Zona de mutación

Teatro y nuevas tecnologías

El trance que promueven las nuevas tecnologías cuando se aplican al teatro plantean en primer término si los signos o huellas que devienen de aquellas, se incorporan como material previamente teatralizado, o se usan justamente porque su intervención colabora a teatralizar, es decir, a generar teatro de aquello que no lo es. Se trata de ver si frente al choque con nuevos medios, lo que se entiende tradicionalmente como teatro no queda flotando como una petición de principio, que se autosustenta en una legalidad indemostrada, donde la alusión de pertenencia a un supuesto patrón artístico e identitario, no termina siendo otra cosa distinta que una prerrogativa digna de mejor causa.

El choque de lo cárneo con lo virtual no puede menos que resultar dramático en sí, donde lo más importante es ver si la imagen visual, sonora, ha de verse sometida al canon de relato y estructura tradicionales, como hilvanar una fábula, desplegar un argumento y demás. Si es por argumentar por imágenes ya lo demostraba Max Ernst con su señera trilogía novelística, armada en base a grabados: «La Mujer de cien cabezas», «Sueño de una niña que quiso entrar en el Carmelo» y «Una semana de bondad o los Siete Elementos capitales». Si el planteo pasa por una supuesta anulación del referente, oportuno es decir que no hay imagen sin referente. Tal vez, el viejo afán de las unidades aristotélicas quedan desbordadas por una actualización de los mecanismos perceptivos.

Las nuevas tecnologías, promueven un cambio a nivel de los soportes, así como a nivel de los procedimientos de relato. El ‘sampling’ o el ‘loop’ alteran los registros de tiempo y espacio haciendo que la incertidumbre perceptiva codifique nuevas maneras de recibir lo artístico, en un contexto de liquidez, fragmentariedad, aleatoriedad. El trabajo de manipulación de imágenes, grabadas o en vivo, de sensores lumínicos, de reproductores digitales, switchers, consolas digitales, holografía, fuentes luminotécnicas de última generación, levantan las paredes del ‘simulacrum’. Más que lecturas, los participantes interactúan, realizan ‘viajes’, incursionan en cartografías lúdicas, en derivas laberínticas virtuales. La estructura está en todo caso en una modulación de intensidades, en ritmos perceptivos integrales, ya no exclusivamente logocéntricos ni representacionales, sino, por decirlo así, acupunturales.

Los soportes industriales pueden permitir una particularización de la experiencia, que no se alimenta sino de la fantasía de una libertad correlativa a la del libre mercado. Pero el sobrepaso de las artes manufacturadas o mecánicas, quedan sometidas a la oferta en el marco del mercado industrial. Los artistas, no pueden producir por sí mismos los implementos, el software que precisan. La imaginación creadora queda acotada a lo que hay. La infinitud, viene luego en el diseño, en el usufructo creativo y singular que cada uno hace. Ya no es tanto un paradigma estético, sino el designio (ley) de un aparato. Un dispositivo por el cual, lo que se haga con el pasado de la herramienta (en este caso el teatro), no deviene de una imposición arqueologizante sino de una voluntad política de hacerla rendir hacia delante como el ariete lúcido que damos por descontado que es.

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