Y no es coña

Primum vivere…

Patxi Larrainzar un cura navarro que se convirtió en uno de los grandes dramaturgos de los años setenta y ochenta, siempre reprochaba que se utilizaran latinajos o frases en latín en los titulares. Manteniendo el espíritu de su rebeldía lo dejo porque me ha salido así aunque no lo completo ya que está bien lo de primero vivir, pero no se ajusta a mi intención lo de diende philosophari (después filosofar), porque mi admiración, respeto, solidaridad y compañerismo con el grueso de la profesión de actor, me hace entender que lo de después de vivir es decir aceptar cualquier trabajo de teatro, cine o televisión, incluso de docencia para mantenerse, pagar el alquiler y la manutención y que una vez logrado ese estado lo siguiente se trataría de intentar hacer aquello que uno soñó, estéticamente me refiero.

Doy por sentado que se llega a la profesión en cualquier rubro de las artes escénicas desde la ilusión, la ensoñación, la sublimación de una práctica que puede empezar desde muy joven, el teatro en la escuela, entendido este concepto de manera amplia, en los grupos de teatro aficionados, que se puede pasar por un taller, una escuela privada o una institución que le proporcione una titulación. Ese paso dudoso, en ocasiones involuntario de una dedicación plena es el punto esencial, es cuando se vincula vida a una vocación o a un oficio. Si se llega a ese lugar desde la trayectoria, desde le trabajo en grupos independientes si se pasa por escuelas o es fruto de uno de los castings que le puede abrir las puertas a una producción de cine o televisión con un papel de reparto, todo puede verse con una mirada muy diferente.

Por suerte, lo repetiré a gritos si es necesario, por suerte no es obligatorio tener una titulación para acceder a las tablas, a los platós, a los micrófonos. Lo mismo que para ser periodista no es necesario ser licenciado, sino saber el oficio. Otra cosa que yo considere recomendable los estudios, pero los estudios planteados no solo con un destino final: el título, sino como la formación permanente, la realimentación de conceptos, de líneas de trabajo, de maneras de asumir su propio oficio, su propio arte. ¿O no es un arte la interpretación? Contesto yo, no siempre. Y ahí empieza el problema. En el momento en que actuar es una mera gestión mercantil, de intercambio de la fuerza de trabajo, por el salario, la cosa entra, por mucha filosofía barata que le queramos meter, en un terreno de renuncia absoluta.

Y es esa renuncia la que a mí me tiene un poco soliviantado. Se ha llegado a una situación en la que no existe debate artístico, no hay discurso escénico, se trata siempre de producir, de lograr productos de consumo que den muchos réditos económicos. Esto no es que sea lícito, sino que es imprescindible para mantener el eco-sistema teatral actual. Lo defiendo sin ningún tipo de reticencias. Pero noto a faltar otras vías, otras alternativas, otros riesgos, otros avances conceptuales, otras maneras de afrontar la creación, no solamente la producción. Y esto, con perdón, no lo hallo tampoco en las producciones de las salas alternativas. Y no digamos en las producciones de las unidades de producción de los diversos gobiernos, ni de algunos teatros de titularidad pública que en España son centenares, asunto que intentaremos tratar en próxima entrega de esta homilía lunática.

Existen, los hay, alguna vez los dejamos aquí en estas páginas relatados, son pocos, pero hay alguna esperanza o al menso confianza en que crezcan estas opciones en otro ambiente general. Temo que todo se esté atomizando de tal manera, que sea imposible poder contemplar si se trata de acciones espontáneas o es fruto de alguna tendencia, alguna escuela secreta, algún impulso que se dé en alguna sala de ensayos, en algunos talleres, en algunas programaciones.

Quizás sea una cuestión de tiempo, lo que sí advierto, y eso es algo positivo aunque sea fruto de cierta actitud oportunista es que cuando alguien sobresale, hace algo interesante, pronto puede entrar en los canales productivos imperantes, lo que les obliga, sin querer, a rebajar su apuesta innovadora, a trabajar con actores no tan dispuesto al riesgo y ello desemboca en algún avance que se va asentando de manera casi imperceptible en las nuevas producciones del teatro llamado comercial, que aparecen voces nuevas, aunque con sonidos viejos, que se renueva, muy poco y de manera muy dispersa la nómina de directoras y que vuelve a ser en el asunto de los actores y actrices donde los condicionantes son mayores. No existen apenas castings para teatro que no sea del denominado musical. Y un joven con pocos recursos interpretativos que tenga serie de éxito en vivo, tiene muchas más posibilidades de ser contrato.

Por eso, sí, primero vivir, pero ruego a todos los que puedan los que vivan, especialmente los que viven muy bien, que arriesguen con trabajos más avanzados, que no se dediquen a eso tan noble que es llenar los teatros con productos fáciles. O no solamente a eso.

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