Cinismo Teatral

Oportunidad histórica

El pasado domingo 26 de junio nuestro país perdió una oportunidad histórica. Y lo digo así, de forma categórica. No obstante, la historia, como bien sabe todo aquel que la estudia, es un perpetuo ciclo… Y, por ello, no pilló a todos desprevenidos: lo que pasó el domingo, ya pasó antes, y, seguro, volverá a ocurrir, pues en nuestro país pesa demasiado el egoísmo y ese refrán tan castizo que reza «mejor malo conocido que bueno por conocer». A la vista está que los sobran en este país no son aquellos que votan al PP o los que prefieren que el sistema continúe tal y como está… Los que sobramos somos el resto. Y la cultura, castigada con saña desde el comienzo de la crisis en 2008, y torturada sin pudor desde el 2011, deberá hacer frente a otros 4 años de expolio… Y quién sabe cuánto más.

Pero no quiero hablar solo de los resultados de las elecciones y sus consecuencias. Quiero centrarme en un aspecto concreto de nuestras enseñanzas artísticas, que han perdido también una oportunidad histórica: las escuelas de arte dramático. Yo recibí mi formación en una de éstas; concretamente, en la especialidad de interpretación textual. Para quien no conozca la situación de las enseñanzas artísticas, apuntaré, en pocas palabras, que se encuentran en una especie de limbo legal verdaderamente desconcertante, donde a los alumnos, al finalizar sus estudios, se les entrega un título equivalente al universitario, sin serlo. Estudiantes de segunda, a fin de cuentas, a los que no se les permite el rango de universitarios; una anomalía que, por supuesto, no se da en Europa ni en Estados Unidos, donde las artes (no solo las bellas artes) forman parte de la universidad: especialmente sonrojante era el que, al marcharte de Erasmus, fueras a recalar a una universidad, mientras que si viajabas desde Europa a España, «salías» de la universidad. Y decía que se perdía una oportunidad histórica para estas enseñanzas porque, contra todo pronóstico (la exigencia del ingreso de todas las artes en la universidad, especialmente por medio del colectivo de músicos, ha sido largamente desoída a lo largo de los años), el que dichas enseñanzas ingresasen en la universidad, aparecía en el programa político de dos partidos: Unidos Podemos y Ciudadanos (un partido que se enfrenta diametralmente a mi ideología, pero «al César lo que es del César»). Ya en febrero, en el documento que Podemos remitió al PSOE para formar un gobierno de coalición, esta medida se encontraba presente de forma muy explícita y clara (pueden encontrarla en el epígrafe 205 de su programa electoral).

Así pues, encontramos dos partidos jóvenes de signos opuestos apoyan la propuesta y otro (¿o son dos?), que no sabe actualmente dónde se encuentra ni cómo se llama, pero a priori sensible a la propuesta; una coyuntura, como pueden ver, bastante favorable para el hecho. Y es que la situación de las escuelas de arte dramático merece una profunda y honda revisión: ¿Estamos siendo realistas facilitando que cada año salgan de todas las escuelas de arte dramático una media de 30 personas por cada una? ¿Se están dotando de recursos suficientes (yo diría incluso dignos) a las escuelas? ¿El currículo académico está suficientemente afinado? ¿Estamos proporcionando un título competente y de calidad? ¿Verdaderamente el título de Arte Dramático equivale a un título universitario? En muchas universidades, pongamos como ejemplo la Complutense, e incluso la UNED, se especifica claramente que los titulados en Arte Dramático no tienen cabida en su máster de profesorado, comúnmente conocido como MAES y antes como CAP. Y, por otro lado, ¿todos los docentes están suficientemente preparados para su cargo de responsabilidad? Habría que recordar sobre esta última cuestión que, al no encontrarse el arte dramático dentro de la universidad, los docentes no deben cumplir los exigentes requerimientos de los profesores universitarios… En mi opinión, el futuro de las escuelas de arte dramático y los conservatorios pasa única y exclusivamente por su integración en la universidad, procurando respetar, claro está, su idiosincrasia, pues unas enseñanzas tan especiales como a las que nos estamos refiriendo no pueden ser tratadas con el academicismo usual de los despachos universitarios.

Todos los que nos dedicamos a esto, y también los que de una forma u otra participan o disfrutan este endogámico mundillo, saben que no existe cultura teatral en nuestra sociedad; y digo más, el respeto a las artes es más bien exiguo. Este 26 de junio perdimos una oportunidad para muchas cosas; entre ellas, para otorgar algo de dignidad a las enseñanzas que nos van a entregar los «hacedores artísticos» del mañana; pero para esta propuesta aún hay cancha. Creo que no podría contabilizar el número de veces que me han sometido a esta pregunta al conocer el género de mis estudios: «Pero, ¿eso es una carrera?» Con el tiempo, uno se ríe. Pero es una risa de resignación. Una risa de sumisión que es mejor, cuanto antes, dejar atrás. ¡La lucha continúa!

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