La voz antigua

Propósitos de año nuevo

Normalmente cuando el año cambia de nombre o de dígito o de animal, entramos en un cierto trance-vorágine-espiral de propósitos de año nuevo por cumplir; dejar de fumar; si es que no se ha hecho ya; dejar de comer; imposible por lo insano y peligroso pero matizable, dejar de comer…dulces, chorizo, embutido, queso y todo aquello que nos alegra el día y por tanto es tan difícil de dejar; dejar de beber; en su vertiente social o en soledad. Dejar de…hacer, soñar, construir, en definitiva, dejar.

Me pregunto por qué los propósitos, por qué estos propósitos de año nuevo, se plantean habitualmente en términos negativos y me pregunto por qué no los planteamos en términos más positivos, más luminosos, que sumen en lugar de restar, que en lugar de ser un propósito que nos oprima por su obligado cumplimiento supervisado por la conciencia omnipresente, sea un propósito que en la libertad de ejecución traiga su beneficio incorporado, unos propósitos que nos hagan más felices en lugar de más competitivos o socialmente aceptados. Propósitos absurdos y saludables: sonreír más; a todo el mundo, a la pareja, a los amigos, a los hijos, a los padres, a la gente que te cruzas por la calle, a la gente que conoces, a la gente que no conoces, a todos; sonreír hasta que la sonrisa se haga carcajada y acabemos todos muertos de risa; decirle a la gente que le quieres, nunca se quiere lo suficiente y nunca es demasiado pronto ni demasiado tarde para decirlo, se dice y se hace, o se hace y se dice, tan sencillo o tan difícil; y jugar, con tus hijos, con los hijos de otros, con los hijos de tus amigos, con tus sobrinos, con los niños desconocidos que en la calle te atrapan con la mirada y te hacen cómplice por un segundo de un mágico juego invisible.

Sonreír, querer, construir, crear; no son propósitos de año nuevo resultantes de un estado naif post-navideño, son propósitos reales, pensados y meditados y compartidos, desde la necesidad de que cada día sea un poquito mejor para todos. Creo que estos propósitos, que probablemente a más de uno le den risa, son más complicados de cumplir que muchos otros a los que estamos acostumbrados y que son mucho más serios y sesudos, y también creo que son secreto de muchas realidades a las que todavía no tenemos acceso, bajo las nubes perennes del ceño fruncido.

Hago un brindis y un propósito de año nuevo por la sonrisa y por la risa y por la carcajada; que retumben los teatros con la risa de los niños en los cuerpos de los viejos y que nos infecte a todos de una alegría que nos ayude a ver las cosas con otro color y que nos de fuerzas para construir una nueva realidad con los pedacitos de otras realidades que merecieron ser vividas y se marchitaron sin llegar a ver la luz, con los pedacitos de otras realidades rescatadas de pasados naufragios.

Ayer en un periódico de tirada nacional, un anciano de 93 años, Patricio Azcárate, decía que estábamos en un «periodo prerrevolucionario», y quizás tenga razón, quizás estamos en una época de cambio, de cataclismos sociales y económicos, quizás los modelos a los que ahora hemos estado adscritos de una forma u otra ya no funcionan, están caducos, sobre-utilizados, infra-utilizados, mal-utilizados, ya no funcionan y a lo mejor a lo que ahora llaman crisis sea el final de una era.

Quizás nos ha llegado la hora del cambio. Afrontémoslo con una sonrisa y pongámonos a ello. Nadie dijo que fuera fácil y de hecho no lo es. ¡Por la revolución que viene!, que nos devuelva la sonrisa.

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