Mirada de Zebra

Supersticiones

Leo en alguna parte de ese infinito mundo virtual que cabe enterito en mi pantalla de ordenador, que somos supersticiosos por naturaleza, que nuestro cerebro está programado para intentar explicarse el mundo – ¡nada menos! -, y que ante tal ardua tarea muchas veces este pobre cerebro nuestro no tiene más remedio que inventarse historias que poco tienen que ver con la realidad. ¿Soy yo acaso el único que de niño intentaba pisar las rayas blancas del paso de cebra creyendo que así aprobaría un examen? ¿El único que pensaba que si el próximo coche en aparecer a la vuelta de la esquina era rojo, ello indicaría que aquella niña que nunca me miraba lo hacía por disimular su atracción por mí? Así se empieza para luego, cuando a la inocencia le salen patas de gallo, acabar entregando nuestra fe a una religión, a la ciencia, a la medicina de bata blanca o a la esotérica, a un periódico o a la televisión. Llegado el momento dejamos que todas esas fábricas de explicar el mundo construyan nuestra actitud crítica frente a la vida. Llenamos nuestro vacío existencial con sus leyendas. Mejor una mentira bien hilvanada, que el desasosiego de no saber qué nos pasa y por qué. Algo así debe de pensar nuestro cerebro, mientras nosotros asimilamos sin rechistar las contradicciones que nos rodean.

La cosa es que leído el artículo, que tiene autoría de pedigrí, ya que lo firma una catedrática de psicología experimental, no puedo sino reafirmarme en mis supersticiones, particularmente las que afectan al oficio escénico. Me digo que los que nos dedicamos a esto tendemos a llenar de misterios y leyendas lo que nos envuelve. Por ejemplo, los textos clásicos, o cualquier otro texto que nos subyugue, parece siempre inspirado por alguna cualidad divina, que hace no solo que nunca lleguemos a comprender su esencia, sino que además disfrutemos de esa incomprensión. ¡Y qué decir cuando somos actores, que salpicamos de supersticiones nuestro quehacer diario! Cito al vuelo. Casi todos tenemos una particular rutina antes de salir a escena y si por lo que sea no podemos hacerla con el tiempo necesario, en seguida entra la corazonada de que algo puede ir mal. Utilizamos vericuetos inconfesables para acercarnos al personaje. Incluso creemos en la providencia catastrófica que siempre aparece el día del estreno. Ustedes, actores, ¿no se reconocen en estas supersticiones?

Aún hay más, no crean, pues podríamos decir que el teatro incita a la superstición de los espectadores. No solo porque se busca que el espectador crea en algo real que se ha trabajado con artificio, con arte y oficio, sino porque muchas veces trabajamos con la secreta intención de que el teatro puede resonar más allá del tiempo que dura el espectáculo, más allá de las carcajadas o llantos puntuales, más allá del mero entretenimiento; pues queremos creer que el arte puede extender sus tentáculos invisibles para tocar alguna fibra social o política. Nuestra superstición puede ir incluso más allá, hasta llegar a admitir, como bien apuntaba hace poco Nuccio Ordine, que el arte, como la cultura, es inútil, afortunadamente. ¿Hay algo más supersticioso que volcar toda tu actividad en algo que asumimos es inútil?

En estas desentierro mi cabeza de avestruz del suelo, y miro alrededor. O sea, a otra parte de ese mundo que se asoma a mi pantalla, a las noticias de los diarios… Y me da por pensar. ¿No es también superstición que una gran mayoría tenga la intención de seguir votando al partido que gobierna esa barraca tristona llamada España, cuando ha demostrado, por activa y por pasiva, haber incumplido punto por punto su programa electoral, salvo en el tema del aborto? ¿Cuando ha quedado claro que han mentido, robado y cambiado la estructura socio-política y cultural a favor de una minoría neoliberal, o peor, a favor de sus propios intereses? ¿No es superstición lo que tenemos que aplicar para seguir creyendo a ese supuesto adalid de la igualdad mundial que es Obama quien afirma, entre otras cosas, que gracias a la capacidad de liderazgo del jefe de la barraca la economía española se ha estabilizado? ¿No es superstición que sigamos creyendo en el sistema judicial cuando, y cojo un tema al azar, un fiscal y Hacienda defienden a la Infanta con mayor ímpetu que sus abogados? ¿No es también superstición que unos ciudadanos ahorradores confiasen en sus bancos en la cuestión de las preferentes, que a la postre han sido quienes han orquestado esta crisis que ha afectado a tantas personas menos a ellos? ¿Y no es acaso una superstición mayor la de esta sociedad adormilada que parece simplemente esperar a que la situación mejore sin ofrecer resistencia alguna?

Ya ven, hay supersticiones y supersticiones. Mientras unas supersticiones se conforman con ser útiles en su asumida inutilidad, hay otras que guardan la intención oculta de empobrecer y arruinar más este mundo. Que cada cual escoja la suya.

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