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Sencillez e impresionismo en el teatro de João Sousa Cardoso

 

Por segunda vez, me siento ante una obra escénica de João Sousa Cardoso y, por segunda vez, la butaca se desvanece y el sentarse da lugar al sentirse transportado hacia otros universos.

La primera vez fue Barulheira, el 25 de abril de 2015, en el Mosteiro de São Bento da Vitória, del Teatro Nacional São João (TNSJ) do Porto, ingresando en el universo del profesor y artista plástico Álvaro Lapa, en una especie de espectáculo anti-espectacular e híbrido. Las actrices y actores no parecían interpretar, sino actuar al nivel de unos anfitriones que nos acogen para un encuentro, en el que van a compartir ese universo que les emociona y les trasciende. Allí, en Barulheira, nos veíamos mezclados, espectadoras, espectadores, actrices, actores, alrededor de libros que iban pasando de mano en mano, como quien se pasa un manjar en un ágape colectivo.

(Sobre Barulheira puede leerse, en esta misma sección, el artículo titulado “Ascetismo teatral y Barulheira (barullo)”, publicado el 22 de mayo de 2015.)

La segunda vez, ha sido en los Festivais Gil Vicente de teatro contemporáneo de Guimarães, en el Centro Cultural Vilaflor (CCVF), el 3 de junio de 2017, con un espectáculo anti-espectacular, titulado Os pescadores, que se había estrenado en el Teatro Municipal do Porto, Rivoli, en noviembre de 2016.

Os pescadores es una creación que nos traslada al universo de Raul Brandão (1867-1930) y que huye de cualquier efectismo espectacular.

João Sousa Cardoso, con la complicidad y la generosidad de los actores Ricardo Bueno (Portugal) y Vinicius Massucato (Brasil), parece querer adentrarnos en los vislumbres que Raul Brandão nos ofrece en sus descripciones y observaciones sobre el mar y sus gentes. Tales vislumbres se nos antojan como algo que debe atender a la pincelada fina del observador, del retratista, con sutiles proyecciones personales sobre el mundo descrito, aunque prime una cierta objetividad respecto a ese mundo.

Próximo al diario de viaje, escuchamos pasajes en los que se atiende al valor del trabajo, a la división social de las actividades, al papel heroico de la mujer, normalmente desaparecida de los relatos oficiales. También surge una curiosa concepción panteísta del paisaje que, además de acoger, es la fuente de subsistencia, y el mito del progreso en tensión con ese paisaje marino.

Los textos no son representados miméticamente, sino emitidos por los actores, que deambulan por el escenario, como podrían hacerlo por el arenal de una playa.

Entre la evocación de los brillos de las escamas, que un día podrían desaparecer del mar, si no tenemos conciencia, y la de las estrellas que constelan el escenario, desde una bola de espejos en las manos de Ricardo Bueno, dos hombres danzan I’ve Told Every Little Star de Linda Scott y hacen aparecer, con una nitidez deslumbrante, las palabras de Raul Brandão.

La pieza se mueve en un baile a dos, que fluctúa como las olas sobre el arenal.

En un momento dado, Ricardo Bueno para de bailar y se tumba, boca abajo, observando las diminutas esferas de cristal azulado y verde, que trazan una estela marina sobre el proscenio. Mientras, Vinicius Massucato sigue bailando solo y alejándose hacia el fondo del escenario, para hablarnos por los ojos de Raul Brandão.

El brasileño Vinicius Massucato y el portugués Ricardo Bueno abrazan el Atlántico en una oda a los pescadores, a las mujeres y al mar.

Una pieza que parece renunciar a la espectacularidad más en boga, para recostarse sobre un paisaje escénico semejante al de un arenal que lamen las aguas. Un arenal en el que estos dos actores bailan las olas musicales. En el sosiego silencioso que solo se despierta cuando la mano de uno de ellos hace rodar las diminutas esferas de vidrio, azuladas y verdes, que trazan un ronsel en el proscenio, entre los textos de Raul Brandão, lúcidos, reivindicativos, luminosos.

Estamos ante un teatro contemplativo, que parece concebido para abrir el tiempo demorado a una escucha integral y profunda, capaz de sacarnos de nuestros egos y abstraernos. Un viaje que se emprende en el arrullo de palabras y movimientos, sin ilustraciones ni subrayados, sin efectos espectaculares que intenten secuestrarnos. Un viaje en el que, los movimientos de los actores, en un nivel, y los movimientos del texto, en otro, estimulan nuestra imaginación de una manera sensual.

Hay algo, en este tipo de teatro, de hechizo benefactor.

 

Afonso Becerra de Becerreá.

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