Sud Aca Opina

Obra

En una situación normal, cualquier progenitor es capaz de darlo todo por su descendencia, incluso la propia vida. El sentimiento de amor inconmensurable que los padres sienten por sus hijos, no sólo los lleva a protegerlos de cualquier agresión, sino que les nubla la objetividad hasta llevarlos a estar convencidos de que sus hijos son los más bellos, los más inteligentes, los más simpáticos, los más de los más.

Una creación artística sincera, no ese cuadro por encargo pintado con la gama cromática que combine con los muebles de un recinto del mandante, sino ese que surge de un sentimiento llevado al trazo o una melodía dictada por el inconsciente y no por los ritmos de moda productos del mercantilismo, de cierta manera son el hijo adorado por su creador. El proceso de materializar el sentimiento en obra es complicado y puede ser incluso doloroso antes de hasta llegar a la meta, con la inmensa diferencia de que este parto se repetirá una y otra vez en búsqueda de expresar incluso lo inexpresable. En el siguiente parto, las más de las veces, de manera inconsciente, el artista tratará siempre de superarse a sí mismo. Para un verdadero artista, ese que vive por y para el arte, la exigencia del medio es nada comparada con la auto exigencia. La obra se transforma en una radiografía del momento por el cual pasa el creador inserto en el medio histórico social que le ha tocado vivir.

Los investigadores e historiadores podrán dar cuenta científica de un momento dado basados en una metódica recopilación de antecedentes y estudio de variables duras numéricamente cuantificables mientras que el artista podrá expresar los sentimientos que generaron o convivieron con esa situación. Y los sentimientos son difíciles de explicar, se sienten.

Así como los dibujos de un niño son la expresión sincera de sus sentimientos aun no contaminados por los dictámenes de la sociedad, la verdadera creación artística se escapa de la tiranía del medio para liberarse como un grito de profundo dolor o felicidad absoluta.

Así como a un niño no se le debería corregir su creatividad innata imponiéndole que todos los árboles son verdes, el cielo azul y solo los pájaros pueden volar, a un artista tampoco se le debería imponer el que o como crear.

Si bien es cierto existen canones estéticos con vocación de ser absolutos, nada asegura que siguiendo al pie de la letra esas leyes escritas, se llegue a un buen resultado expresivo. De hecho, quienes han trascendido a su tiempo, son aquellos creadores que haciendo caso omiso a «los buenos consejos de la cátedra» han trazado su propio camino hasta transformarse en referente obligado para los estudiosos de la estética y la creación.

Tampoco se trata de ser rupturista por el sólo hecho de serlo, algo así como un anarquista estético, sino que de seguir sin ningún tipo de cuestionamiento la vocación de ser, eso claro está, mientras esto no vaya en desmedro de la creación de otro.

Vivir la creación de otros es el mejor punto de partida para encontrar el propio camino. Salgamos a vivir el arte que se encuentra por todas partes para después contribuir a la vida con nuestra propia creación.

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