Y no es coña

Síndrome del bedel

Estos asuntos de las Artes Escénicas tienen un componente formal que sin apenas apercibirse constituye una parte del discurso externo. Ahora que se va a cometer una nueva tropelía y van a trasladar a Cultura los asuntos de la tortura y muerte de un bovino en ceremonia pública, vale recordar que los taurinos aseguran como un mandamiento que “un torero lo es siempre”. Esto traducido quiere decir que un torero debe ir por la calle y andar como un torero, hablar como un torero, vestir como un torero. Y eso se vio muy a las claras en la foto de última hora donde la comisión de toreros salía ufana de una reunión donde había conseguido sus objetivos: enturbiar un poco más el concepto de cultura, desmantelar más la atribulada gestión de un ministerio a la deriva, pero ellos, salían retratados como toreros. Gomina, corbata, traje entallado de figurín, zapatos reluciente de tafilete.

¿Deben los artistas ser siempre artistas? Si uno entra en un bar, ¿puede identificar a la primera a una actriz, un poeta, un escenógrafo? En los estrenos está distinción es muy sencilla. No digamos en una entrega de premios Goya o Max. Diríamos que existe un componente de definición en el vestuario, el peinado, que tiene que ver no tanto con el ejercicio de la profesión, sino con la proyección televisiva que se ha hecho de algunas figuras o estrellas fugaces del firmamento artístico. Quizás el contrafuerte del glamouroso acontecimiento y de oropeles festivos sea la vestimenta bohemia, un estudiado desaliño, una actitud de rebeldía contra lo correcto que inspiraba o inspira a algunos de los gremios artísticos. Aunque en ocasiones pueda ser simplemente una pose.

Pero lo que está muy claro es que en esa nueva casta creada en las dos últimas décadas, de gestores, programadores, mandos políticos intermedios, se detecta el denominado síndrome del bedel, que consiste en que un ciudadano amable, con estudios limitados, que consigue una plaza de bedel en un instituto y le ponen un uniforme, se convierte en un capitán general con mando en plaza. Se cree el dueño del edificio, la autoridad competente del más alto nivel. Es decir, no es el cargo, es el uniforme el que transforma a estos individuos. Y los que hemos tenido que bregar con salas de ensayos en institutos, u otros lugares públicos, sabemos que, por mucha autorización por escrito que se tenga del director, si el bedel se cruza, hay problemas.

Estas reflexiones vienen a cuento de la última estancia en México, dentro de una Feria del Libro Teatral, en la que el Coordinador General de Teatro de México, aparecía constantemente, hablaba con todos los expositores, se relacionaba con sus colaboradores, recibía a autoridades, artistas, se sentía orgulloso y uno más de la iniciativa. Y con un cargo de esta envergadura, económica, social, cultural y teatral, vestía de manera normal. No llevaba esas corbatas infumables, esos ternos de catetos recién nombrados bedeles que vemos en los lugares donde aparecen algunos programadores, presidentes de asociaciones, directores generales que no tienen presupuestariamente ni una décima parte del que maneja el amigo mexicano que mencionamos.

Y nos sucede lo mismo cuando asistimos a reuniones con responsables de estos campos de ámbito europeo. A los bedeles, casi siempre españoles, se les distingue por ir vestidos de autoridades competentes, con traje y corbata, es decir por hacer el ridículo de manera rutilante, porque después, en el momento de la discusión, se nota que ese hábito no es de monje entendido, sino de inculto en la materia. Yo diría que cuanto más corbata y más actitud de bedel con chorreras, más ineficacia se esconde.

 

 

 

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