Y no es coña

Que la marea no te arrastre

Ha sido una semana cargada de emociones personales, teatrales, políticas. Reitero mi animadversión a los obituarios. Hace años que no acudo a ningún sepelio ni otra actividad colectiva del ritual. He aprendido a guardar en mis altares interiores todas las velas, todos los rezos, todas las jaculatorias. El dolor por una pérdida es material que va agrandando mi magma que espero algún día explote en un volcán ordenado, no solamente en estas homilías luneras que cada semana me retratan y condicionan casi toda la capacidad de apartarse de la maldita vanidad de creerse que se puede navegar por la realidad con bandera pirata. Formamos parte de un conglomerado de necesidades, obviedades y coincidencias que conforman una personalidad, no siempre bien encauzada.

 

A veces sucede que entre las hojas otoñales de las programaciones aparecen majestuosas joyas escénicas. De todos los formatos. Una acumulación que debe ser difícil de asimilar por rentas de convenio. Hablo, en esta ocasión, de Madrid, donde los estrenos en sus teatros institucionales han deparado buenas sensaciones y en ocasiones, mejores virtualidades para entender la magnitud de la inversión pública en las producciones independientes, del apoyo a los talentos sin más condicionantes que su propia capacidad para proporcionar a los públicos espectáculos bien armados, con idea de trascender, con una proyección que exceda del mercado, ese condicionante en todos los órdenes de la vida económica, pero que colocado en el de la Cultura en general, pero en el de las Artes Escénicas en particular, se convierte en una trampa colocada por los jabalíes de la producción industrializada y mercantilizada, que, por cierto, alguno de ellos, copan la cartelera madrileña con tres espectáculos en dos salas institucionales y en una propia, con montajes coproducidos por el Festival de Mérida. Es una genialidad de producción, un triunfo sin nada que objetar en cuanto a generar recursos privados a partir de inversiones públicas, pero, a mi entender, es un síntoma grave de una tendencia al oligopolio que roza el totalitarismo que debería alertar a los responsables políticos, a no ser que sea eso lo que desean, propician y aplaudan. Que no me extrañaría. 

Por frases como la anterior, que obviamente me podría ahorrar, porque un porcentaje muy elevado de los gremios teatrales depende de la magnanimidad del propietario de esa empresa triunfante, me encuentro con actitudes de algunas personas que me dejan perplejo. Yo creo que la obligación de todo ciudadano es, si conoce de alguna actividad sospechosa de ser o rozar el delito, la de denunciarlo. Supongo que lo ideal es reunir documentación e ir a un juzgado. Pero cuando hablamos de un territorio tan endeble como las artes escénicas, y siendo uno, como es a ratos, miembro de un ejército secreto de salvación de la ética profesional, llamar a las cosas por su nombre, es un deber. Ni una heroicidad, ni valentía, ni nada parecido. Desde el máximo respeto, analizar, opinar, verter lo que se sabe, a veces de manera clara y otras camuflada, para no despertar los instintos vengativos de quienes poseen aparatos judiciales, despachos de abogados y conexiones directas en los partidos locales o generales que gobiernan, es una obligación.

La otra semana acudí ufano a Zaragoza a ver un espectáculo de Alquibla Teatro que se presentaba en el Festival Rayuela21 que organizan un colectivo de reciente formación que reúne a varias compañías y grupos de todo el Estado con una trayectoria bien consolidada. Hablé antes con Antonio Saura, anunciando que iba. Le pedí que me invitara. Y su respuesta fue entusiásticamente positiva. Se dio la circunstancia que aproveché para ver a Esteban Villarrocha por primera vez tras su ictus, le dije qué día y decidió que era un buen motivo para salir de su casa desde hace meses para ir a ver una obra de teatro. En ese punto fue él quien tramitó las invitaciones, para Susana, su compañera y nosotros dos. Hay constancia con fotografías incluidas. Fue muy emotivo, me sentí muy bien, todos los allí presentes le trataron con el cariño que se merece su larga dedicación al teatro en Zaragoza y todo el Estado.

Todo muy bien. La obra duró cerca de dos horas y lógicamente el cansancio hizo mella en un hombre reponiéndose de un ictus sentado en una silla de ruedas, y ellos se fueron, mientras yo me quedé porque se anunciaba un coloquio y, además, me apetecía saludar a los viejos amigos, como así fue. En una broma, una chanza al saludar a una persona a última hora se me insinuó que existía algún problema con esa persona. Y tirando un poco del hilo, insisto, en bromas, descubrí que la realidad era que, al menos, una persona de la organización de ese festival, me consideraba persona “poco” grata. De tal modo que vetó mi presencia en alguna actividad. Cuesta creerlo. Pero así parece haber sido. Aceptar un veto, es vetar. Y eso me fastidia un poco más.

Cierto es que nunca fui invitado, que me auto invité a través de Antonio Saura, que al final mi entrada fue a través de Esteban Villarrocha. Viajé desde Madrid por mi cuenta, me alojé en casa de los Villarrocha/Cuñado, me pagué la cerveza que compartí al final de la representación. Esto me alivia mucho. No les debo nada. Pero estoy dolido. He esperado a que termine el festival, a que saquen sus conclusiones, pero me descoloca que exista un lugar, el Teatro de las Esquinas, al que creo siempre he tratado con admiración, respeto y complicidad, al que no podré ir, y no por voluntad propia. Repasando mi relación con este edifico y quienes lo gestionan, me lo enseñaron al principio de una manera muy amigable, las veces que he estado creo ha sido a través de festivales o ferias, es decir, no he estado en su programación directa, pero nunca me sentí lejano, sino todo lo contrario, hasta este momento.

He intentado que repose este episodio en mi casilla del rencor, procuro que no me lleve la marea y deje esta situación en una anécdota muy desagradable. Estoy acostumbrado a estos vetos desde instituciones y oligarcas, pero con los que consideraba mis pares, no me lo esperaba. Confío que la asociación se siga consolidando, que se haga una segunda edición de este festival, y si la sede es en otro teatro, que no me den ningún privilegio, pero tampoco ningún veto. Profesionalmente tanto en la Revista ARTEZ, como en el periódico digital www.artezblai.com, hemos cumplido con nuestra obligación informativa dentro de nuestras limitadas posibilidades.

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