Críticas de espectáculos

Tierra de tiza / Vanesa Montfort / Roberto Cerdá

Conciencia contra la pared

“No me contéis más cuentos, / que vengo de muy lejos / y sé todos los cuentos. / No me contéis más cuentos. / Contad / y recontadme este sueño. / Romped. / Rompedme los espejos, / deshacedme los estanques, / los lazos, / los anillos, / los cercos, / las redes, / las trampas / y todos los caminos paralelos…” León Felipe en “Antología rota”.

Yo hubiera escrito este poema en la pared. Pero, claro, en un contexto donde la gente se desahogaba escribiendo, pidiendo, exigiendo cosas concretas y llenas de rabia, el poema del zamorano perteneciente a la Generación del 27, hubiera caído como una vergonzosa y airada provocación a la provocación.

Y es que, el texto “Tierra de tiza” de Vanesa Montfort induce a la ira, a la rabia, a la necesidad de manifestarse contra una realidad demasiado evidente. La obra tiene algo de mitin, de panfleto que no invita a la reflexión, sino a la exaltación. De ahí, que mi reacción hubiera sido tomar posición, tomar distancia, apropiándome de las palabras del poeta; mi pretensión era alejarme de los árboles para poder ver el bosque, alejarme del discurso –desde mi punto de vista– excesivamente calcado de la realidad, aún reconociendo el patético contenido impregnado de desánimo y depresión.

Como si se tratara de un noticiero, de un reportaje periodístico o cinematográfico, “Tierra de tiza” participa del teatro documental en cuanto que los personajes, las situaciones y los diálogos están pegados al barro de la cotidianeidad de nuestra sociedad capitalista injusta, “una maquinaria que está devorando a sus hijos” sin piedad.

A pesar de la realidad manifiesta que describen las escenas, el espectáculo posee una poética sutil derivada de la puesta en escena definida por una intérprete que dibuja constantemente sobre la pared. El interior de una vivienda, la espalda de una mujer, los edificios de la ciudad, personajes abatidos, frases alusivas a los estados anímicos. “Colorín colorete, por la chimenea…”; “Adiós”, “PRECIPICIO”; “El futuro está en tus manos. “; “Cuando todo se ha borrado la imaginación nos hace libres”. Y la traca final, un grupo de personas tras una pancarta en blando, en manifestación.

Los dibujos, los trazados con tiza y borrados para añadir otros dibujos más, contienen todo el significado de la obra, toda la poética: “cuando todo se ha borrado…” Ahí está la metáfora, en el grafiti y en el borrado de la realidad, que al borrarlo se convierte en imaginación. Pienso que lo que sucede en la pared propone un discurso más rico y más intenso que la mera dramatización.

La puesta en escena plantea un juego de imitación de la realidad por medio de excelentes dramatizaciones y, en otro plano, plantea el juego de la pared como espejo donde el espectador ha de escudriñar, descubrir su propia figura, su pensamiento de forma individual; el público ha de intuir o imaginar más allá de la propia realidad.

Con todo lo dicho, Roberto Cerdá ha dirigido un magnífico montaje con cinco intérpretes extraordinarios que se acercan a la sicología de los respectivos personajes con honestidad. El histrionismo cómico del vidente contrasta con la dramática expresión corporal de la mujer que, acorralada por las circunstancias, está sumida en la desesperación y en la soledad; soberbia interpretación.

En fin, en “Tierra de tiza” se comparte a partes iguales la evidencia con la poética, la provocación con la contención, el patetismo conmovedor con la sarcástica comicidad. Gran acierto que los intérpretes no salgan a saludar y dejen al público con su conciencia a un palmo de la pared.

Manuel Sesma Sanz

Espectáculo: Tierra de tiza. Texto: Vanesa Montfort. Actores: Julia Eme, Ramón Ibarra, Rebeca Matellán, Pedro Almagro y Rosa Manteiga. Espacio escénico: Susana Uña, Roberto Cerdá. Iluminación: Enrique Chueca. Dirección: Roberto Cerdá. Compañía: 181 grados. Sala Teatro Cuarta Pared, en gira.

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