Críticas de espectáculos

Sé de un lugar/Iván Morales/Compañía Prisamata

El laberinto de la contradicción

Simó, uno de los personajes de «Sé de un lugar» –obra que se está representando en la Sala Cuarta Pared de Madrid– comienza la función con una afirmación desconcertante. «Yo soy racista». La frase desconcierta porque estos tipos sociales son aceptados con reparos en nuestra sociedad democrática.

Pero la confesión, llena de prejuicios, encierra una tremenda contradicción. Aún siendo racista –que no es solo miedo (fobia) a los extranjeros, sino repugnancia– tiene a un indio como contacto casi exclusivo con el resto de la sociedad. Simó vive encerrado por voluntad propia en su casa; primera contradicción.

Béré, supuesta novia de Simó, pertenece a la burguesía catalana pero vive con una tribu urbana marginal; otra contradicción. Ella, aparentemente enamorada de Simó, intenta hacerle daño contando sus aventuras sentimentales con Anna, una alemana rubia…; también se contradice.

En una lectura primitiva se podría afirmar que la obra dibuja una simple historia de amor entre dos tópicos jóvenes desconcertados que juegan a hacerse daño en un continuo y típico «ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio», como dice la canción.

Pienso que el texto escrito por Iván Morales apunta más transcendencia que el obvio retrato de unos jóvenes desnortados que juegan al amor y al desamor. Simó y Béré, y el indio nos hablan de una sociedad universal donde la comunicación y las relaciones personales están inmersas en terribles contradicciones. Cuando tenemos más y mejores medios de comunicación más sufrimos la incomunicación; cuando los bienes materiales nos son generosos no apreciamos su valor; al parecer, al ser humano siempre nos invade la insatisfacción. Y es entonces cuando aparece la depresión anímica que nos puede llevar a la auto reclusión como a Simó, si no a la autodestrucción.

Iván Morales, autor de «Sé de un lugar», disecciona el alma del ser humano en el trance de la insatisfacción. «No eres lo que yo pensaba». «No estoy a gusto contigo». El pasado de cada uno de los protagonistas, un regalo fortuitamente equivocado, los malentendidos, las frustraciones personales y también las colectivas; la pieza recorre un laberinto de encuentros y desencuentros fracasados que llevan al desencanto y a la desilusión.

En este sentido, la obra se parece a ese juego infantil de una cajita circular que tiene varios círculos concéntricos con aberturas no coincidentes y en el interior, una o dos bolitas que hay que hacer llegar al centro. Es un juego laberíntico para el que no solo se necesita habilidad a fin de conducir las bolitas hasta el centro, sino constancia y paciencia del jugador.

El autor ha escrito un texto extenso que plantea uno y otros círculos concéntricos sin apenas coincidencias para los protagonistas: uno llega al otro y éste se escapa, o el otro se acerca y el uno se aleja. Esto sea dicho no solo en el plano afectivo, sino también en el temporal –el presente y el de la narración–, y en el espacial.

Quizá sean esos planos de tiempo y espacio los que han permitido una puesta en escena ágil y entretenida. Y es que la propuesta escénica plantea, además del juego de representar la narración con las rupturas «brechtianas» donde se muestran los intérpretes como son, se entabla una especie de juego también laberíntico por la distribución del público y la escena.

El laberinto está muy bien resuelto. Los personajes se mueven entre el público ubicado en la grada, pero sobre todo, entre el público ubicado en la escena formando pequeños grupos diseminados entre las mesas, las lámparas y el sofá. Es decir, la puesta en escena no se realiza contra el público sino con el público que conforma un bosque humanizado, una sociedad sin estatus –universal y anónima– donde los protagonistas están inmersos. Es esa población que nos topamos por la calle y que se muestra indiferente a nuestros problemas porque los desconocen y porque cada uno lleva su carga personal.

Anna Alarcón y Xavier Sáez se hacen creíbles. Si en un primer momento se nota la artificialidad del teatro –¿por qué había que mentir que aquello es teatro?– a partir del segundo encuentro entre Béré y Simó la historia atrapa y ya todo es una intriga sucesiva con cierto gusanillo por descubrir cómo acabarán esos dos seres contradictorios, opuestos e iguales a la vez.

Con todo, «Sé de un lugar» es un excelente espectáculo que, aunque habla de la depresión anímica, no resulta deprimente ni malsano ni patético. Por el contrario, posee un fino humor que hace sonreír. Los intérpretes y el autor/director han encontrado el equilibrio de una comedia romántica y existencial. Sin zalamerías se habla de amor, y sin desesperanza absoluta se habla del absurdo que puede ser el vivir.

La Sala Cuarta Pared de Madrid ha retomado este trabajo de la compañía Prisamata que concluyó con éxito el pasado curso. Ahora renueva este espectáculo con un admirable acierto porque con montajes como este se crea afición y fidelidad al teatro.

Manuel Sesma Sanz

Espectáculo: Sé de un lugar – Autor: Iván Morales – Intérpretes: Anna Alarcón y Xavier Sáez – Dirección: Iván Morales – Compañía Prisamata – Sala Cuarta Pared de Madrid, hasta el 21 de setiembre.

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