Críticas de espectáculos

Pareja abierta / Dario Fo – Juan Margallo

«PAREJA ABIERTA», DE DARIO FO Y MARGALLO, UNA LECCIÓN DE INTERPRETACIÓN

En 1970 Juan Margallo se hizo famoso por estrenar -todavía con el régimen franquista-una espectáculo insólito para la época «Castañuela 70», en el Teatro de la Comedia de Madrid. Tanto don Tirso Escudero, propietario del local, como Juan Margallo, se vieron y se desearon para pasar la censura del ensayo general. Pero con argucias de todo tipo, lograron convencer o engañar a los censores y poner al público la citada obra, que no solamente fue un éxito colosal, dado sus connotaciones políticas, si no que quedó como un hito en la historia del teatro en España.
Poco después, Corominas, conseguía un éxito más o menos similar, pero de menos calado con, «Charly no te vayas a Sodoma», en el Teatro Alcázar. ¿Como pudo engañar a la rígida censura de la empresa Fraga, el citado Corominas? También otro misterio sin resolver, que dicen. Aunque conociendo a Corominas, nada podía sorprendernos. No hay paralelismos entre uno y otro ya que Margallo, era un ideólogo activista de izquierdas y Corominas sólo un sinvergüenza simpático.
Y yo ¿que hacía yo entonces y ante un panorama de este tipo? Había logrado un Premio y estrenar en un teatro Nacional mi primera obra, al mismo tiempo que lo hacía Antonio Gala, también con su primera obra. Era cuatro años antes, es decir, 1966. Después, estrené en teatro comercial (el «Maravillas» de la calle Malasaña) mi segundo título «Los nuevos burgueses», que venía de hacer su «premier» en el Corral de Comedias de Almagro, recién descubierto. Quizás fui el primero que presentó una comedia en ese espacio escénico del siglo XVII con el temblor y la emoción en las carnes y en la garganta. Siguiendo, (si mi memoria no me es infiel) en 1970 ya tenía tres títulos publicados en la Editorial Escelicer y, en ese año, convencí, nada menos, que al entonces polémico y progresista, arzobispo de Madrid Alcalá, Monseñor Enrique Tarancón, para iniciar un ciclo de teatro religioso, volviendo al medioevo del teatro en el templo, debutando en la iglesia de San Sebastian de la calle de Atocha, donde reposan los restos de Lope de Vega.
Esa fue nuestra movida de los años setenta.
Ahora en el 2002, a 33 años de todo aquello, de sueños, izquierdas y derechas, de esperanzado cambio, de ambición, seguimos vivos, al menos Margallo y yo. Y aunque estuvimos luchando en aparentes trincheras teatrales diferentes, eso que se llama la vida, que se llama el tiempo, nos volvió más humanos y nos acercó, de pura sorpresa, como no podía ser menos, ante el estreno de «Pareja abierta», primero en el Teatro Pavón y, luego de recorrerse el mapa de España, su regreso al Teatro Arlequín. Del estreno de Margallo en el Pavón, me quedó el gran escándalo que supuso, al reventar el aforo del local, con un público delirante, que no encontraba butaca libre y tuvieron que ver la función de pie, o sentados en el pasillo. Yo logré abordar, con singular esfuerzo, una butaca en las últimas filas. «Pareja Abierta», de Dario Fo, fué el gran éxito de aquella memorable noche. Yo conocía la obra de haberla visto representada por dos grandes actores en América. Un poco sosita. Margallo, con su olfato de hombre conocedor del gran público, la había transformado. Había introducido el teatro, dentro del teatro, un personaje más y, encima, desarrollaba la acción en un ring de boxeo. Así la obra, tenía, tiene, otra brillantez, y, sobre todo, la gracia de la que carecía el original, ahora, actualmente, cuando esto se publique, en el largo y cálido verano madrileño, nuevamente «Pareja abierta», en el Arlequín, según se nos informa hasta finales de septiembre.
Y he dejado, a propósito, lo más interesante, para el final. No quisiera caer en tópicos al elogiar. En realidad es una lección de interpretación que raras veces se ve en nuestros escenarios. Y digo una lección en el sentido literal del término. Para todos aquellos que quieran ser algún día actores, y para los que ya lo son. Para estos últimos es muy dificil, por no decir imposible, superar a estos tres grandes y !ay! no bien conocidos actores españoles, PETRA MARTINEZ (así, con mayúsculas) VICENTE CUESTA y JUAN MARGALLO, incluso por ellos mismos. Pero bién es sabido que detrás de todo gran actor está siempre la mano cuidadosa de un gran Director. De ese profesional oscuro, lleno de ingratitud en su oficio y que sólo a veces, sale a saludar, como un muñeco de trapo, ante la indiferencia del público. Aquí el Director, también se llama Margallo y se apunta un nuevo tanto en su trayectoria. La pieza discurre, diálogos, situaciones, parlamentos, gags, ritmo, expresión corporal, etc. como un aparato de relojería, tal es la compenetración o más bien la decantación del trabajo artístico del grupo. Margallo, pues, triunfa, nada menos que como actor -en un humilde papel secundario-, adaptador y director.
Yo se la recomendé a mi dilecto enemigo Juan Carlos Pérez de la Fuente, que se llevó el gran patinazo de su vida, con «El manuscrito de Zaragoza» y no pudo soportar mi exigente (como cargo político) pero justificada crítica y, en seguida, me llamó por teléfono para decirme atragantado: «Ya contraté a Petra». Como el que dice «¿qué más quieres que te diga, aya, yá, que más quieres que te diga». Tal «salidita» del Director del que debería ser prestigioso Centro Dramático Nacional, carece de comentarios. Se explica por sí misma. El caballero se autocalifica. No existen palabras. Sólo el Punto.

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