasciende en esa invocación ritual de la danza. Las presencias físicas se afirman, las identidades se disipan y se invisten de otras calidades y temperaturas, de otras figuras.

El sábado 3 de marzo de 2018 acudí al Auditorio Campo Alegre, del Teatro Municipal do Porto (Portugal), para ver su coproducción con la compañía lisboeta Teatro Griot, titulada Que Ainda Alguém Nos Invente, que se había estrenado la víspera.

Teatro Griot está formado por la actriz Zia Soares, nacida en Bié, Angola, y los actores Daniel Martinho, Gio Lourenço y Matamba Joaquim, los tres nacidos en Luanda, Angola. Su origen étnico no es gratuito, casi nunca lo es para nadie, porque la compañía explora, a través de su estética y de su discurso, las identidades desterritorializadas que circulan por Europa.

África y Europa en las tensiones que derivan de la memoria y el olvido, la proximidad y la distancia, la fidelidad a los orígenes y su trasgresión, los mitos fundacionales de aquí y los de allá. La lengua con la que se representa y se evoca un mundo, su extinción, su mantenimiento, su adulteración, su transmisión fuera del territorio y frente a las presiones globalizadotas y colonizadoras.

Teatro Griot podría equivaler a teatro trovador africano, ya que “griot” es una figura tradicional de África, encargada de narrar historias. Un artista ambulante que es una mezcla de poeta y cantor, depositario de la tradición oral de su pueblo, encargado de preservar su memoria. Un griot, además, también incluye la sátira y la crítica social.

Que Aínda Alguém Nos Invente es un título que podría hacer alusión a esa necesidad de narrarnos, de construirnos una historia. Esa necesidad acuciante de un país, como Angola, de comenzar a escribir su propia historia, después de un largo período de ingerencias mientras fue colonia portuguesa.

Que Aínda Alguém Nos Invente es un texto dramático inédito de Ricardo P. Silva, inspirado en la vida de la Reina Njinga Mbandi.

Una vez visto el espectáculo, dirigido por Paula Diogo y con un importante trabajo coreográfico de Vânia Gala, se podría decir que el texto es solo un elemento más que flota en medio del juego dancístico y performativo.

La Reina Njinga Mbandi, soberana del Reino Ndongo y Matamba es un personaje mítico de carácter fuerte e intempestivo, guerrera y adivina, que pertenece al imaginario colectivo. Junto a ella son convocados su padre Ngola Kiluanji, su hermano Ngola Mbandi, ambos de origen Mbundu, y su marido-aliado Kaza, de origen Imbangala.

Sin embargo, todo esto, el mito, no aparece representado por Teatro Griot, sino más bien evocado a través de un juego plástico y dancístico que promueve una conexión directa, pulsional, más festiva y poética que reverencial o mística.

En Que Aínda Alguém Nos Invente no hay una representación del mito ni de los personajes como seres heroicos, colocados en una posición de superioridad respecto al público.

En Que Aínda Alguém Nos Invente hay una presentación en la que la performance nunca niega a los actores y a la actriz. Ni los niega ni los camufla tras personajes de ficción, sino que ellos, los actores y la actriz, ejecutan un juego a través del cual aparecen esas otras presencias míticas, en forma de palabras, a partir de una coreografía determinada y el empleo de una caracterización que se realiza delante de nosotros, utilizando los objetos y las telas que se esparcen, en diferentes combinaciones, entre el caos primigenio y el orden.

Sobre suelo y fondo blancos, los tres actores y la actriz negros, Daniel Martinho, Gio Lourenço, Matamba Joaquim y Zia Soares, aparecen de debajo de un embrollo de mantas multicolores que semeja un animal prehistórico, o un bulto totémico.

De ese fardo, situado en la izquierda del proscenio, brotan los actores y comienza ahí una dispersión de objetos reciclados dispares.

El trazado coreográfico, diseñado por Vânia Gala, es de una hermosa sutileza y una eficacia coherente a esa proximidad terrena, sin alardes ni efectismos comerciales.

Los actores dibujan caminos sobre esos objetos diversos, en un juego de teatro concreto en el que van enunciando cada elemento: “Esto de aquí es una caja. ¿El qué? Una caja. Esto de aquí es un abrigo. ¿El qué? Un abrigo. Esto de aquí es un bidón. ¿El qué? Un bidón. Esto de aquí es un garrafón. ¿El qué? Un garrafón. Esto de aquí es una manta. ¿El qué? Una manta. Esto de aquí es una manguera. ¿El qué? Una manguera…

La acción verbal no solo describe los objetos que manipulan en ese trajín que se traen, sino que afirma su realidad de manera deíctica, anclándolos, así mismo, a una dimensión plástica y artística, por un mecanismo que funciona de una manera semejante al urinario que Duchamp tituló “La Fuente”. Un “readymade” o “objet trouvé”, sacado de su contexto y situado, en este caso, sobre el blanco escenario para ser manipulado y señalado como algo extra-ordinario.

Es encomiable porque lo extraordinario, de este modo, nace de lo más común y ordinario.

Lo extraordinario nace del pueblo.

El acto de nombrar los objetos en ese tránsito, a través del cual pueblan el escenario, también nos remite al acto naif y mágico de los bardos o poetas primigenios que iban dando nombres a los elementos y a los fenómenos con los que se encontraban.

Nombrar es narrar y narrar es hacer pie, es crearnos, inventarnos, colocarnos en el mundo a la vez que inventamos el mundo.

Mientras Daniel, Gio y Matamba transportan todos esos objetos reciclados, Zia nos mira comiendo una manzana roja.

Daniel, el mayor, se pone un pantalón azul de chándal en la cabeza, a la manera de un sombrero, se sienta en la silla y lee un libro rojo. “La casa y promesa de regreso a casa.”

El grupo camina, avanza, sobre sus pobres pertenencias.

Zia manipula el libro rojo mientras el actor más joven, Gio, reacciona físicamente, en el suelo, ejecutando los giros, lanzamientos y golpes que Zia realiza con el libro.

No hay pausas, las acciones escénicas se enlazan y, de repente, los actores componen, con las telas diversas que encuentran, una evocación fantasiosa del vestido de la Reina Njinga Mbandi.

La acción escénica tampoco es ficticia, sino el desarrollo del proceso real de componer y descomponer diferentes configuraciones espaciales y plásticas, que nunca son ilustrativas o explícitas, sino que resultan sugerentes y con un toque abstracto, siempre desde la pulsión vitalista y policroma.

Recuerdo, especialmente, la secuencia en la que componen figuras sobre el actor mayor, Daniel, transformando su apariencia al ponerle trapos multicolores, colocados como grandes vestidos, una linterna en la cabeza, una maraña de collares en un brazo, etc., hasta que tenemos la impresión de estar ante una figura arquetípica.

Escuchamos la frase “Resistir es un delirio.”, sin que la coreografía redunde, sino que ahonda en el concepto, a través de una marcha de tono militarizado, pero que, al mismo tiempo, es danza urbana y necesidad de dar el paso.

Matamba y Gio, con mantas y cartones, naranja y azul, delante de la cara, a modo de máscaras, se nos presentan, casi, como dos figuras pictóricas, dos brochazos de color que, después, entonan a coro: “Poco me importa quien habla.”

La palabra va pasando por las bocas, en diferentes momentos, por ejemplo, mientras Zia y Matamba fuman cigarros en el fondo, en el centro del proscenio, Daniel, caracterizado como figura arquetípica, y Gio, recitan a coro. La pareja que fumaba se besa y gira por el suelo sin que el beso se deshaga.

El proceso real de la acción escénica, de componer y descomponer, también se singulariza en las diversas manipulaciones de objetos y entre los propios actores a lo largo de toda la pieza.

Se produce, de esta manera, una amalgama des-jerarquizadora entre todos los elementos, animados e inanimados, que pueblan y configuran la escena.

La coreografía de Vânia Gala no solo estructura el movimiento de los actores y la actriz, espacializándolo de una manera plástica no exhibicionista, sino que también apuesta por la evocación de imágenes que puedan asociarse al mito. Por ejemplo, la caza, la guerra, el camuflaje, la marcha percutida sobre el suelo, sin avanzar, los pasos marcados en el sitio y la repartición de la palabra de una boca a otra. El estado de alerta, mientras marchan en el sitio, marcando los pasos marcialmente. “Los muertos tienen sed.” “Que es tiempo de cosecha.”

Incluso, el diálogo entre dos personajes puede habitar el cuerpo de un único actor. Por ejemplo, cuando Gio reproduce un diálogo con Njinga, solo girando el torso.

Sin abandonar el diálogo, Gio, va incorporando aderezos: enrolla una tela roja a la cintura y tiñe sus manos y rostro de una densa pintura verde, además porta un cartón verde en la mano.

Matamba lleva los antebrazos, el cuello y el pecho teñidos de azul y un pañuelo, también azul, en la cabeza, y porta un cartón azul en la mano.

Daniel lleva teñidas las mejillas de naranja y porta un cartón, también de color naranja.

El coro de los tres actores, Gio (verde), Matamba (azul) y Daniel (naranja), pide entrar a Njinga.

Zia, delante, golpea con los pies separados en el suelo y se agita. Coge el libro rojo y se va hacia el lado izquierdo del escenario, para leernos y hablarnos en la lengua kimbundo. La Reina Njinga pide regresar al vientre sereno de Kwanza-Mujer. “Acoge la presencia de este cuerpo caído, arrodillado en tus márgenes, clemente, memoria de luto y combate. […] Eres sentencia de tierra liberada, eres el polvo y el deseo de mando que me obliga al camino, herida vencida que persevera aún, vena que enjuta renace, desenfrenada. […] La noche cae y yo, Negra, me yergo.”

“A noite cai e eu, Negra, me ergo.” Son las últimas palabras que se pronuncian en kimbundo en Que Aínda Alguém Nos Invente.

Unas palabras que son pura música y puro sortilegio. Un poema vocal. Un parlamento exótico, misterioso, lejano, pero, a la vez, cercano y cálido. Unas palabras que vienen transportadas en un aire cálido y refulgente.

El linóleo blanco va llenándose de riegos de ropas y objetos de colores.

La lengua original, ancestral, el kimbundo, suena con una música cercana, humana e ininteligible a la vez, pero, como tal música, nos toca.

Hay misterio en las presencias, poseídas por las voces de una reina legendaria, por las ansias y contiendas que vienen de antiguo, pero que quizás hoy necesitan volver a parpadear.

Que Aínda Alguém Nos Invente es una celebración de la diversidad, un viaje a latitudes ignotas, una fantasía concreta que posee la contundencia de los cuerpos en danza.

 

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