Velaí! Voici!

Simpatía muscular

Contra todo ilusionismo, contra todo idealismo, se impone la materialidad inmanente del cuerpo en acción. La danza y los números de circo, en su dimensión más física, capturan nuestra atención y animan nuestra emoción.

La fisicidad autoreferencial de un cuerpo en movimiento  activa nuestras neuronas espejo. Los investigadores en neurociencia Giacomo Rizzolatti y Corrado Sinigaglia señalan que: «La simple observación de la acción realizada por un tercero evoca en el cerebro del observador un acto motor potencial análogo a aquel espontáneamente activado durante la organización y la ejecución efectiva de la acción.» El descubrimiento de estas neuronas permite confirmar esta especificidad de la comunicación del movimiento corporal escénico respecto al público. Así pues, podríamos establecer, incluso, una especie de simpatía muscular como base del sentido o de la significación de la danza y de las artes del movimiento, antes que una recepción anclada en una traslación intelectual y simbólica.

Vienen a confirmar esta relación espectáculos en los que el movimiento corporal de actrices y actores, en su dimensión más performativa, coreográfica, plástica y visual, constituyen la mayor fuerza expresiva.

En el ciclo «Una mirada al mundo» del CDN de Madrid pudo verse «LA VERITÀ» de DANIELE FINZI PASCA, de Suiza. Un espectáculo afincado en el universo estético del surrealismo de Salvador Dalí, a partir del gigantesco telón pintado en los años 40 en Nueva York para el ballet «Tristan Fou».

«LA VERITÀ» recurre al imaginario y a la simbología daliniana a través de un mosaico impresionante de movimiento, con números de contorsionismo, acrobacia, clown, cabaré, funambulismo, musical y danza. El trabajo actoral roza los límites del virtuosismo en la ejecución física hasta crear efectos ópticos surreales. Saltos, giros, vuelos increíbles. La iluminación y los objetos, la indumentaria fantasiosa y la extrema habilidad física de actrices y actores que son, a la vez, acróbatas, bailarines, cantantes, músicos, generan escenas asombrosas. La dramaturgia incorpora, además de esa recepción sensorial impactante, contrapuntos cómicos con escenas de clown, en las que el absurdo y la hipérbole sirven de transición a los paisajes lisérgicos y caleidoscópicos de ese teatro más físico y muscular que hace real lo surreal y visible lo inverosímil.

De esta manera, las artes del movimiento y la materialidad de los cuerpos se eleva hacia la magia de un universo próximo al de la obra de Salvador Dalí o al de algunos poemas escénicos de Joan Brossa. Lo real, exento de una ficción narrativa típica del drama, genera lo fantástico.

En otras coordenadas culturales lejanas también podemos encontrar este tipo de producción y recepción artística. Dentro del festival «MADRID EN DANZA» pudimos ver, recientemente, a la veterana compañía japonesa de danza Butho DAIRAKUDAKAN, con el espectáculo titulado «VIRUS», bajo la dirección y la coreografía de AKAJI MARO.

La dimensión existencial y panteísta de la danza Butho se trasmuta en una creación contemporánea que hace evolucionar el lenguaje tradicional de esta modalidad teatral. Akaji Maro compone sobre el escenario un paisaje en el que la danza butho se teatraliza al máximo, acompañada por la música techno de Jeff Mills y por una gigantesca tela de araña de cuerda que invade todo el espacio, para mostrar la relación vírica que el ser humano establece sobre el planeta tierra. Una concepción esférica, más allá de esa tela de araña escenográfica, que se ve también simbolizada en figuras geométricas corpóreas (estrella, círculo, cuadrado, triángulo) con las que interaccionan las bailarinas y los bailarines.

Un cocodrilo, una pieza que parece un váter, y altos girasoles, son objetos simbólicos en ese paisaje vírico en el que los cuerpos y las caras están maquilladas de un blanco inhumano.

La coreografía tiene muchos momentos corales en los que la simultaneidad del movimiento nunca merma la personalidad artística y el estilo expresivo propio de cada bailarina y de cada bailarín. Desplazamientos, temblores, giros, «slow motion», contrastes en el «tempus», manipulación de los objetos, interacción con esa red que cubre la escena, en articulación con los efectos lumínicos, configuran un espectáculo de alto rendimiento plástico y visual, al mismo tiempo que el incesante movimiento invade y atrapa, de forma inapelable, al espectador.

En el festival «VIII CATRO PEZAS 13» del TEATRO ENSALLE de Vigo pudimos ver «PRIVOLVA» de OLATZ DE ANDRÉS, una producción de «Muelle 3, Espacio de Danza y Creación» de Euskadi.

Igual que las grafías que se proyectan sobre el ciclorama del fondo desarrollan líneas de pensamiento evanescente, con fragmentos de diálogo del filme «Alphaville» de J.L. Godard, así la coreografía de los tres cuerpos que danzan también desarrolla las trayectorias y las líneas de un movimiento que se construye y se desvanece.

Desde las siluetas oscuras de las bailarinas y el bailarín, en el inicio y en el final del espectáculo, pasando por ese espacio inmaterial y atemporal lleno de luz, la danza y la gestualidad, incluso los objetos (3 libros negros y 3 bancos blancos), construyen simetrías más allá de cualquier mímesis realista y también de su estilización para evocar imágenes de ciencia ficción.

El espacio sonoro con las músicas minimalistas y maquinales o incluso con el vals de Strauss, junto a las voces melancólicas del filme de J.L. Godard, trazan un universo distópico que semeja enraizado en una mecanización global. Las grafías y las voces en off subrayan el peso de la «consciencia» y la desaparición de la «conversación». Y si desapareciese el hablar por hablar, la función fática, el establecimiento de un contacto por el goce del propio contacto, sin necesidades pragmáticas, equivalente al danzar, las relaciones quedarían, entonces, quizás, condenadas a ser engranajes de una máquina productiva. ¿Pero tanta producción para qué?

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