Velaí! Voici!

Parasomnia de Patrícia Portela

“Estamos perdiendo una de nuestras cualidades más básicas: ver con los ojos cerrados. Ni siquiera tenemos tiempo para soñar despiertos, con los ojos abiertos. La vida se ha tornado una sucesión de actos eficaces que garantizan que no morimos ni de hambre ni de tedio, ignorando que estamos hechos tanto de polvo estelar como de salarios mensuales, tanto de carne y hueso como de cuestiones éticas y emocionales. El sueño es el último lugar a escapar de esa compulsión del lucro, de la velocidad, del consumo, […]”.

 

Estas son las palabras de la dramaturga portuguesa Patrícia Portela con las que expone, en el programa de mano, su instalación performance PARASOMNIA. Una experiencia artística literalmente deliciosa y ensoñadora en la que participé el domingo 12 de mayo de 2019. Fue en los locales que la MALA VOADORA tiene en la Rua do Almada, 277, do Porto (Portugal). Parasomnia se presentó del 10 al 12 de mayo, desde las 17 h. hasta las 24 h., dentro de la programación del FITEI 2019 do Porto, que dirige Gonçalo Amorim.

Desde las 17 h. hasta las 24 h. las personas podían ingresar en Parasomnia y permanecer el tiempo que estimasen oportuno, salir o volver a entrar.

Patrícia Portela y la productora Prado realizaron una intervención en el edificio de la Mala Voadora disponiendo 7 salas con sendas propuestas en las que te invitaban a participar de una manera muy apetecible, sin ningún tipo encerrona o de desafío.

Siguiendo el programa de mano, voy a describir las 7 salas de las que constaba ese trayecto, casi ritual, que, sin ningún esfuerzo ni nerviosismo, desde la contemplación y el lujo que supone dejarse llevar, transformaba tu percepción y cambiaba tu manera de estar en el mundo, por lo menos, en el tiempo de esa Parasomnia:

Sala 1 – Entrada del espacio Mala Voadora – piso 0. Sala de espera. Un mural de vídeo, con pinturas que van cambiando muy lentamente, en un movimiento imperceptible, con momentos de superposición, como en un palimpsesto pictórico. Pinturas que tienen en común figuras yacientes en la cama. La cama, el lugar del sueño, pero también uno de los lugares en los que hacemos el amor.

Ante nuestros ojos obnubilados algunas pinturas muy icónicas y reconocibles como Ofelia de Sir John Everett Millais, El sueño de la razón produce monstruos de Goya, Una cama deshecha de Eugène Delacroix, que es la primera imagen sobre la que irán fluctuando las otras. Esa cama deshecha que aparece ante nosotras/os casi como una imagen abstracta, como el caos primigenio del que se dice que todo salió. El Memento mori de Luigi Miradori, con un bebé desnudo durmiendo, con su cabeza apoyada sobre una calavera, como figura de Amor durmiente. Sol Ardiente, Flaming June de Frederic Leighton, una joven dormida, medio enroscada en una especie de sofá, como un círculo refulgente, con un amplio vestido de color dorado que transparenta su cuerpo. La ninfa de la fuente de Lucas Cranach, desnuda y reclinada al pie de una fuente, en la que se puede leer la inscripción: “Fontis nimpha sacri somnum / ne rumpe quiesco”. La Ariadna dormida en la isla de Naxos de John Vanderlyn, que parece una variación de la ninfa de Cranach, sin la fuente, en medio de un bosque. O la Ninfa dormida de Theodore Chasseriau, como otra variación de las anteriores.

Mientras contemplamos la refulgencia de las imágenes, que tiemblan en la pantalla enorme de la Sala 1, por efecto de esa evolución superposición lenta, que es un tipo de movimiento casi imperceptible, vamos entrando en una especie de encantamiento. Para ello también contribuye, en gran medida, el espacio sonoro, el “loop” (bucle) con el movimiento lento de Elegía, de Stravinsky, el Paisaje sonoro de Christoph de Boeck y el violín de Elisabeth Drouwé. Una musicalización con un efecto parecido al de un bajo continuo, que experimenta mutaciones y que alcanza clímax sonoros que, en algunos casos, coinciden con las mutaciones más ostensibles de las imágenes proyectadas.

Música e imagen no guardan una relación ilustrativa ni lógica, sino una conjugación inmersiva que afecta, progresivamente, a nuestra respiración y a nuestro sistema nervioso, por tanto, a nuestra sensación corporal.

Algunas de las imágenes, desde la cama deshecha de Delacroix, hasta La pesadilla de Henry Fuseli, se solapan como una especie de variaciones, o repeticiones alteradas, que generan un efecto hipnótico, para, poco a poco, producir un contraste con impresión de simetría. Ahí entramos en la imagen placentera del sueño, incluso en su erotismo, en la serenidad, en contraste con figuras más espantosas relacionadas con la muerte, con lo monstruoso.

Mientras hacemos este viaje imaginístico y sonoro, una actriz nos ofrece, en silencio, una tacita con una infusión muy aromática y caldosa. Una infusión suave, pero, a la vez, compleja en el exotismo de sus sabores a especias indescriptibles. La vista, el oído, el gusto, e incluso el tacto de la tacita caliente de cerámica delicada, están involucrados en esa entrada en Parasomnia.

Sala 2 – Patio – Piso 0. Sala de la Vía Láctea. Mural de vídeo a partir de Vía Láctea de Tintoretto. Se nos invita a contemplar, en cámara lenta, el inicio de la Vía Láctea y el envejecimiento de Zeus después de haber intentado volver inmortal a Hércules, ofreciéndole la leche de Juno, mientras esta duerme una siesta.

Sala 3 – Black Box – Piso 0. Sala del sueño. Tres camas suspendidas del techo, con una telas elásticas en las que adaptamos nuestro cuerpo y que, sin darnos cuenta, nos llevan hacia una posición fetal. Una actriz nos ayuda a introducirnos en la cama colgante. La luz es tenue. Nos balanceamos levemente en la penumbra mientras escuchamos una historia que suena al lado de nuestro oído, casi como un secreto o un murmullo. El texto es de Patrícia Portela y a mí me impresionó tanto que necesité escucharlo dos veces y aún seguiría escuchándolo más tiempo. “Hay en el universo suficiente oscuridad, como para que no tengamos que volvernos a encontrar tú y yo”, me pareció escuchar. Un texto sobre la necesidad de contarnos historias, de contarnos a nosotras y a nosotros y de que la otra persona nos cuente también y cuente con nosotras/os. Un texto sobre el amor y la muerte. Sobre la separación, sobre la soledad…

En el programa de mano: “Sheherazade nos cuenta la historia de nuestra contradicción: si adormecemos, perderemos la historia; si permanecemos despiertos, perderemos el espectáculo. Si nos fuésemos, matamos a Sheherazade. Si nos quedamos aplazamos apenas su muerte.

En la cama suspendida en el aire puedes sentir el peso de la gravedad y notar cómo tu cuerpo va reacomodándose según lo necesita, mientras escuchas esa historia susurrada al oído. Un relato entre fantástico, confesional, filosófico y existencial.

Sala 4 – Piscina – Piso 2. Sala del baño, espacio exterior que comunica, a través de una pasarela con la Sala 6 – Cocina Mala Voadora – Piso 1. Sala de la cena. Ascendiendo por las escaleras de un patio exterior, del brazo de Patrícia Portela, paso por delante de un espacio amplio exterior en el que hay una mujer en una bañera de madera, mientras otra mujer le aplica aceites, agua y hierbas aromáticas, en las piernas y los brazos. Atravieso la pasarela y me siento en uno de los sofás de la cocina blanca, que está abierta hacia ese espacio exterior del baño. Me siento y observo el baño. Me ofrecen un platito con una comida que huele muy bien (a base de queso, vegetales y frutos secos). Al acabar el baño de la joven, la actriz que la estaba bañando se acerca con un camisón blanco, igual que el que llevaba la bañista, para ofrecérselo a quien desee tomar el baño. Mientras, un actor vacía y lava la bañera, de manera casi ritual.

La primera vez que estuve en esta Sala no me atreví a tomar el baño. Quizás no tanto por vergüenza sino porque había algo que me lo impedía. Después, cuando volví a esa Sala lo vi claro, me lo impedía el prejuicio de sentirme “burgués”, de que una actriz, casi como si fuese una sierva, me fuese a dar un baño. Sin embargo, me di cuenta que eso solo era un prejuicio ideológico y que chocaba con la atmósfera y el simbolismo performativo del baño, que pude percibir mejor en la segunda visita a esta sala. Entonces, despojado de mi prejuicio ideológico, accedí al juego de ese ritual placentero de limpieza y de pausa. Entré en un cuarto para quitarme la ropa y ponerme esa blusa blanca amplia, la actriz me vino a buscar y me acompañó hasta la escultórica bañera de madera. Creo que es la primera vez, desde que era un bebé, que alguien me baña. Sobra decir que fue una experiencia literalmente excepcional, por su sencillez ritual y, al mismo tiempo, por su carácter extraordinario. La confianza que, de repente, depositas en otra persona que no conoces. La comunicación no verbal que se establece entre alguien que te ofrece un baño, que te baña, que masajea tu cuerpo con aceites, agua templada y hierbas aromáticas. El calor templado de la primavera en ese patio exterior, el sonido de los pájaros, el olor de las hierbas aromáticas… Nada que decir, nada que pensar.

Pegada a la cocina, desde la que se contempla, como he explicado, el baño, está la Sala 5 – Alcoba – Sala de los placeres. Una habitación pequeña, interior, muy acogedora. Sobre la cama y en alguna repisa, podemos observar objetos extraños relacionados con algún tipo de placer íntimo. Joyas de la colección de Acácio Nobre, una figura que remite a una obra anterior de Patrícia Portela. Un cepillo masculino íntimo. Un intensificador de placeres femenino y Pestañas de plata para insomnes. Apenas unos pocos objetos iluminados cálidamente, que nos sorprenden por la ingenuidad y aparente gratuidad de sus funciones y por el capricho de su forma. Unos pocos objetos que, además, depositados sobre una cama, en asociación con el tema de Parasomnia, con las imágenes yacientes de la Sala 1, con el yacer en la bañera, de la Sala 4, con las camas colgantes, de la Sala 3, y de la Sala 7, dedicada a las nanas y al adormecernos, se nos aparecen como una suerte de sinécdoque, una parte por el todo. El objeto-joya, para producir placer, abandonado en la cama, permitiéndonos admirarlo y, quizás, fabular sobre su utilización.

Después de esa Sala 5, acompañado por otra actriz, asciendo por unas escaleras en espiral hasta la Sala 7 – habitación-residencia Mala Voadora. Piso 2. Sala de adormecer. En medio del amplio suelo, tres alfombras rectangulares con sendos cabeceros, tipo almohada, de madera, con su hueco para encajar la cabeza y tumbarse. A la altura de una de las orejas un pequeño altavoz emite, en susurro, a capela, canciones del poeta y cantor Vinicius de Moraes y nos cuenta breves historias muy sencillas. La voz aterciopelada y suave de Thiago Arrais nos acaricia y produce el efecto de una nana.

Todo invita, en Parasomnia, a una participación pasiva. Velahí la rica contradicción: normalmente el espacio de la espectadora y del espectador en el teatro y la danza suele circunscribirse, precisamente, a la expectativa de quien mira dese de una butaca, se emociona, piensa y puede experimentar diferentes sensaciones más o menos definibles. A esa posición, podríamos decir, más convencional de la recepción, solemos asociarla a una cierta pasividad, aunque el conocido filósofo Jacques Rancière, en El espectador emancipado (2008), demuestre lo contrario, al probar la gran actividad que puede experimentar la espectadora y el espectador desde su butaca. Así pues, desde esta óptica, en la quietud de la butaca, quien mira el escenario, experimenta y tiene un rol activo, sin necesidad de que tenga que levantarse y mover su cuerpo o realizar actividades.

En Parasomnia, Patrícia Portela, diseña una instalación acompañada por actrices y actores, que no piden nada, que no dan instrucciones, solo ofrecen e invitan, sin la más mínima coacción. En esa instalación acompañada, la participación no implica la realización de actividades, por parte de lo que denominaríamos como espectadora o espectador, que aquí perdería su nombre de espectador o espectadora. Sencillamente entras en una especie de ritual entre balneario y onírico, sensitivo y ensoñado, físico y espiritual, sin la presión de sentirte ni objeto ni sujeto. No te sientes objeto, como suele acontecer en los espectáculos en los que se pide participación del público, porque aquí no te piden nada. No te sientes objeto, como suele suceder en los espectáculos participativos, porque en aquellos, de repente, tienes que subir o bajar a un escenario y sentirte observado y, de alguna manera, expuesto e intimidado por el resto del público que te observa y que, por tanto, de inmediato, también activa varias expectativas sobre lo que puedes o vas a hacer. Ahí suele aparecer el sentido del ridículo o de la vergüenza, el miedo escénico. Tú no has ensayado ni sabes a lo que te atienes, estando en desventaja respecto a los actores que sí controlan el dispositivo escénico.

Nada de esto acontece en Parasomnia, porque no te piden nada, como acabo de señalar, sino que eres tú quien entra y las actrices y los actores solo te acompañan o te ofrecen algo. Tu participación no tiene lugar en un escenario, ante la mirada atenta y expectante de una masa de público. Nadie te mira mientras participas, en todo caso, puede haber algún cruce de miradas, en algún momento del recorrido, con alguna otra persona, pero esa mirada es casual o no, sin convertirte, de ninguna manera, en un objeto de la mirada.

Tampoco te ves en una participación que demande de ti la demostración o la necesidad de mantener tu sujeto, tu yo, tu identidad. Me atrevería a afirmar que Parasomnia te invita a detenerte y, en cierto sentido, a desposeerte. Desposeerte, incluso, de ti misma/o, como sujeto, como identidad, como ser. Te invita a estar, a entrar en un estado de suspensión, de abstracción, de ensueño, liberado de tu subjetividad psicológica, de tus aprensiones o deseos. Es desde ahí, me parece a mí, que se da una participación pasiva y ecuánime. Una especie de meditación en el seno de una instalación-performance artística y, a la postre, trascendente.

Las actrices y actores que acompañan, invitan y ofrecen: Patrícia Portela, Célia Fechas, Mónica Coteriano, Leonor Barata y Anton Skrzypiciel, van vestidos con unos camisones blancos, descalzos, y se mueven con total serenidad, con actitud tranquila y simpática, con un cierto ritualismo. No hablan, apenas susurran alguna cosa cuando te guían o te invitan. Te miran amablemente, te sonríen. Son como una especie de congregación atemporal, con reminiscencias míticas, a un paraíso en el que el tiempo parece detenerse y las urgencias, los miedos, las aprensiones, las ansiedades, los objetivos… y otras contingencias necesarias o (auto)impuestas de la vida se esfuman.

 

P.S. – Sobre el trabajo de Patrícia Portela también puede leerse:

Experiencias Festival Oh! de Guimarães”, publicado el 09/04/2018. (Incluye una descripción de la pieza titulada Por amor! de Patrícia Portela)

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