Críticas de espectáculos

Santa Perpetua/Trilogía de la memoria/Micomicón

 

Fosas comunes sin abrir

 

Al curioso lector le remito a la crítica de esta Santa Perpetua de Laila Ripoll que, en su día (2 de diciembre de 2010), escribí tras su presentación en el Festival Madrid Sur y su estreno en la Cuarta Pared (ver página 10 de 38 de esta misma sección). Revisitada la semana pasada en la misma sala de la calle de Ercilla en la que se estrenó y cerrando la reposición de la Trilogía de la Memoria que en ella se ha llevado a cabo durante el mes de enero, la obra conserva toda su fortaleza dramática y todo su potencial de denuncia.

Y es que la historia de Perpetua, esa «vieja difícil» que vive en olor de santidad en una propiedad requisada durante nuestra guerra civil y que ahora se las tiene que ver con su dueño legítimo, no es una novedad en el país. Como no lo es tampoco esa antigua fosa sin abrir que, en medio de sus encinares, acumula los restos ya raídos de un puñado de represaliados. Viñetas ambas tópicas, éstas del homicidio y de la posterior expropiación de bienes, de un cartelón de ciego que narrase nuestra contienda en trazo grueso, la autora se propone poner fin al secular conflicto entre españoles enfrentando al verdugo con la víctima en busca, si no de reconciliación, sí al menos de una posible tregua. Poco pide la víctima como reparación: ni siquiera las tierras y la casa que heredó de sus padres sino tan sólo una oxidada y maltrecha bicicleta que, a sus dieciséis años, montaba su tío carnal cuando le hicieron subir al camión que le llevaría al sacrificio. Y poco que le importa al verdugo tan insignificante petición: en cualquier circunstancia, la carcundia siempre lleva razón y más si tiene asegurada de por vida, como es el caso de la «santa», la protección divina. Así que, una vez más, Perpetua trata de engañar a su víctima y quitarle la vida a tiro limpio como manda la tradición. En este caso, las cosas se le tuercen y es ella la que muere a manos de una, la más despierta (¡cómo será la otra!), de las dos «hermanas» con las que convive. La víctima coge su bicicleta y se va. Pero no nos dejemos engañar: al no haber ni acuerdo ni perdón, tan sólo se trataba de un episodio más de la refriega.

Escrita tras la aprobación en el Congreso en 2007 de una tímida Ley de la Memoria Histórica y en plena polémica sobre la conveniencia o no de abrir las fosas y de exhumar sus restos, Santa Perpetua incide en este tema de manera explícita y comprometida: mientras las fosas permanezcan cerradas no se habrá terminado nuestra guerra civil. Sin embargo, en unos pocos meses, aquella efervescencia alcanzará su fin sofocada por los apremios de «la crisis». Si aún bajo el gobierno socialista, la financiación para la apertura de las fosas nunca estuvo ni medio clara y los permisos para hacerlo siempre dependieron de la «buena» voluntad de las autoridades locales ante la indiferencia de los jueces a la hora de aplicar la ley, sobrevenido el nuevo ejecutivo derechista, la partida para la apertura de las fosas desapareció del presupuesto. Una manera de ganar tiempo que, sin duda, resultará eficaz en cuanto los allegados y familiares de «esas» víctimas, que son quienes aportan la necesaria información para encontrar sus cuerpos, van siendo esquilmados por la Parca. Otra cosa será que, en estas condiciones, se olviden la guerra y la posguerra así como su brutal represión.

De la notable composición actoral que llevan a la escena los miembros de Micomicón sigue destacando la interpretación de Marcos León en el papel de Perpetua. El actor está soberbio en sus tres encarnaciones: la «santa» estremecida por continuos teleles cuando interfiere con las ondas hertzianas y nos transmite noticias de la radio, incluyendo el resultado de los partidos; la vidente que cae en trance y, poniéndose en el lugar de las víctimas, rememora en un monólogo antológico los fusilamientos del encinar; o la que es su cara verdadera, la terrateniente facha que con tal de conservar sus tierras usurpadas está dispuesta a todo, hasta a matar. También Antonio Verdú (Pacífico) y Manuel Agredano (Plácido) bordan sus personajes de los dos hermanos de Perpetua que, por complacer a su difunta madre, van por casa vestidos de mujer. Pacífico es un poquito retrasado (o se lo hace) y Plácido (además de no saber usar una pistola y cargarse a su hermana) no le va a la zaga. Y Mariano Llorente encarna convincentemente a Zoilo, el que reclama la bicicleta con insistencia: como viene de fuera, es el único personaje racional. No ajeno a la perfección del espectáculo está el hecho de que la autora y Micomicón vienen trabajando juntos desde hace más de veintiún años y la experiencia de esta combinación se hace notar.

* * *

Con Santa Perpetua da fin esta Trilogía de la Memoria que Laila Ripoll se tomó el trabajo de escribir para recordarnos que una nación que oculta su pasado no existe como tal. Así, Atra Bilis (2001), la primera pieza de la trilogía, nos remite a esa sociedad patriarcal que heredamos de nuestros ancestros y que nos es tan difícil cambiar: en una noche de tormenta, tres mujeres velan a su hombre muerto al tiempo que le sacrifican una víctima, la sirvienta. Un velatorio que hace siglos que dura y que, de tiempo en tiempo, convoca a media España al funeral de la otra media. Los niños perdidos (2005), la segunda, es un prodigio de imaginación y sensibilidad: tres niños que están muertos juegan a que están vivos con un retrasado mental en un desván. Aquí sí que se marca tiempo y lugar: nuestra posguerra y un asilo monjil de Auxilio Social. Una joya en el reducido repertorio de nuestro teatro sobre las consecuencias de la última contienda. Y esta Santa Perpetua (2010) que acabamos de repasar, tal vez la más elaborada de las tres, que nos habla de la memoria de la guerra en la época actual. Una ceremonia grotesca propia de las pinturas negras de Goya o de Solana, un auto casi sacramental que bien pudiera haber soñado Federico y una pincelada esperpéntica de lo que esconde debajo de la alfombra nuestra sociedad componen esta trilogía maestra que conviene ubicar entre lo mejor que se ha hecho en el teatro en este primer decenio del siglo en el país.

David Ladra

Título: Santa Perpetua – Texto y dirección: Laila Ripoll – Intérpretes: Antonio Verdú (Pacífico), Manuel Agredano (Plácido), Marcos León (Perpetua), Mariano Llorente (Zoilo) – Escenografía y diseño gráfico: Arturo Martín Burgos – Vestuario: Almudena Rodríguez Huertas – Selección músicas tradicionales: Marcos León – Iluminación: Luis Perdiguero – Producción: Micomicón – Sala Cuarta Pared, del 29 de enero al 2 de febrero de 2014

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