Y no es coña

Recuerdos de mañana

Atrancadas las emociones por haber realizado demasiados kilómetros en dos semanas para hacer una decenas de actuaciones con una obra escrita y dirigida por mí, «Flores Ácidas», que se estrenó en Córdoba (Argentina) con la que acabamos de estar en Almagro, Donostia, Bilbao, Segovia, Madrid, Úbeda, Portalegre y Beja, estas dos últimas en el Festival Internacional de Teatro del Alentejo. Digo que uno está acostumbrado a maratones en ferias y festivales, pero desde la butaca y las barras de los bares, no desde la furgoneta, la carga y descarga, montaje, ajuste de luces y representación. Y mucho menos con estos miles de kilómetros recorridos desde el día 2 hasta el 17 de marzo por las carreteras y autopistas peninsulares. Si a esto le añaden las horas de vuelo de mis compañeras actrices desde su ciudad natal, la cuestión se convierte en especialmente estresante.

Decía la diferencia entre asistir a una Feria o Festival como programador, como asesor, como crítico o en esta ocasión como participante activo, como autor, cosa que me ha pasado con más frecuencia y en esta ocasión, volviendo a mis orígenes, como autor y director. Un director colombiano en Beja, la primera frase que me dirigió fue, ¿Es posible ser juez y parte? Una magnífica entrada para establecer el debate eterno. Partir de ahí es pensar que la crítica es un juicio que comporta una sentencia. Y que por ser crítico uno está exento de esos supuestos juicios. NO entiendo la crítica de esa manera y lo he explicado en numerosas ocasiones y estoy por concretarlo en un panfleto sobre cómo acercarse a la crítica teatral, ampliando lo que propongo en los talleres que sobre la materia imparto.

Respecto a las críticas recibidas a lo largo de mi vida profesional, tanto cuando era un reo más o cuando era eso de juez y parte, desde luego eran más benévolas las primeras, entre otras cosas porque se dieron en lugares con más tradición y más espectáculos, en mi caso Barcelona, en una época gloriosa de periódicos potentes con críticos de toda índole bastante caracterizados y con ideas claras de defensa de lo de siempre frente a los que parecía anunciábamos algo nuevo. Después en mi etapa en Euskadi, he tenido de todo. Normalmente palos. Pero sucede que mantengo hacia esas críticas la misma actitud tanto cuando estoy de por medio como cuando no me afectan para nada: no las tomo mucho en consideración. Me parecen técnicamente insolventes, descriptivas, que no aportan nada al hecho teatral observado. Con retóricas y floripondios de manual, muchos quieren agradar y otros quieren joder, siempre ellos por delante de lo tratado. Y demasiadas veces sin tener ni la más remota idea de lo que ven. Magníficas previas del día después. Les dejas sin programa de mano, dossier o Wikipedia y no alcanza a describir ni la trama.

Pero sigue existiendo una falta de crítica en todos los lugares donde llego. Parece un oficio de tinieblas. Ahora hay legión de opinadores que son espontáneos y que cargan las nubes con delirios y copias. Y cada vez hay menso espacio en los periódicos de papel. Y cada vez todo se vuelve más espurio, más sintético, más banal. Tener un espacio concreto, normalmente corto, para criticar lo mismo da un Shakespeare que una pieza de danza contemporánea es uno de los escollos a superar.

Estos recuerdos de mañana vienen a despertarme una cierta nostalgia de aquellos tiempos en los que uno vivía atenazado por esta falsa contradicción. Si todos los que ejercen la crítica artística tuvieran cada cierto tiempo un baño de creación real, de estar tres meses encerrado en una sala de ensayo, de escribir con toda la tensión que eso produce, de afrontar la dirección desde las limitaciones del desentreno, pero de la acumulación de datos por los cientos de puestas en escena que se ve al año, se volverían más exigentes, pero consigo mismo. Hay que prepararse para la crítica como para la maratón. Hay que leer, estudiar, tener formación específica. Lo demás, serán siempre aproximaciones desde la filosofía, la filología o las pastas con té, pero no tendrá la misma enjundia. Hoy me siento feliz de sentir en el estómago unas palpitaciones terribles, una especie de miedo responsable cada vez que va a empezar una función mía y termino exhausto cuando el público aplaude y se apagan las luces. Quién no sabe de esto escribe de oídas.

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