Y no es coña

Patafísica

Dudas. Preguntas sin esperar respuesta. ¿Para qué? ¿Para quién? El motor de casi toda acción interpretativa se convierte en un lastre cuando se enquistan las preguntas sin respuesta. Parece una actitud patológica seguir preguntándose para qué, por qué o para quién se hace el teatro o cualquier otra manifestación cultural. Pero se entiende que cada vez crezca la angustia, que se noten signos evidentes de cansancio, que haya personas, grupos, colectivos que estén a punto de tirar la toalla, de abandonar, de replegarse. Ante estos impulsos abandonistas, sólo cabe la persistencia, la inocencia resolutiva, abrazarse a los principios de la patafísica y aplicarlos en el quehacer cotidiano.

Nadie se puede tomar en serio casi nada de lo que dicen las autoridades incompetentes de la Cultura. Por lo tanto, huérfanos de liderazgo institucional, empujados hacia un mercado inexistente, la supervivencia debe ser un acto solidario y no una vuelta a los navajazos fraticidas. Hundido el barquito de papel que se vendió como un trasatlántico, debemos volver a nuestras lanchitas de plástico con remos minúsculos, para navegar por los riachuelos que todavía tengan algo de corriente. Seguro que en alguna orilla hay unos públicos que esperan las alhajas, las pequeñas joyas manufacturadas, los trabajos hechos desde la más clara intención teatral y no los aparatos propagandísticos de un mundo que dibuja en sus neones la soberbia capitalista. Parece imprescindible una vuelta a los orígenes. Pinchada la burbuja de los presupuestos tendentes al despilfarro, rozando siempre la corruptela, recatemos el compromiso con el propio teatro como única guía. Sí, radicalicemos el mensaje teatral, frente a la laxitud del todo vale y de todos querer hacer lo mismo con el único objetivo de enriquecerse, ofrezcamos fundamentalismo teatral y patafísica.

Hagamos teatro para los nuevos públicos, para nuevos cómplices que nos acompañen para ir formando una inmensa minoría que acabe con la primacía de la estulticia y el mercadeo. Olvidémonos de los viejos tics, de los clichés caducos, de los usurpadores. Demolición. El sistema actual no da más de sí, no tiene reparación, solamente se puede destruir controladamente, acabar con todos los privilegios y volver a empezar. ¿Cuántos quinquenios funcionariales se necesitan para una representación en un teatro público? Libertad de circulación de los montajes, de las obras. Liberemos a los espacios de exhibición de sus carceleros. Abramos las puertas, los escenarios para que renazca el teatro como un fenómeno libertario que contagie emociones, sentimientos, ideas, que comulgue con públicos no cautivos, sino libres.

La sociedad civil no emponzoñada con princesas del pueblo o del poder espera más de nosotros. Algunos sentimos en los años ochenta esa comunión con la parte más activa de la sociedad. Hoy todos nos perdemos en el chalet adosado y nos comemos los ideales en una barbacoa triste. No hay más solución que volver a ofrecer teatro que convulsione, que cuestione, que zarandee al adormilado cuerpo social, que salga al encuentro del futuro estético, ético, político de los nuevos tiempos. Mantenerse en esta agonía, en esta entrega a un inexistente mercado, a una repetición museística o a una simulación artística de baja estofa es asesinar al teatro, practicar un suicidio lento. Abajo el teatro muerto, complaciente, alienante, televisivo. Rescatemos el teatro y los teatros de sus secuestradores. ¡Viva el Teatro Libre! Merdre!!!!

 

 

 

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