Y no es coña

Roces y rozamientos

Bakunin me libre de juzgar a nadie antes de que se pueda medir su trabajo, pero dentro de este alegre cachondeo de nombramientos y desnombramientos en las instituciones dependientes de los gobiernos trifachitos del Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, el que Alberto Conejero haya sido nombrado y haya aceptado convertirse en el director del Festival de Otoño de esta última debo confesar que me ha descolocado. Y lo diré rápido, porque no hay mucho material para extenderse, me dejó absolutamente perdido en mis afluentes hacia la charca de la incomprensión al ver el vestuario, porte e imagen del dramaturgo y director, junto a su consejera en promoción y por las frases huecas, los tópicos, los lugares comunes que expresó en su supuesto plan para el festival, que me temo que era la declaración más contundente de que no tiene ni idea de lo que va a hacer, que aceptó por las razones que él y la dirección de Ciudadanos sabrán y que se le ocurrió mencionar lo obvio, para salir del paso. 

 

Es comprensible que los amigos de Conejero, los de su generación, los que forman parte de esta nueva generación, o nuevas generaciones, que están llegando por méritos propios a los escenarios y a las instituciones estén encantados, encuentren una ventana de oportunidades, pero si no respetamos, algo, un poco, lo que estamos haciendo, la cosa va a ir a peor. Un Festival de Otoño, no es un regalo, no es una cosa baladí, no se debe hacer llamando a los mayoristas de espectáculos o al oligopolio, se necesita bastante más profundidad, objetivos y trabajo serio y continuado. Y todo ello, ahora mismo parece alejarse, pero rectificaremos en el momento que nos den los motivos para hacerlo. 

Crece en varios sectores una preocupación grande sobre el sistema mantenido de nombramientos a los que se les otorgan presupuestos descomunales y unas prebendas que no son muy comprensibles. Son políticas que convierten a compañías y teatros públicos en castillos feudales, que a los que llegan allí, sea por convocatoria trucada o designación directa, se les ofrecen una condiciones económicas que no se corresponden demasiado con el mercado, pero es que se produce un cambio, una simbiosis, personas con talento que tenían una producción de pongamos dos direcciones al año, de repente, al ser ungidos por el nombramiento en los boletines oficiales son capaces de llevar la dirección artística, la dirección escénica de varios montajes, estar al frente de doscientos trabajadores y viajar y trabajar fuera de la institución. Y algunos, lo tiene escrito, cuando según sus propias palabras están en fase de aprendizaje. Se me olvidaba, las direcciones o interpretaciones se pagan a parte. Y es que, con setenta mil euros al año, no les da, parece ser.

Hay que dignificar todos los gremios y segmentos productivos de las Artes Escénicas, pero hay que incorporar nociones éticas. Se debería regular de manera urgente y con criterios profesionales y culturales, porque lo voy a decir de otra manera, no se es mejor directora escénica por cobrar más dinero. 

Me he liado, porque además quería hablar de una circunstancia que me hizo recuperar el tono, comprender que todavía hay lugares donde prima algo más que estas relaciones adocenadas entre creadores, servidores públicos, administración y el arte. Y es que el sábado estuve en Lisboa en la sede Teatro Meridional para la presentación de unos libros, para la charla posterior con el director de Lendias d’Encantar de Beja, un núcleo de producción con compañía, que organiza dos festivales de artes escénicas y lo hace en una ciudad del Alentejo de veinticinco mil habitantes. Las charlas estaban repletas de interesados teatristas portugueses, algunos antiguos conocidos, pero también gente joven, y posteriormente asistimos a la representación de “Ca-Minho”, un espectáculo sin apenas texto, que inicia un programa del grupo lisboeta colaborando con otras compañías de diferentes puntos de Portugal y que me pareció un gran trabajo técnico, con una dirección meticulosa, de una coherencia interna perfecta, con una estética que no es fácil reconocer a primera vista, pero que va tejiendo un sistema de comunicación para convertir la obra en algo muy particular. Una jornada de sábado realmente fructífera. 

En teatro, amigos, siempre nos queda Portugal.

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