Y no es coña

Salvador Távora, una historia impecable

He tenido la suerte de recoger el premio que se ha otorgado en el TAC de Valladolid a Salvador Távora. No pudo desplazarse por su estado de salud, y he tenido el gran honor de poder representarlo en este acto de reconocimiento a su trayectoria. En el acto, se dio la circunstancia de estar presente, formando parte del Jurado Internacional de este festival, de Marta Carrasco, su biógrafa, que aportó algunos datos fundamentales para comprender a este hombre coherente que logró fundir varias artes escénicas, que arrancó el flamenco de manos de los señoritos y del folklore franquista para convertirlo en un instrumento reivindicativo, para un compromiso político de clase, haciendo de las herramientas obreras elementos escénicos significantes de primera categoría.

Fue «Quejío» el detonante. A partir de ahí, décadas creando espectáculos de todo formato que fueron construyendo un lenguaje escénico propio, una estética reconocible, sus primeros años de manera inequívoca en su lucha obrerista, después su paso a la universalidad, apoyándose en referencias reconocibles, Bacantes, Carmen, incluso se acercó a Lorca. Y desde un momento en cada espectáculo un animal vivo como ritmo interno irracional, sensibilidad fuera de la razón y los códigos. Elementos que señalo de urgencia, porque estudiar su obra requiere de mucho más detenimiento, mucha más profundidad.

Quiero insistir en una cuestión que me sigue mortificando: el desprecio que sufrió Távora y La Cuadra de una parte de la profesión, aquí usaría una palabra desgasta, la casta teatral del momento, la más instalada en el teatro de repertorio, de texto, llegándosele a insultar. No comprendía que un hombre que se alfabetizó con más de diez años, que no estudió en  ninguna escuela de teatro, que se hizo cantaor de cuarto de los cabales, torero profesional, pudiera aportar, precisamente por todos estos detalles y sus principios como obrero fresador, una nueva visión de las artes escénicas, que supiera con retar con la ayuda de su equipo y sus protectores, muchos, pero aquí quiere recibir el homenaje más sincero a la imprescindible Lilyan Drillón, siempre a su lado en la creación, ejecución, las giras. Parte fundamental de esta trayectoria.

Por eso siento una alegría incontenible al ver cómo se le reconoce no desde los grandes premios, que los tiene todos, sino desde la base de sus compañeros de profesión, especialmente en Andalucía donde ya es incuestionable su legado y su importancia. Porque si alguna compañía española ha llenado teatros por todo el mundo durante décadas, y aún sigue llenándolos con Carmen, es La Cuadra. Y cuando se estrenó de nuevo «Quejío» el año pasado, a los cuarenta cinco años de su estreno primigenio, se pasaron datos de los cientos de actuaciones realizadas en el mundo entero por ese montaje emblemático y el porcentaje de las realizadas en Andalucía era vergonzante, por su escasez. Un síntoma.

Todos los aplausos, reconocimientos y que se estudie su obra. Parece que no ha conseguido que nadie siga con su estética y sus propuestas de una manera reconocible y confesable. Sucede muchas veces. Son artistas únicos, irreemplazable e inimitables. 

Con Salvador Távora he hablado tanto de teatro y toros. He amanecido tantos días discutiendo sobre los valores estéticos de sus propuestas, de, para mí, la imposibilidad de usar sus maneras con otros lenguajes que no fuera el flamenco, que llegamos a trabajar juntos en la única obra que hizo fuera de La  Cuadra, “Pasionaria, ¡no pasarán!” a partir de un texto de Ignacio Amestoy. Una experiencia inolvidable. Logró integrar partes de la iconografía vasca más genuina, aizkolaris, dantzaris, canciones de cuna en euskera, como elementos escénicos de primer orden. Fue muy generoso con Teatro Gasteiz. Tuvo un hijo bastardo. Desde entonces nuestra amistad es amor fraternal, y por mi parte admiración, más allá de las circunstancias puntuales de un montaje o una coyuntura política cultural incomprensible. Estuve en su penúltima ilusión, la inauguración de un Teatro en el lugar donde estaba la fábrica donde empezó a trabajar de aprendiz. Un Teatro que le ha provocado disgustos económicos que parecen irse resolviendo. Por tantas cosas, Salvador es una historia impecable, de un artista proletario que lo supo mantener siempre, pese a estar rozándose con las más altas figuras de la Cultura y las Instituciones. 

¡Gora Gaizka! Así le llamaba la compañía con la que hicimos Pasionaria.

Te veo pronto maestro y te llevo la placa y la bonita escultura del Premio.

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