Y no es coña

Retrato de un atardecer que anuncia un despertar

Quienes siguen estas entregas semanales saben de mi insistencia en señalar que en casi todos los lugares de la tierra en los que he tenido el honor de participar en seminarios, talleres, debates y actividades diversas, las quejas de los creadores y gestores locales sobre la situación de las artes escénicas y la desidia de las instituciones que deberían protegerlas y auspiciarlas es similar. Todos creen que su reglamentación, sus políticas, su sistema es peor que el de los demás, y casi siempre se puede asegurar con una mirada medianamente objetiva que están mucho mejor de lo que piensan en relación a otras realidades que consideran mucho mejor y que al conocer ambas se desmonta esa tendencia a la comparación desigual. Eso sí, todo es mejorable y hay que pedir lo que hoy parece imposible. En todos los países y situaciones.

Acabo de llegar a Madrid tras dos semanas en Santiago de Chile y además de los terroríficos incendios que asolan a la mitad de Chile, en la capital se han desarrollado dos festivales. Acaba de terminar el Off, que parece más dinámico, con mayores energías de renovación, más ingenuidad, menos oficialismo, pero con todas las contradicciones que trae y traerá el crecimiento, la búsqueda de vías de superación de las situaciones que se van conquistando. He asistido a la presentación de un asociación de festivales independientes de teatro, de momento están una docena de ellos, pero pueden surgir tensiones ya que es difícil definir una asociación de esta características y excluir a alguno de los más potentes de su participación. Seguiremos atentos a esta evolución.

Se han organizado, con Lucía de la Maza, al frente unas jornadas sobre la dramaturgia y la edición teatral. Un primer intento que ha resultado bien en sus actividades de muestra de lecturas dramatizadas, pero que en la jornada dedicada a la presentación de novedades editoriales, a la presentación de diversas responsables de editoriales especializadas, quedó un poco desangelado, por el horario, por la novedad, por la falta de costumbre. Empezar a caminar con el objetivo de colocar en el imaginario del gremio teatral la existencia de edición de libros, de fuentes de conocimiento cuesta, es una labor de largo alcance, mucha constancia y complicidades institucionales.

Además de esas horas en Matucana 100, he tenido una experiencia concreta con Walter Zuñiga de Librería Prólogo, la que tiene más sensibilidad en Santiago con el teatro, con el que me he pasado el día negociando y charlando y se ha quedado con libros de Teoría y Práctica de nuestro catálogo, pero ninguno de textos dramáticos con el contundente argumento de «no se venden los textos». Aseveración que duele pero que se asemeja mucho a la realidad y lo podemos decir por experiencia propia prolongada en nuestra librería Yorick. Se venden pocos, por olas, por modas, y los motivos para esta no venta son variados.

En primer lugar por la falta de inquietud de los posibles compradores con los nuevos dramaturgos no muy conocidos todavía, en segundo lugar porque los directores y productores reciben los textos vía email antes de ser libros, en tercer lugar porque hay muchos portales de descargas libres de los textos, incluso los autores mantienen en sus páginas sus textos al alcance de cualquiera. Esta situación es irreversible. Se siguen editando muchos libros con textos, es una manera aparentemente de difusión, pero la realidad de sus efectos se debe equilibrar, y les cuento de manera más o menos pertinente una parte de esa realidad. Tozuda realidad.

Quisiera comentarles una curiosa situación producida al final de una jornada de lecturas dramatizadas, cuando el maestro Fernando del Toro y un servidor estábamos en una mesa con los autores de las dos obras vistas y escuchadas. Pidió la palabra de entre el público un señor de nombre Alonso Alegría, se presentó como profesor peruano de teatro y empezó a descalificar de una manera grosera e hiriente el trabajo de los dos jóvenes dramaturgos. Su argumentación era que a él le gustaba el teatro de estructura clásica, de Esquilo a Miller, con planteamiento, nudo y desenlace, y todo lo demás le parecía que eran errores técnicos, no evolución o búsqueda de otras estructuras dramatúrgicas. Y decía que todo eso era aburrido. Y que no veía esa técnica en el teatro chileno. Momentos de tensión, especialmente con el autor que educadamente le rebatía sin acalorarse. Demagogia totalitaria. Parece mentira que no se pueda entender que desde hace décadas el teatro es ya muchas cosas además de esas dramaturgias aristotélicas.

Decirles que me encantó la tensión que logró, cómo se hizo protagonista, cómo tuvimos varios que responder y rebatirle y hubiera sido mucho más agradable si no hubiera sido tan maleducado. Desapareció al finalizar, no pudimos alargar la plática.

Nos volvemos para casa con el zurrón lleno de nuevas experiencias. El teatro sigue vivo. Hay equivocaciones, planteamientos viejos presentados como asuntos novedosos, el adanismo crece, pero seguramente debe ser parte de lo que se puede considerar como normal. Vienen nuevas generaciones con ganas de ocupar terreno baldío e incluso el que está mal cosechado. Lo bueno es que hay públicos diversos que llenan salas para ver teatro contemporáneo. Y eso es destacable, con todos los peros que se le quiera poner a lo que vivimos.

Volveremos para seguir aprendiendo.

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