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Que la risa nos robe un rato, Señora Supina

Estamos en un momento más que difícil. La pandemia nos está complicando mucho la vida. En Galicia llevamos todo el mes de febrero con los teatros cerrados y las ciudades cercadas perimetralmente. Las artes escénicas, que se fundamentan en compartir una experiencia en un mismo espacio-tiempo, están resultando especialmente afectadas. La cautela y la preocupación, incluso, a veces, la alarma, en los momentos más complicados de la tercera ola de contagios, están haciendo mella en nuestros ánimos.

 

A veces pensamos en el papel revolucionario y humanizador de las artes escénicas, su función ritual y trascendental, su capacidad para hacernos tomar conciencia sobre ciertos asuntos y, desde ahí, contribuir a un aprendizaje y a un cambio. Pensamos en el papel aglutinador de las artes escénicas, en su capacidad para crear comunidad y para emocionar y hacernos reflexionar. Pero, en momentos como este, en el que comenzamos a estar un poco saturadas/os de tanta comunicación a distancia, de tanta pantallita de teléfono, tableta, ordenador, televisión, etc., de tantas videoconferencias, de tantas horas de vida invertidas o gastadas tras las pantallas, en estos momentos yo no solo echo de menos los encuentros con las amistades, sino también los teatros con la proximidad entre las espectadoras, los espectadores, el escenario…

En estos momentos, incluso, echo de menos la comedia más popular y ligera. Esa que es capaz de vencer nuestros prejuicios y liberar nuestra risa de manera irremediable. Una comedia que nos robe, que nos saque de donde estamos. Una comedia que nos entretenga tanto que se nos olviden todas nuestros afanes, gustos y disgustos.

¿Es esto posible? Claro que sí.

Hace unos cuatro años, en abril de 2017, salía muy contento de un taller de cuarto curso de la Escuela Superior de Arte Dramático (ESAD) de Galicia, después de asistir a un ejercicio realizado por alumnado de escenografía, interpretación, dirección escénica y dramaturgia. Un ejercicio que se había convertido, por el buen hacer y la entrega, en un espectáculo teatral eficaz y atrevido. Unos meses después, ese espectáculo ganaba un premio en el certamen Juventud Galicia Crea 2017 de la Xunta y el grupo se constituía como compañía profesional y comenzaba a hacer funciones por la red de salas, teatros y auditorios de Galicia. La compañía se llama Señora Supina y el espectáculo al que me refiero, escenifica la obra 5 Lesbians Eating a Quiche (2011) de Evan Linder y Adrew Hobgood, titulado Cinco mulleres que comen tortilla.

Al salir de la escuela, después de ver aquel taller de cuarto curso, escribía lo siguiente en mi Facebook:

 

“Hoy he asistido a una comedia divertida en la ESAD de Galicia, presentada como Taller Integrado de 4º curso (Interpretación, Escenografía y Dirección escénica y dramaturgia).

Sí, Cinco mulleres que comen tortilla es una comedia divertida y fantasiosa, dirigida por Javier G. Lojo e interpretada con una entrega total por Nola Drake, Alba Outeda Barral, Raquel Ferraz, Laura Quintas y Gabriella Álvarez Modesto.

Hay una coralidad que nunca pierde el pulso rítmico, ni en los ceremoniales paródicos, ni en los números de musical, ni en los sketches más rocambolescos.

El formato se acerca al del show televisivo, incluyendo al público en el juego ficcional de esa reunión de una hermandad femenina, adoradora de los huevos de gallina y de las tortillas. Sus maneras rozan un surrealismo delirante de estética pop, estilizado hacia los años cincuenta en los EEUU. 

Los personajes de esta fantástica congregación se declaran herederas de la gran Gertrude Stein.

Cinco mulleres que comen tortilla es la comedia de una sociedad secreta de lesbianas, que serán las únicas supervivientes en todos los EEUU después de un ataque comunista soviético. Un ataque que sucede justo cuando la hermandad celebra, con gran pompa y boato, su concurso anual de tortillas.

El espectáculo está muy bien medido rítmicamente, en la dosificación de las presentaciones de personajes y de los efectos derivados del espacio escénico y de los objetos, también en los contrapuntos y contrastes en las actitudes y en las intenciones de las actrices, así como en las dinámicas de su disposición espacial. También en los múltiples juegos de repetición y variación coreográfica.

La energía chisporroteante de la comedia está siempre presente, con leves contrastes, como el del monólogo de Nola Drake sobre una escena traumática y grotesca de la infancia de su personaje.

Las luces y las músicas acompañan ese ambiente desenfadado e impetuoso, colaborando en la creación de clímax dramáticos y, en algunos momentos, en puros coupes de théâtre de estilo casi circense.

Estoy contento de ver el trabajo de un alumno que, dentro de las convenciones de la sitcom, y del juego con referentes teatrales muy reconocibles, ha sido capaz de darle un toque personal y extraño.

Estoy contento porque Cinco mulleres que comen tortilla es de ese teatro en el que el juego y el encuentro con las espectadoras y los espectadores están en primero término. Un espectáculo sin pretenciosidad, que ofrece lo que puede ofrecer y que lo hace con total entrega y convicción.

Una pieza que busca una diversión liberadora y revitalizante, en una estética camp plenamente asumida por todo el equipo artístico.

¡También hay que reconocerles ese atrevimiento! ¡No es fácil transitar la estética camp y darle el fuelle preciso de comedia! Y, aún así, salen victoriosas del empeño, con brillantez.

¡Ah! Y otra cosa: estas alumnas demuestran las competencias actorales: se les entiende todo lo que dicen, se saben mover por el escenario y dirigirse al público con total desenvoltura, habilidad y simpatía.”

 

Hoy, encogido entre las circunstancias de la situación pandémica que nos está tocando vivir, recuerdo y valoro este trabajo de la Cía. Señora Supina, como una especie de balón de oxígeno.

En aquel momento no lo conté aquí, pero ahora, a 14 de febrero de 2021, cuando escribo esto, quiero contarlo para reivindicar la risa y el pasarlo bien juntas/os. Quiero contarlo también porque la Cía. Señora Supina continúa ofreciéndonos, cuando las circunstancias lo permitan, esta comedia, con guiños a la estética del cómic y de la foto novela, con coreografías muy divertidas y composiciones casi fotográficas. Una escenificación colorista y festiva, con un punto pin-up o ye-yé. Actrices que juegan y disfrutan de las marcas más reconocibles de la feminidad, divirtiéndose y gozando de ser mujeres y acabando por liberarse de la predeterminación heterosexual mayoritaria. 

La sociedad de Susan B. Anthony, hermanas de Gertrude Stein. Dos nombres que resuenan en diferentes momentos de la función. El de la primera sufragista norteamericana, Susan B. Anthony, una de las más importantes reformistas de la historia, luchadora antiesclavista y por los derechos de las mujeres y el de una de las principales adalides de las vanguardias artísticas de principios del siglo pasado, Gertrude Stein, precursora de la dramaturgia posdramática, con sus lúdicas lanscape plays (piezas paisaje), ¡ah! y una lesbiana reconocida, que nunca se privó de acudir a cualquier acto con su pareja.

Además de todo lo señalado y complementándolo, Cinco mulleres que comen tortilla es una parodia de los rituales sociales, de los gremialismos y corporativismos, de los patriotismos de banderita y postal. Parodia de los concursos televisivos que le sacan punta al ridículo y a nuestra capacidad de transgredir el decoro, incentivadas por un afán competitivo y exhibicionista.

Uno de los prodigios de esta comedia, paródica y casi circense, con sketches estrambóticos, es que el elenco, al que se ha sumado Raquel Crespo (que substituye a Laura Quintas), consigue generar euforia en el público, como si estuviésemos en un concierto de rock, en un partido de fútbol o, mejor aún, en el Festival de Eurovisión. Porque al regusto pop y retro, casi vintage, hay que sumarle el rollo petardo que se traen.

Pero la comedia también deja pequeños espacios para los contrapuntos dramáticos, como ya he apuntado, en escenas que abordan asuntos traumáticos de la infancia y de cómo la vida, sus usos y costumbres, nos marcan y, en muchos casos, nos cortan las alas. También el tema de la maternidad emancipada respecto a la institución tradicional de la familia.

No obstante, temas aparte, ¡que la risa nos robe un rato! Así con muchas erres y muchos colorines.

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