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Quico Cadaval y el espectáculo de la narración oral

En Galicia y, seguramente, en muchas otras culturas y tradiciones, la narración oral constituye una de las manifestaciones populares más antiguas de entretenimiento y transmisión de saberes. Desde la poesía gallego-portuguesa medieval, recitada por trovadores, hasta las historias que, a día de hoy, siguen contándonos nuestras narradoras y narradores orales, la palabra, en su dimensión vocal, más encantadora y vibratoria, nos atrapa en una suerte de mitos populares en los que se recoge la particular idiosincrasia de un pueblo.

 

La narración oral se acompaña de la actitud y del gesto vocal y corporal de quien la profiere. Descripciones, diálogos indirectos, breves reflexiones, quizás con cariz teórico o filosófico, un amplio dispositivo léxico y fraseológico que caracteriza y contextualiza un ecosistema cultural y lingüístico determinado, etc., conforman el arte de introducirnos en esas historias. Unas historias que guardan unos valores éticos y humanos determinados y que, en relación a ellos, contribuyen a despertar, en la recepción, una cierta consciencia al respecto.

Otra de las características que siempre me ha llamado más la atención en el arte de la narración oral es su capacidad para estimular y generar paisajes escénicos, decorados y caracterización de personajes, de gran diversidad y riqueza.

No recuerdo ahora quién fue el crítico o teórico que formuló el concepto del “decorado verbal” en las obras de William Shakespeare, para referirse a que el bardo inglés no escribía didascalias en las que anotase como debían ser caracterizados los personajes ni la ambientación escenográfica de las escenas, sino que, los propios personajes, a través de las réplicas verbales, describían al público el entorno en el que se encontraban en el momento de la acción. De manera parecida a los personajes shakespearianos, el narrador oral también dibuja, con sus palabras, todo el contexto en el que se desarrollan los sucesos de la historia que nos cuenta. Y se trata, sin embargo, de un dibujo que suele estar hecho con los trazos fundamentales, sin acabarlo, para estimular nuestra cooperación y hacer que, con nuestra imaginación, completemos esos paisajes, esos espacios y esa apariencia de los personajes.

Así mismo, hay historias de miedo y las hay de risa y humor, de muchos colores de humor, claro está, hasta llegar a mezclar humor con terror y risa con miedo.

Recientemente se celebró la 36 Muestra Internacional de Teatro Cómico y Festivo (MITCF) de Cangas do Morrazo y una de las figuras centrales de esta edición de 2019 fue el dramaturgo, director de escena, actor y narrador oral, Quico Cadaval, reclamado, por la MITCF, como cómico.

Quico Cadaval fue quien realizó el pregón de apertura de la 36 MITCF, el 28 de junio. Una disertación cómica sobre la comicidad. Porque Quico es así, muy posdramático y, como si fuese una obra de arte contemporánea viva, hace que la forma sea igual al contenido. O mejor aún, hace que desparezca el binarismo forma/contenido.

Cadaval nos descubrió algunos de los secretos del humor, a modo de revelaciones divertidas. Por ejemplo, la diferencia entre el humor de los pueblos oprimidos, como el gallego, o el de los pueblos opresores, como puede ser el británico, radica en que el humor de los pueblos oprimidos recurre a la ironía, mientras que el humor de los pueblos opresores recurre al sarcasmo. También aprendimos que riendo movemos más de medio ciento de músculos y que eso es muy beneficioso para la salud. No obstante, también aprendimos que “sachando” (cavar a mano, con una especie de pico, la tierra para prepararla para el cultivo) aún se mueven más músculos. Supimos que la risa es contagiosa y que ese mecanismo nos viene directamente de los macacos. Sin embargo, Cadaval, recordó como su padre, en la taberna que regentaba, amonestó a un vecino, que estaba bebido y muy alegre y pretendía contar un chiste, pero no conseguía contarlo, porque él mismo se meaba de risa por la gracia que le hacía el chiste que iba a contar. Entonces, el padre de Quico le interrumpió: ¡Pero cómo vas a hacer reír a alguien si no eres un hombre serio! Conclusión, el humor y los chistes se hacen para los otros, para que se rían los otros y para eso es necesaria seriedad.

No obstante, quizás, el punto más polémico del pregón, vino referido a la defensa de que el humor puede ofender y eso no es necesariamente negativo. Un guiño contra el “buenismo” imperante y lo políticamente correcto.

Unos días después del pregón de inicio de la 36 MITCF de Cangas do Morrazo, además de poder ver el último espectáculo dirigido por Quico Cadaval, con su compañía Producións Excéntricas, titulado Carpe Diem, a partir de la novela del brasileño Rubem Fonseca, el 2 de julio de 2019, en el amplio escenario del Auditorio de Cangas, disfrutamos inmensamente con su espectáculo de narración oral titulado Vacas, Guerras, Porcos e Cregos (Vacas, guerras, cerdos y curas).

Este solo, poblado de presencias y sucesos, invocados y generados por el relato, no deja lugar a dudas de que Quico Cadaval es un narrador oral fuera de serie.

Cadaval es capaz de convocar, con su relato-río, las presencias de personajes fantásticos, con un fuerte substrato real, antropológico y, sobre todo, popular. Los personajes del relato oral me recuerdan a los de Anxel Fole, pero también a los de Gabriel García Márquez. Lo popular se eleva al mito, en el desparpajo desacomplejado de la narración. Se trata, principalmente, de personajes populares de la zona de Ribeira, en los alrededores de la taberna regentada por los padres de Cadaval, de donde él toma la carta de autenticidad y verosimilitud. Al situarlos en un lugar muy determinado, en el mapa de la toponimia de las villas y parroquias, pero también la micro-toponimia de las fincas, los caminos y cualquier rincón topográfico, anclados en ese mapa, cobran más autenticidad y verosimilitud. También cuando el actor da fe y testimonio de las historias que le legaron sus padres.

En la boca de Quico, siempre con esa mirada pilla y sumamente espabilada, no hay personaje malo. Todos resultan entrañables, incluso aquellos que, en tiempos de la “Guerra Civil, tal cual la llamaron algunos historiadores, aunque la comenzaran los militares”, les daba por legislar, para cambiar los usos y costumbres del pueblo. Por ejemplo, el cura Vara, que en la Misa les advirtió a los feligreses que no debían, bajo ningún concepto, dejar que las niñas y los niños llevasen la vaca al buey para ser inseminada, porque con eso destrozaban su inocencia y las criaturas debían mantener la inocencia intacta hasta que la propia naturaleza se la robase, pero no porque los padres les mandasen llevar la vaca a que la montase el buey. O los que prohibieron los aguijones de las aguijadas, por considerarlos arma blanca. O aquel alcalde falangista al que no le gustaba que los carros de vacas atravesasen Ribeira, porque eso afeaba su concepto de ciudad. Pero uno de los tíos de Quico supo zafarse de la prohibición con un medio ingenioso, que aquí no puedo explicar para no estropear el efecto cuando asistáis a estos relatos. Porque Quico Cadaval sabe administrar la información que nos va dando y generar las expectativas necesarias para tenernos pendientes del cuento todo el tiempo. Hora y media, que duró la contada.

Uno de los personajes que más protagonismo tuvo, pese a tratarse de un relato coral, fue aquel que a Quico le sirve para establecer un paralelismo con el artista de teatro, con el comediante, aquel personaje que toma su nombre del apellido del “Ourizo Gacheiro”. Gacheiro, pronunciado con gheada (la “g” como si fuese una especie de “h” aspirada). El que se “agocha” (agacha, esconde) para hacer travesuras y bromas a los vecinos. Para asustarlos tenía que saber cuáles eran sus miedos y esperanzas y preparar bien la broma, interpretarla y gozar de su éxito. En la figura de Gacheiro se sintetizan algunas de las características del comediante: conocer el público al que se dirige, la malicia en la ideación o preparación de la performance, el ensayo, la ejecución y la capacidad para captar la benevolencia y la estima desde el humor.

Del mismo modo que Cadaval nos capta, al comienzo del espectáculo, cuando se presenta, diciendo quién es y de dónde viene. Nos avisa de que va a hablar de asuntos familiares, pero que eso no tiene porque ser necesariamente malo. Señala que de su padre, que regentaba una taberna familiar, en la que quien realmente trabajaba era la madre, heredó el gusto por no trabajar y la prudencia, “en otros lugares también considerada cobardía”.

Bromear con hipotéticas debilidades o vulnerabilidades propias, siempre contribuye a captar la adhesión del público que, al mismo tiempo que siente compasión, se sitúa, un poco, por encima del comediante, asumiendo una posición que le permite reír sin herir.

En el relato-río, se hilan múltiples digresiones, gracias a las cuales entran contrastes temáticos en ese macrocosmos que se acaba generando en nuestra imaginación, estimulado por el verbo y la prosodia de Quico.

El tesoro de la lengua es otra de las virtudes de la actuación de este narrador oral. La pronunciación, el acento, la musicalidad del habla, la estilística, la riqueza fraseológica y léxica, hacen que, hoy en día, con toda la contaminación que tenemos en Galicia, por efecto de la españolización y la globalización, las televisiones, etc., estos cuentos, dichos en un escenario, escenificados por la maestría de la voz, resulten una obra exótica y supongan una reconexión, casi antropológica, con nuestras raíces. Una reconexión con nuestros orígenes que, en cierto sentido, nos devuelve un retrato original de lo que podemos ser, frente a esa globalización uniformizadora. Historias, en una escenificación de la palabra oral, que nos permiten resituarnos como miembros pertenecientes a un ecosistema diferenciado, como piezas valiosísimas que garantizan la diversidad frente a ese contexto centralista español (heredado de la Dictadura Franquista o de las imposiciones de los Reyes Católicos) o a la presión homogeneizadora que le conviene al mercado global. Historias, escenificadas por la palabra oral, que no recurren a ningún panfleto político, pero que consiguen esa reconexión antropológica y cultural gracias a su propia forma, al tesoro de la lengua, a su localización topográfica y a la simbiosis con un paisaje determinado. 

De la “brétema” (con la segunda “e” átona pronunciada como una “i”) a la “choiva” (lluvia. “Brétema” no sé traducirla al castellano), Cadaval enumera toda una serie de fenómenos atmosféricos que te dejan flipado. Todas las gradaciones, de la “brétema” a la “choiva”, tienen un nombre que ya se ha perdido para la mayoría de la gente gallega. E igual que este ejemplo, el resto de términos empleados relacionados con el ecosistema rural, con los animales, con las plantas, con las diversas expresiones humanas de este contorno… Nombres que se marchitan. Sin embargo, Quico los reanima en sus relatos orales y nos hace contemplarlos en todo su esplendor y color. Yo, escuchándole, incluso he recuperado algunas palabras que no había vuelto a escuchar ni a utilizar desde mi infancia en los años 80 en la montaña de Lugo.

Podrían, curiosamente, decirse veinte mil cosas después de escuchar, y ver en el escenario de nuestra imaginación, los cuentos que nos cuenta Quico Cadaval. Resulta bien curioso que, tratándose de material narrativo, funcione, a nivel de recepción, casi como un poema abierto a la polisemia. Quizás este efecto tiene que ver con la naturaleza fragmentaria, de collage, de las múltiples pequeñas historias, ligadas a personajes, que hilan el relato, para dar una sensación de unidad narratológica que, en realidad, no tiene. La unidad, o la sensación de unidad, en todo caso, derivará más del círculo de ese cosmos al que pertenecen, a ese paisaje humano y natural en el que toman sentido. El relato de Quico Cadaval es como un retablo barroco.

Para finalizar, solo señalar el magnífico efecto que tuvo en mí ver el escenario desnudo, muy bien iluminado, con una silla rústica y una vieja palangana al lado, en el suelo. La silla es usada, en algún momento, para sentarse y estirarse, mientras relata, por ejemplo, la broma de Gacheiro a su mujer en la misma noche de bodas. Pero la vieja palangana no es usada nunca, pese a concitar una expectativa lógica, desde el inicio, respecto a su función. Solo hay una alusión en el relato, cuando Quico habla de que su padre no fue a buscar moza a otra villa diferente a la suya propia, como solían hacer por aquel entonces los chicos, debido al miedo que le tenía a los perros y a la rabia. En aquellos tiempos se decía que si la mordedura te pasaba la rabia estabas perdido. Cuando ibas a lavarte la cara en la palangana veías, reflejada en el agua, la cara del perro que te había mordido, en vez de la tuya, y eso era una señal inequívoca y funesta de muerte.

Ese objeto, la palangana, que no se usa, es, desde mi punto de vista, una broma dramatúrgica de Quico, muy en la onda de la dramaturgia contemporánea de los finales abiertos, o contra la economía dramática aristotélica, típica del teatro burgués.

Vacas, Guerras, Porcos e Cregos es un título que, en si mismo, ya nos anuncia el carácter fragmentario, de retablo o de collage de esta narración oral. Al mismo tiempo, casi como si de otra broma se tratase, junta conceptos que podrían parecer antagónicos o sin una ligazón aparente. Las vacas, tan pacíficas y tranquilas, frente a las guerras. Los cerdos, que junto a las vacas, eran los puntales de la economía familiar rural. Y los curas. No solo por aquello de “vives como un cura” o “no das un palo al agua”, sino también por ese peso que la Iglesia siempre ha tenido sobre la sociedad, y el control que ha ejercido a través del miedo al infierno o de sus alianzas con el poder.

En fin, Vacas, Guerras, Porcos e Cregos, es un cóctel explosivo que nos descubre algunas cosas sobre nosotras/os mismos y nos reconecta con un paisaje humano original, a través de una palabra también original.

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