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Sentido y significado VI. Logocentrismo

Recupero, a continuación, un artículo titulado «Logocentrismo», escrito en abril de 2013, que puede sumarse a los pensamientos sobre «Sentido y significado» en las artes escénicas.

LOGOCENTRISMO

«LORD POLONIUS: What do you read, my lord? / HAMLET: Words, words, words. / LORD POLONIUS: What is the matter, my lord? / HAMLET: Between who? / LORD POLONIUS: I mean, the matter that you read, my lord.»

Literatura dramática, texto literario con valores propios del género dramático, codificado con palabras. Un libro. Palabras, palabras, palabras. Bla, bla, bla, bla, blá. Sin embargo el espectáculo teatral (acción) siempre acontece entre («between») diversas acciones, más allá del código verbal con valores literarios.

Podríamos decir que el espectáculo teatral más que una «mise en scène» (puesta en escena), que nos llevaría hacia el campo semántico de la traducción o ilustración escénica de un texto previo de literatura dramática, ciñéndose a conceptos casi religiosos de fidelidad y respeto al texto literario y su primacía, consiste en una «mise en relation» (puesta en relación) de acciones para abordar un sentido determinado.

Logocentrismo versus teatro es un viejo debate que hunde sus raíces en un rechazo al cuerpo, heredado de las religiones principalmente monoteístas.

Un rechazo a la mostración o exhibición del cuerpo en movimiento y en relación con otros cuerpos.

No es gratuito que, hasta no hace mucho, el teatro, pese a su antigüedad, se considerase una pseudoprofesión de chulos, putas y maricones, algo para lo que no se requiere una formación específica seria y regulada. Aún nos cuesta aceptar que puede ser una profesión digna, más allá de la frivolidad de ese prestigio que reporta la fama vía televisión o cine oscarizado por Hollywood. Aún nos cuesta aceptar que el teatro merezca una formación académica equiparable a la de las denominadas Bellas Artes u otras profesiones serias como la medicina.

La Danza y el Teatro, al utilizar la acción y el cuerpo, han sido castigadas por las morales religiosas que, desde antiguo, han condicionado nuestras culturas. No es de extrañar, entonces, que los estudios de teatro llegasen a circunscribirse al arte de la declamación, centralizándose en la palabra para legitimarse.

Del mismo modo, hasta hace bien poco, las historias del teatro siempre se reducían, en realidad, al análisis y descripción de los textos de la literatura dramática, ignorando el hecho escénico en si como arte.

El teatro y las gentes del teatro, sus profesionales, fueron secularmente marginados y aún lo siguen siendo, sobre todo en los países conservadores de derechas y religiosos. El teatro y las gentes del teatro, sus profesionales, dependen de los postulados, leyes y epistemologías variadas, elaboradas desde los escolásticos o los filólogos, los sabios, los cráneos privilegiados. La inteligencia circunscrita a la mente, al cerebro, y escindida del cuerpo, del movimiento.

Es la hegemonía del arte de la palabra: la literatura. En esta órbita el teatro se reduce a un aderezo decorativo para ilustrar o traducir al pie de la letra, porque es la letra la que manda.

A veces pienso que en los países subdesarrollados, cultural y escénicamente, son las literatas y los literatos quien ostenta el poder y el prestigio, no las actrices o los actores, ni las directoras o directores de escena. Una perversión que no se para a considerar que las bases de nuestra cultura occidental fueron fijadas por directores de escena y dramaturgos, que a la vez actuaban, como Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, William Shakespeare o, mucho más recientemente, Harold Pinter (a quien le vino el reconocimiento de la mano dorada del Premio Nóbel de Literatura). Pero aún así quedaron minorizadas y marginadas las mujeres, apartadas de la vida pública y, por tanto, de las artes escénicas hasta épocas recientes, con la excepción de las monjas Rosvita de Gandersheim (siglo X) y Hildegarde de Bingen (siglo XII), primeras dramaturgas.

Y de esa misma concepción logocéntrica perversa, consciente o inconscientemente, deriva la dificultad para abrirse camino de las teatralidades posdramáticas que se alejan de la jerarquía triangular que sitúa la palabra en la deífica cúspide. Así la danza-teatro, el llamado nuevo circo (que prescinde de los números con animales difiriendo el interés a una creciente teatralización), el teatro visual o de imágenes, el teatro gestual en sus diferentes escuelas, estilos y géneros, o el teatro de títeres y objetos, han tenido serias dificultades para adquirir, en el occidente logocéntrico, la consideración necesaria para su conveniente desarrollo. Y aún hoy cuentan con menos espacios de producción y programación.

El Arte Dramático se fundamenta en la acción. La dramaturgia es la composición de acciones para un espectáculo teatral. Esa composición atiende a un sentido sobre el cual se interpela e interpela, también, a la recepción, a la espectadora, al espectador, como células individuales que conforman, siguiendo la teoría fractal, el colectivo que denominamos «público» teatral. Sobra decir que el teatro es, tanto en esencia como en existencia, un arte colectivo en su «producción», por parte de un equipo artístico, y un evento social en su realización.

Si nos sumergimos mínimamente en la naturaleza expresiva del lenguaje escénico, observaremos que se compone de una heterogeneidad de códigos (conjuntos de signos) que la dramaturgia compone y armoniza según un sentido determinado. De esta manera, por ejemplo, el código verbal se utiliza como acción verbal, el código gestual y cinético como acción gestual y cinética, el código lumínico (cuando la luz es utilizada no sólo para ver sino con una voluntad artística y expresiva) como acción lumínica, y lo mismo acontece con acciones objetuales, escenográficas y sonoras, en general.

El código se diluye, e incluso pierde su naturaleza semiótica, en la acción, en tanto impulso energético, tensión rítmica, vibración emocional…

En conclusión, la hegemonía conceptual o verbal en el teatro sólo forma parte de los proyectos de escenificación y dramaturgia, nunca del espectáculo, nunca del teatro cuando se realiza ante un público. Ya en su misma raíz etimológica teatro define ese espacio donde vamos a ver, a presenciar un espectáculo fundamentado en una trama de acciones heterogéneas (verbales, gestuales, cinéticas, objetuales, lumínicas, escenográficas) que pueden funcionar según diferentes procedimientos constructivos y estilísticos.

Esa trama de acciones puede privilegiar la continuidad lógica causal («pièce bien faite», estilos realistas) y la unidad, o bien la discontinuidad dentro de unas poéticas en las que tenga especial incidencia una diseñada arbitrariedad o caoticidad pletórica (posdrama). En ambos casos con muchísimas derivaciones, tanto en la modalidad teatral (teatro textual; gestual; musical; objetual o de títeres; teatro-danza; etc.), el género (tragedia; comedia; drama; etc.), como en el estilo (realista; expresionista; simbolista; etc.).

En todo caso debemos concluir que el teatro, al margen de la poética y la retórica que rija la composición dramatúrgica de las diversas acciones, resulta eficaz, siempre, en su materialización morfológica y estética. Es a través de la formalización, de cómo moldeamos la forma, que estamos incidiendo sobre un sentido determinado tanto del arte como de la vida (ya que el arte es una dimensión necesaria y consustancial a la vida humanizada).

Afonso Becerra de Becerreá.

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