Críticas de espectáculos

Tito Andrónico / Teatro del Noctámbulo / 65 Festival de Teatro Clásico de Mérida

 Lección magistral del tratamiento de un clásico de tema grecolatino 

«Tito Andrónico«, estrenada por primera vez en el Festival de 1983, en versión de Martínez Mediero, y que ahora clausura esta 65 edición -con broche de oro- la compañía extremeña Teatro del Noctámbulo, es la tragedia cruenta sobre el mundo y héroes romanos donde un joven Shakespeare, llevado por su gran imaginación y las modas del momento, se inicia en el planteamiento de sus grandes temas: el sufrimiento humano, la pasión incontrolada, la oposición bien/mal, justicia/clemencia, orden/caos. El interesante texto, en verso, caricaturesco e inhumano pero típico del gusto isabelino bajo la influencia de Séneca y Ovidio, recoge la atmósfera claustrofóbica, el ansia de venganza, los horrores y la crueldad de una guerra de familias por controlar el poder en Roma, provocada por el «virtuoso» general romano Tito Andrónico.

 

Aunque el texto, que no pareció bueno para algunos estudiosos que creían que lo que verdaderamente escribió el autor inglés fue una atiborrada serie de instrucciones para una performance gritada entre sangre y vísceras, con caracteres pueriles y perfilados rudamente, hizo que la obra quedase olvidada. Fue el gran Peter Brook quien la desempolvó a mediados de los años cincuenta, descubriendo las posibilidades de una gran obra, con la que realizó una producción exitosa -llenado páginas de la prensa- para la Royal Shakespeare Company, protagonizada por Laurence Olivier y Vivian Leigh. Poco después, la estadounidense Julie Taymor, que ya había realizado una puesta off-Broadway de la obra, confirmaba la tesis de Brook llevándola al cine del género «gore», con Anthony Hopkins y Jessica Lange al frente del reparto.

La versión para el Teatro Romano es de Nando López, que acorta la obra y prescinde de algunos personajes para agilizar y abreviar la puesta. La trama es fiel al texto del autor inglés, pero más atractiva y vanguardista al darle profundidad y sutilidad al lenguaje artístico -altamente poético- que en el texto de Shakespeare se resiente por una excesiva retórica debida, quizá, al influjo de dos grandes autores de la época: Kyd y Marlowe. El dramaturgo catalán modela sabiamente su «Tito Andrónico» captando los elementos de las oscuras pasiones humanas, que logra codificar en clave estética para que la obra resulte atemporal. En su versión, aparte de hacer sentir matices y pliegues de cada personaje o de introducir nuevas escenas (como el luminoso monólogo de la reina goda Tamora) coexiste en sus diálogos una recreación necesaria que interroga sobre la eterna denuncia y condena por la inutilidad de la venganza, de la violencia y la sangre, que hacen reflexionar en ese trasfondo que persiste y busca sus medios para expresarse en los tiempos clásicos, modernos y posmodernos.

La puesta en escena, de Antonio C. Guijosa que ya dirigió a Teatro del Noctámbulo en el apasionante espectáculo «Contra la democracia«, nos vuelve a dar una lección magistral con esta obra de Shakespeare/López de estética parecida (de un teatro de la crueldad que se acerca a las obras que en la clandestinidad realizaba Goya de tintes infernales y dioses devorando a sus hijos), en la que aprovecha al máximo las posibilidades expresivas del texto -de humor, tragedia y poesía- logrando una arquitectura de montaje inquietante, variado y coherente, donde brilla el sentido de la intriga y la excelente dirección de actores en situaciones inesperadas de horror llevadas al límite. En el montaje consigue una depurada ambientación catártica de la tragedia que fluye en la intensidad gradual y evolutiva del clímax, que culmina en la espectacular escena del banquete (digna de figurar como antológica), dentro de un riguroso sentido de la composición escénica: de la luminotecnia precisa (de Carlos Cremade), de los vestuarios sugestivos (de Rafael Garrigós), de los maquillajes impresionantes (de Pepa Casado) y de la música sombría (de Antony M. March), activos con hálito creador sobre la única escenografía inigualable del monumento.

En la interpretación intervienen 13 actores talentosos –José Vicente Moirón (Tito Andrónico), Carmen Mayordomo (Tamora), Gabriel Moreno (Saturnino), Quino Díez (Marco Andrónico), Cándido Gómez (Rústico), Carmelo Sayago (Emilio), Guillermo Muñoz Serrano ((Mucio/Aarón), Lucía Fuengallego (Lavinia), Alberto Barahona (Lucio), Alberto Lucero (Quirón), José F. Ramos (Demetrio), Sergio Adillo (Alarbo/Basiano/Marcio) y Juan Vázquez (Quinto/Godo) que realizan un trabajo visceral, intenso y agotador. Todos convencen y brillan en sus diferentes roles -incluso cuando cambian de personaje-, pero la estrella indiscutible es Moirón, con su rol de héroe y antihéroe que llena de luz el escenario desde el principio hasta el fin encarnando las contradicciones y oscuridades de su personaje. Su actuación creíble está moldeada con una increíble energía en los movimientos, gestos y en el ejercicio de la declamación -de cadencias y anticadencias de tonos- que palpitan con resplandor en las imágenes dramáticas y en los diálogos y monólogos poéticos de la inteligente versión. Me recordó ese gran nivel de actuación de Pablo Derqui (en Calígula), el más sobresaliente en esta última década del Festival. Moirón demostró estar a la misma altura o mejor, pues en esta obra están presentes todos los registros dramáticos (cómicos y trágicos), que el actor domina excepcionalmente.

La representación fue aplaudida intensamente (con muchos ¡bravos! Incluidos) por más de 2.500 espectadores.

José Manuel Villafaina

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