Velaí! Voici!

Pausa en tiempo de estado de alarma

¿Y sobre qué voy a reflexionar esta semana, si a mí lo que me gusta es analizar espectáculos? ¿Qué puedo contar, si lo que suelo contar aquí es la relación que las artes escénicas nos proponen, cuando el estado de alarma, por el coronavirus, ha cancelado las relaciones sociales? Y cuando las artes escénicas proponen diversos tipos de relación de afecto y visión, ahora abolidos.

 

¡Qué difícil imaginarse una ciudad sin esas salas de teatro en las que el mundo, por fin, tiene sentido! Igual que imaginarse una sociedad humana sin música, sin poesía, sin historias, escritas, representadas o filmadas… sin sueños.

Este toque de queda, este parón, es una oportunidad para echar de menos las artes vivas. Aquellas que contagian satisfacción e inquietud a la vez, aquellas en las que hasta el disgusto gusta. Aquellas en las que la comunicación más animal, la del instinto, la de las sensaciones físicas, la de la piel, actúan en una reciprocidad entre la escena y la platea (en el caso de que esta división exista).

Estos días he visto retransmisiones, vía streaming, por internet, de piezas de teatro, he visto vídeos de teatro y de danza, pero no ha existido esa reciprocidad instintiva, sensitiva, emocional, a flor de piel, entre la acción artística, teatral o dancística, y yo. Tampoco ha existido esa palpitación común (comunitaria) implícita y secreta, intuida y sentida. 

Estos días de encierro casi he preferido leer o hacer yoga.

Me resulta curioso, cuando escucho la radio o miro las redes sociales, el énfasis por ofrecer alicientes a las personas que debemos mantenernos aisladas en nuestras casas. Ese afán por buscarnos entretenimientos posibles, con lo bueno que sería poder aburrirse. ¡Yo no consigo aburrirme nunca! Como si fuese necesario tenernos siempre ocupadas/os y entretenidas/os.

Quizás esta sea la oportunidad de realizar el mito de huir a una isla desierta. La isla es nuestra casa. Quien tenga la suerte de tener casa y con qué mantenerla.

La casa también puede ser nuestro cuerpo y esta reclusión una oportunidad para escucharlo, para ser espectadoras/es de nuestro cuerpo. Casi mejor eso que toda la batería de entretenimientos que se nos proponen desde las pantallas de redes sociales o de la televisión.

A la espera de tener otras cosas, ocupaciones y actividades, a la espera de volver a los teatros, tenemos tiempo.

Yo siempre me he quejado de falta de tiempo. Ahora se abre un paréntesis que, según parece, me regala tiempo, así… sin más.

Tiempo para echar de menos el buen teatro, la danza, el circo, la ópera… Tiempo para valorar lo que ahora no se tiene y para reivindicar ayuda pública a un sector profesional precarizado que este parón puede devastar.

Una pausa para respirar y tomar conciencia de lo necesario.

Una pausa sin miedo, sin las muletas del entretenimiento y de las actividades compulsivas.

Una pausa para pensar y para quedarse en blanco, para suspender la conciencia y escuchar el cuerpo.

Sin alarma. Una pausa.

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