¿De qué sexo es la palabra?

Pulso

Cada vez que escribo, o intento ordenar palabras con una poética personal, escucho música, pero es sólo una canción, no importa mucho su elección, sino usarla hasta el cansancio. Nunca me preocupé o intenté descubrir el por qué de esa reiterada acción, porque cuando los caprichos son inofensivos y traen resultados, uno los deja suceder, y es más: los alimenta.

Pero , el otro día detecté un por qué, quizá sea una explicación que me gustó darme, o sugerirme. Esa reiterada escucha en una misma canción es la forma de generar memoria unida a un ritmo y cuando no sé hacia donde ir para buscar las palabras que se me van o me abandonan, la canción no solamente las trae, sino que me las trae con ritmo. El pulso de la memoria. Me gustó pensarlo así y desde ese lugar escribir.

El pulso de la memoria en la escritura del presente que inmediatamente se hace pasado propio que a nadie interesa. Un pasado inconcluso, plagado de mentiras evidentes , personajes atrasados y pliegues absurdos en espera de ser descubiertos. Esa memoria vamos articulando los que nos relacionamos con la palabra escrita, y a veces también con la palabra hablada. Doble virtud imprescindible de la dramaturgia: palabra escrita y palabra sudada, anteriormente la nombré: palabra hablada. Aunque procesando mejor la información, la palabra experimentada fiscamente por el actor, es palabra sudada, no necesariamente la palabra hablada posee el sudor que sí baña el texto a los actores en la escena.

Esa palabra que antes estuvo quieta, en espera de ser amada, odiada, violada, y dilatada como una vulva excitada. La palabra está ahí, en silencio, sin sonido, esperando las voces lectoras o las voces corporales, ¿cuántas voces se descubren, desvelan, en la palabra que espera en silencio?

Es por eso que la música impone, piensa e instala ritmo. La misma música nos recuerda quiénes somos y qué estamos haciendo: produciendo textos. Uno a veces con músicas diversas, se va, huye, y se retira a los cielos que están debajo de la cama, en la copa, en el vino, en el beso, se olvida, y se cree inmortal, invencible. La materialidad y sus deberes nos arrinconan las paredes de la carne, y pide. La materialidad pide como un amante nuevo.

Las palabras son las esposas que nada piden, en silencio, al borde, en el orillo de la cama, con el cuerpo prendado de deseo, esperan al hombre que se la lleve a sudar, sin tiempo, y con la promesa de no ser devueltas enteras.

Mientras sigo escuchando sin parar a Iyeoka en su bellísima canción «Simply Falling».

El pulso y la memoria han dado resultados, y acá va el artículo.

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