Y no es coña

Paseando con mi loro

Conforme pasan las horas, los días, las semanas, los meses y los años más me reafirmo en todo aquello que tiene que ver los principios filosóficos, es decir, los contenidos éticos, para que las estéticas que se vayan desarrollando no sean un mero capricho circunstancial, sino el fruto de una depuración de una concepción del mundo expresada en términos artísticos. Esto debe abarcar desde la producción, la programación, la gestión, para dar una cobertura y se propicie una creación en libertad, con un compromiso profesional que esté exento de oportunismos, de coyunturas favorables y que sea fruto de un contexto en donde se valore la trayectoria, los conocimientos, las capacidades, el riesgo, la innovación, el respeto a la tradición que no es otra cosa que conocerla para reconvertirla en lenguajes actuales, para los públicos de hoy.

 

No me quiero perder en retóricas. Dramaturgas, directores, actrices, escenógrafas, coreógrafos, bailarinas, iluminadores, sonidistas, maquinistas, y algún oficio que me dejo involuntariamente olvidado son el eje mollar, lo imprescindible, los que hacen que se produzca el hecho teatral y se requiere otro factor insustituible: los públicos. Y aquí entramos en un nudo que se debe atar y desatar con inteligencia, pericia, herramientas sociológicas modernas, educación, estrategias y mucha, pero que mucha capacidad de cambiar todas esas fotos fijas en las que vivimos atrapados desde hace décadas. Y hablamos de educación en valores artísticos y culturales.

No, no me he olvidado de la parte contratante, de los que tienen el dinero, la capacidad de decidir, los que desde despachos oficiales programan grandes instituciones, teatros de poblaciones de menos de veinte mil habitantes, de los que están al frente de consejerías, ministerios, direcciones generales que son los que con su acción pueden mantener lo actual o cambiar, quienes pueden mantener esta situación átona, o pueden ayudar a revertir el estado de las cosas, para que se concilie el presupuesto y la acción cultural de manera positiva, iba a escribir progresista, pero me dan miedo ciertas palabras que las carga el cinismo.

Así que mi loro me repite la palabra corrupción y no soy capaz de detenerme en una situación concreta, porque es fácil ver lo obvio, lo difícil es detectar la corrupción invisible, la corrupción velada, la corrupción de las ideas que llevaron a ciertas personas a los lugares que ocupan, pero que han renunciado a los objetivos fundacionales y se mueve en un estadio entre la paradoja de los números primos y la fama de los primos que se la compran.

Este calor ayuda a que se programen en lugares abiertos, que se abran nuevas expectativas, que se rescaten espacios historiados, pero las programaciones parecen salidas de los baúles de las productoras de oligopolio. ¿No tenemos solución? Sí la tenemos. Es cuestión de leerse dos libros con calma, que se recuerde de dónde venimos, que se mire a ambos lados de las fronteras para comprender que existen otras maneras de afrontar estos asuntos. Y poco más. Bueno, sí, romper esos círculos viciosos de gestores recién llegados y de larga trayectoria que no tienen otra idea que satisfacer a los amigos y que censuran obras de gran calidad por ignorancia dolosa. O corrupción de baja intensidad.

Está bien ir al teatro al aire libre, sentarse en sillas incómodas o en piedras, ver espectáculos de clase media a precios baratos, esto es bueno para la ciudadanía que durante el resto de año no pisa un teatro. Después viene la demagogia, los datos al final del verano sobre ocupaciones y a contar los beneficios, que es lo que parece importar.

La otra opción, a la que no voy a renunciar, es calibrar las obras, los espectáculos por su valor intrínseco, por su valor artístico, por su incardinación en los tiempos actuales de una manera estética adecuada. El pequeño compromiso de una actriz para hacerse carne con las palabras o una bailarina para hacerse poesía con su cuerpo. Eso que no se compra ni se vende. Eso que es arte escénico. Lo otro es el bochornoso resultado de una corrupción ideológica y antiartística, como dice mi loro.

Mi admirado Toni Pastor dice que somos los abuelos cebolletas, a los que nadie nos hace caso. Insistiremos Toni, porque la realidad nos da evidentes señales de que tenemos algo de razón. Y que lo que pedimos es simplemente lo lógico. Y podemos decir que ya tenemos el currículum completo, que estamos hablando a los estudiantes y recién graduados de hoy.

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