Zona de mutación

Teatro protoplasmático

La boutade que dice que de todo puede hacerse teatro, solapa el hecho más serio de que ninguna materia resulta teatral sin un profunda clínica, seguimiento y develamiento de en donde reside la capacidad de hacer que las cosas muten, transmuten, circulen y se reproduzcan, en una clave de mecanismo infinito francamente transgresor de los designios mercadotécnicos y estatales respecto a este arte.

Para una consideración sistémica, casi de organismo vivo, es difícil no considerar su piel. Las facultades para absorver y asimilar esa materia ajena que sin embargo es susceptible de devenir teatrable. Este registro quita a las artes, en su complejidad, la capacidad de ser simplemente un elemento icónico, figurable, bidimensional, para ingresar a la tridimensionalidad de los procesos físicos-químicos.

El teatro, quién duda, tiene una capacidad capturadora, envolvente, disolvente. El teatro metaboliza lo extraño y lo familiariza. El teatro incorpora y espanta, conmueve, sorprende. Desagrega y multiplica. Potencia. Lejos de las fábulas logocéntricas, de endilgamiento y digitación a fines. Considerar su informalidad y ‘des-forma’, y su multiplicidad pareidólica. Lo que en el momento en que decimos que es tal cosa, al instante siguiente ya ha dejado de serlo. El empecinamiento inocuo de los críticos de asociarlo a una definición, a un género, a un estatuto, a un canon.

El teatro es un mecanismo de seducción, de engaño y disimulación. Es biodegradable o físicamente laberíntico. Nadie está indemne. El teatro puede ser un emplazamiento voluntario o un padecimiento viral, una fiebre sin vacuna venida de los países desculturizados.

El teatro es una babosa, una masa viscosa que succiona materiales y sobre todo espectadores. Los deglute y los transforma. Es una experiencia de lo diferente, de lo que se ignoraba hasta ese momento. Una hipersensibilidad que a nada deja indiferente. Así como su materia prima es todo, de sus degluciones puede resultar de todo, absorciones y excreciones, diluciones y corporizaciones.

Ya nada adscribe a un solo referente, a una sola definición manipulable, apropiable. Cómo hacerlo en un sistema ‘caja negra’, donde aquello que entra, no necesariamente es igual a lo que sale.

Sistema denegador de dueños, de apropiadores inclementes, obtusos, obsecuentes a un poder de turno que los favorece. Lo que dicen que es, resulta no ser. Medio de farsantes, de napoleones impotentes, de engreídos que con una solución personal salen a desafectar las mil alternativas probables a ella misma. La desesperación por hegemonizar la dirección de las células, el perfil de sus formas, no es más que un miedo cultural para admonizar detractivamente, prerrogativamente, lo que ellos suponen superior por seriedad, profundidad. Tales ejercicios de opinión y parecer no hacen más que congelar lo que moviéndose, prescinde de la lucidez que explica el hecho. Pero aquello que se dice, aunque se quiera un acting deslumbrante de por sí, no constituye el hecho original.

El poder presiona por masividad o minoría. Es lamentable que los agentes artísticos se avengan a ello, a dejarse propiciar como material de elevación, cuando no de amonestación.

Hay que ser cómplice a la vida que lo excede. A estar disponible a una ingesta que lleva la penetración y la capacidad de ver incorporadas al propio hecho, y no al señuelo mojigato y posteriorizante de las academias.

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