Y no es coña

Publicar libros no es editar

En el centenario de Fernando Fernán Gómez se están escuchando tantas exageraciones panegíricas, que cuesta asimilarlas sin haber pasado una tarde a la sombra de una higuera libando alcaloides con refrescos. De todas las cuestiones que se han planteado, la que me parece más relevante es su capacidad de escritura. Después de hacer centenares de películas, unas decenas series, actuar sobre las tablas, le quedó tiempo para escribir novelas, memorias y obras de teatro, algunas de las cuales se pueden considerar, desde la mirada actual, como referencias. Cada cual puede rescatar de su memoria montajes teatrales, películas, series o en mi caso sus memorias. Ejemplares. 

Al ver la cantidad de obras de teatro escritas, las que posteriormente adaptaron, me devuelve a una obsesión que nunca me abandona desde que tuve la idea (no sé si mala o buena) de publicar textos dramáticos de autoras vascas. Nuestro primer libro fue en doble versión, euskera y castellano, y aprendimos de manera fehaciente que era un error. A los euskaldunes les parecía superfluo su edición en castellano y a los monolingües en castellano, les ofendía la versión en euskera. No encontramos distribución. Ni acomodo en ningún estantería de librería. Una lección dura, pero que a la postre se convirtió en un acicate.

La obsesión recurrente es plantearse las preguntas, ¿para qué, para quién, por qué se editan textos dramáticos cuando existen decenas de lugares que los sirven gratuitamente y si sus autoras los proporcionan sin ningún reparo desde sus propias páginas web? Contesto por alusiones. Empezamos a publicar hace veinte años, la situación era diferente y llegamos a una conclusión en nuestro entorno que elevamos a categoría casi universal, pensando que no se publicaban los muchos textos que de alguna manera u otras conocíamos y que pensamos nuestra labor podía contribuir a reparar esa circunstancia temporal. Ese fue nuestro impulso. Nunca, jamás, nos lo planteamos como una línea de producción que obtuviera ingresos. Pensábamos que, si podíamos cubrir los gastos de impresión, se revertía para seguir publicando. 

Hoy creo que ese espíritu, que de alguna manera mantenemos en nuestros códigos secretos, nos ha colocado casi en la irrelevancia. No hemos sido agresivos. No hemos sabido defender nuestro territorio como editorial independiente. Ni a nuestros autores. Tuvimos un acierto innegable: el Premio Internacional Artezblai de Investigación en las Artes Escénicas, que nos ha mantenido en un nivel importante de conocimiento del pensamiento más allá de las escenas. Cuando arrancamos éramos los únicos. Pronto nos unimos con nuestros cómplices mexicanos Paso de Gato para relanzar otro premio Internacional de Ensayo. De estas dos acciones directas, sin retóricas, nos sentimos muy orgullosos. Y de los libros premiados, con todas las complicaciones, mucho más. Podemos asegurar que abrimos una línea para dar visibilidad a muchos estudios de importancia

Al grano: hoy, lo más barato es la impresión. Antes debíamos hacer tiradas de mil ejemplares, de quinientos en los casos de mayor temeridad sobre sus resultados. Y eso nos condenaba a facturas largas, a almacenes anchos y altos. A hipotecarnos de manera extensa. Hoy, con la edición digital, se publica de pocos en pocos ejemplares. Lo que acorta facturas y almacenes. Esta circunstancia explica, de alguna manera, la proliferación de editoriales dedicadas al texto dramático. Las institucionales y las privadas. Y como tengo doble vida -también soy librero especializado-, puedo asegurar que existe una inflación de títulos, de autores y autoras que, si no se autoeditan, lo parece, de una eclosión que lleva a crear una burbuja, quizás un espejismo que anuncia de manera débil un gran momento de la dramaturgia española, así, en general. No seré yo quien la niega. Sí que dude.

Parafraseando a Jardiel, ¿existieron alguna vez cien mil dramaturgas y dramaturgos con entidad para figurar en los catálogos de las editoriales? Por obligación, soy lector de textos. Por vocación voy a ver los espectáculos y obras de los dramaturgos y dramaturgas más nuevos. Viajo por el mundo iberoamericano y veo las decenas de iniciativas de publicación de las nuevas dramaturgias portuguesas, colombianas, mexicanas, ecuatorianas, argentinas, chilenas, peruanas, brasileñas, guatemaltecas. No sigo. En todos los lugares, en todos los encuentros, los que propician estas publicaciones argumentan lo mismo: hay pocas publicaciones de textos dramáticos.

Acabo de levantar la vista de este ordenador donde escribo y en esta sala donde estoy, hay más libros con textos dramáticos que en el noventa y ocho por ciento de las bibliotecas públicas de toda la península ibérica y América. Es un vicio, una manera de ocupar espacio. ¿Todos los libros contienen obras que uno piense que deben publicarse o, mejor aún, ponerse sobre los escenarios? No contesto, porque sería absolutismo, pero a mi entender, está claro que muchos de esos textos no pasarán de ahí. 

Por lo tanto, viendo cómo se publican las obras desde las instituciones, cómo se propician publicaciones al por mayor, cómo no existe un criterio sectorial para encuadrar mejor estas actividades, hoy, para concluir con mis disquisiciones solamente puedo asegurar que no es lo mismo publicar libros, que editar libros dentro de una idea general, un plan, unos objetivos de carácter cultural, además de buscar una posibilidad real de ser viable económicamente. Lo digo en un momento en que, este que tanto los quiere, está pasando una auténtica crisis vocacional. Acabamos de publicar un libro majestuoso, “Los Cinco Continentes del Teatro” de Eugenio Barba y Nicola Savarese, una inversión descomunal. Ha sido una impresión en offset, debido a la calidad del papel y las fotografías, y me temo que puede ser un empujoncito más para caer en una quiebra técnica. 

Por otro lado, seguimos con los autores y autoras que quieren estar con nosotros. Algunos que hoy son “figuras” se estrenaron en nuestra editorial, pero encuentran más comodidad y proyección en otras que prometen más y mejor. Podíamos haber presionado, pero creemos que en esto se está para servir, no para servirse. Tenemos una malísima costumbre: no firmamos contratos. Un apretón de manos sella el compromiso. Nos vale, es casi parte de nuestro patrimonio esta confianza mutua. Se debe señalar que sí hemos firmado dos o tres contratos con autores patrios y, sobre todo, es práctica habitual firmarlos cuando hemos pagado adelantos para la traducción de textos de Teoría o Práctica que tenemos en exclusiva.

Las dificultades estructurales nos llevan a cometer excesivas erratas, a pasar faltas de ortografía de las que uno se sonroja, fruto de una falta de dedicación absoluta, de no poder contar con nadie más para impedir estos errores solucionables. Pedimos perdón a todos y todas a quienes no los hemos acompañado de la manera más eficaz y pulcra. También a quienes están esperando que salgan sus libros que en ocasiones llevan más de un año de retraso. 

Mi destino personal está marcado. Sigo aceptando participar en jurados de premios de obras de teatro. Seguimos colaborando con premios de textos dramáticos publicando al ganador. Por lo tanto, contribuimos a la inflación, al caos. Nos creemos que nuestros libros, nuestras autoras son necesarias e imprescindibles. Y es lo mismo que piensan las otras editoriales. Alguien, en algún momento, debería juntar a todas estas editoriales que se dedican, con exclusividad o con preferencia a las artes escénicas, a sentarse a hablar profesionalmente, sin tapujos, no sea que un día nos despertemos con demasiadas frustraciones y deudas. Y se haya evaporado el espejismo.

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