Puente de Brooklyn

Sonetos de Shakespeare

El «new wave» y su peculiar manera de abordar la escena esconde algo curioso y casi descarado.

Puede parecer imposible pero cada último trabajo avant-garde que he visto se ha parecido al anterior.

Los sonetos de Shakeapeare de Robert Wilson han sido creados con los propios clichés del director: mucho maquillaje blanco, partituras de movimiento a cámara lenta, sombras de siluetas delgadas , movimentos de manos estilizados , pantallas de televisión, luces de neón, objetos que flotan, ruidos desagradables, pelucas y un simbolismo aplastante.

Lo que resulta chocante es que esas técnicas que entran como caramelo para el que es goloso del teatro, aquí se aplican a un material ya existente y éste se resiste a ellas.

Se resiste pero al final sucumbe. Y es que estos «Shakespeare’s Sonnets», de los cuales 25 de 154 sonetos que Shakespeare publicó en el año 1609, se encuadran en las partituras musicales compuestas por Rufus Wainwright y quedan deconstruidos por la dirección que Wilson hace para el Berliner Ensemble.

Robert Wilson parece querer ignorar el sentido correlativo de los versos de estos poemas, los cuales se recitan en alemán con subtítulos en inglés.

Se rompen en mil pedazos de palabras sueltas y en pocas ocasiones se les da su verdadero sentido. Wilson escarba entre los versos y va encontrando posibles personajes para su escena. Entre los iconos encontrados por el director aparecen un chico, un tonto, un Cupido, la Reina Elisabeth (I y II) y el propio William Shakespeare.

Estos personajes interactúan entre sí independientemente del texto, en unos cuadros que se hacen coincidir con los sonetos de forma mágica e incoherente y de los que resultan escenas donde una mujer se recuesta en una cama suspendida en el aire, tres hombres aparecen al lado de unos antiguos contenedores gigantes de gasolina, un bombín levita a la par que un hombre monta en una bicicleta que va marcha atrás.

Se escuchan las partituras eclécticas de Rufus Wainwright en una conseguida imitación del estilo de Kurt Weill, canciones del medievo alemán, Mozart, Siouxsie Sioux y Jimi Hendrix.

El compositor parece entender los mecanismos de los sonetos y nos lleva a un terreno para seguidamente romper en una contradicción sonora cuyo efecto en el público suele ser la risa.

Algunas partes se repiten mientras otras se eliminan. Por ejemplo el primer soneto dura 20 minutos y se hace monótono al estar varias veces repetido y ralentizado.

Sin embargo hay tantas cosas para degustar en esta propuesta donde el cabaret alemán, Brecht y su estilo de repertorio, Wilson, Shakespeare y Wainwright, nos envuelven en una especie de ópera moderna comprometiéndonos durante 3 horas de espectáculo.

Para disfrutar, recomiendo entrar preparado para un tsunami constante y emocional lleno de sensaciones melódicas.

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