Y no es coña

Sin adjetivos

El director de la versión hollywoodiense de la novela «Los hombres que no amaban a las mujeres» declaró con desparpajo en una rueda de prensa que «la crítica de cine no sirve para nada». Se quedó muy tranquilo. Nadie pestañeó. La sentencia era universal. El tipo no es ningún recién llegado, y si se mira bien su currículum es alguien que ha ido ofreciendo trabajos solventes, por lo que su exclamación resonó todavía con mayor fuerza al cargarse de extrañeza la frase.

En estas páginas llevamos unas semanas en la que se contesta a los opinadores, en ocasiones con sentido dialéctico y otras con descalificaciones. Desde diversos frentes y con objetivos bien dispares. Por un lado significa que está la cosa viva, que hay interés por lo que se escribe, y que algunos, quienes se sienten aludidos, ofendidos, vilipendiados o maltratados se defienden. No seré yo quien se rasgue las vestiduras. El crítico es objeto de crítica exactamente igual que cualquier otro. No existe bula. Si alguien está en contra de lo opinado por cualquiera de los que aquí publican, tiene el derecho, pero además el apoyo y el respaldo, de quienes propiciamos que esto exista.

No obstante, como gato viejo, me encantaría advertir de algún riesgo que una excesiva suspicacia nos puede llevar a un agarrotamiento. Está claro que muchas veces se desconoce de dónde viene el crítico. Qué atributos, antecedentes, formación o disposición tiene quien se arroga el derecho a juzgar el trabajo de los demás. Es una antigua discusión que no sabemos casi nunca encontrarle la salida adecuada. Quien lo hace, generalmente, tiene vocación, argumenta, se coloca a mirar el hecho teatral desde un punto de vista personal, y tiene la oportunidad de hacerlo porque algunos medios se lo permiten ofreciéndole el espacio. O como sucede ahora, con su unipersonal blog.

La autoridad se la tiene que ganar cada uno. Si es respetado, aunque duelan, se aceptarán su críticas. Si solamente provoca miedo, mal asunto. La credibilidad se escapa por los odios. No existe un perfil idóneo, de manual. Incluso los que ejercen de críticos pasan por épocas, etapas, de mayor exigencia, de mayor dogmatismo, muy fanáticos de una vía. O muy pasotas. La ecuanimidad no existe. Acaso un equilibrio. Hay que aceptarlos con sus fobias y sus filias, siempre que no se coloquen en una actitud justiciera y repartidora de no se sabe qué.

Atacar universalmente al ejercicio de la crítica, es un retroceso. Probablemente no sabemos para qué sirve la crítica. Como no sabemos para qué sirve la vesícula. Pero si nadie se dedica a colocar unos márgenes, a situar un marco, a analizar, a intentar comprender, desmenuzar, y explicarlo a los otros, seguramente entraremos en un estado catatónico. Sin referencias, el todo vale, nos llevará a una agonía. Una cultura sin orientación, desnortada, al albur del mercado. Seguramente eso desearían muchos. Pero algunos pensamos que todavía es necesario confrontar gustos, estéticas, dedicar tiempo a la reflexión.

Quizás, lo que se debería ser más rigurosos, y tendríamos que advertir, como una categoría superior: «Crítica sin adjetivos», como en algunos productos biológicos o ecológicos pone «sin aditivos». O al contrario como en las etiquetas de algunos vinos, «contiene sulfitos». Se acepta como objeción razonable que se está bajando mucho el nivel de las críticas. En general. Por eso no es nada más que una cuestión de semejanza y contaminación con el ambiente en el que se producen. Hagamos todo lo posible para volver al entendimiento, a la tolerancia, a la discusión profunda a partir de ideas, de conceptos, de visiones dispares del mundo, el arte y la vida. Así sea.

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