Aclárate la voz

Palabras en voz

El uso de términos en la pedagogía vocal en ocasiones puede provocar rompecabezas situacionales y físicos cuando te quieres entender desde lo mental, claro está, con otros profesionales de la voz y también con alumnos. Técnicas diferentes con términos propios; términos adoptados de otros idiomas y traducidos de tal manera que provocan desajustes de precisión al nombrar aquello de que se habla; palabras llenas de significado sensorial e imaginario para la persona que las crea a partir de su experiencia; interpretación libre del vocabulario común… Estas son algunas de las razones por las que el uso del lenguaje en el proceso formativo vocal se vuelve delicado. Personalmente me dan fatiga las teorizaciones desconectadas de la vivencia vocal creativa y expresiva. Masturbaciones mentales. Lo técnico y funcional, hablando de vida. Aburrimiento. Siento un cierto respingo de rechazo frente a los cerebritos parlantes con microscopio y bisturí en mano y presunciones de colocar sus palabras en los valores más altos de cotización Wall Street!

En mi opinión, a veces, podría ser idóneo hablar técnicamente solo cuando se revele nombrar algo que se acaba de tocar con el objetivo de asentar la experiencia y adueñarse a todos los niveles, incluido el cognitivo e intelectual, de aquello que se acaba de vivir. Pero acercarse a la experiencia vocal como si fuera la voz un objeto desprovisto de vida consigue molestarme. Es como si tú escribes una carta de amor y quién la recibe te hace un análisis gramatical. Te desalma.

A falta de un código común a todas las técnicas vocales – objetivo que sería imposible de lograr, porque cada técnica nace de una sensibilidad y de una forma de expresión diferente – sí que existe un glosario generalizado que permite situarse verbalmente frente a lo que se mueve, se oye y se siente en el acto vocal. El peligro está en la generalización de las palabras que en sí misma por definición, es inespecífica. Generalización surgida del adoptar superficialmente conceptos y desarraigados de la experiencia directa y así pierden su verdadero significado. Otras veces sucede que, asociada a la palabra hay actitudes vocales erróneas que refuerzan la confusión entre ajuste físico-vocal-auditivo y el vocabulario. Se pone nombre concreto a aquello que ajustadamente percibido recibiría otro. Resultado, confusión, a la mesa se le llama silla y a la puerta, ventana. Nos encontramos, también, con una serie de términos sensibles de provocar un efecto de ejecución no buscado. Es decir, palabras que podrían inducir a adquirir actitudes físicas, gestos físicos o movimientos expresivos que no convienen en la producción vocal. Bien sea por lo que la palabra en sí pueda sugerir por sí sola o por la interpretación libre y subjetiva que cada uno haga de esa palabra. Qué se dice, qué se entiende y qué se hace. De la intención al resultado nos podemos encontrar con una gran distancia y por ahí, la elección de las palabras juega un papel importante. Algunas palabras sensibles; proyectar, empujar, relajación, escuchar, colocación. Proyectar puede inducir a lanzar la voz de una manera que pudiera sugerir que uno tendría que emitir como si estuviera llamando cuando en realidad, la mayoría de las veces, lo que se busca es ocupar extendidamente el espacio y que se oiga; empujar, cuando se pretende sostener la emisión con todo el esquema corporal; relajación que puede llevarnos a confundir el tono de tensión adecuado para la emisión con un estado de laxitud tonal; la voz colocada, imagen asociada a una estética sonora del canto clásico, cuando en realidad, al menos para mí, colocar la voz es llevarla a un punto donde encuentra una vía de salida y se vive con facilidad y eficiencia, por lo que no hay un solo camino, dependerá del tono, la técnica y la preparación física; escuchar es sentir y moldear el sonido y no regodearse con el propio sonido. Antídotos; sentir, matices, simplicidad, silencio.

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