Escritorios y escenarios

Turbulencias

La última semana de abril del 2021, la que acaba de pasar, fue una semana turbulenta en Colombia. Se anunció paro nacional el miércoles 28, y se prolongó hasta el sábado 1 de mayo. Bogotá ha estado particularmente gris, hay aguaceros todos los días. Y en ese caldo de cultivo, ideal para resfriados y gripas, los valientes y sanos han estado en la calle expresando su inconformidad, exigiendo dignidad y, quizá, un poco de sentido común… Paréntesis: no creo en el sentido común. Ojalá existiera.

 

Anoche la orden presidencial fue militarizar el país, a ver si así logran contener la furia de la gente. Pero eso provoca más indignación y rabia. Es como imponer la fuerza bruta, a la razón, a los argumentos, a la sensatez… Es evidente la desconexión de los políticos con la gente del común, qué sordera, qué ineptitud, qué indolencia.

Así pues, está pasando lo que parecía impensable… Al agotamiento de llevar un año en crisis sanitaria en un país injusto, violento, corrupto, en el cual es cotidiano asesinar a lideres sociales o desaparecer gente y que es gobernado por la derecha, súmele la “rabia digna” de la mujeres en su lucha feminista, la crisis de los pequeños empresarios cerrando sus locales porque no hay como mantenerlos, la del arte, la cultura y la educación que, en tiempos de pandemia es un reto para estudiantes y profesores… Y agréguele el desempleo, la explotación laboral, la enfermedad, un sistema de salud en colapso, el hambre, la soledad, la depresión, la languidez… Finalmente para adornar el pastel, añádale la idea absurda del gobierno de realizar una reforma tributaria en la que quiere ponerle impuestos al azúcar, al café, a los entierros, al internet, al agua, la luz, el gas…  ¿Cómo no iban a volver las protestas, ante semejante horizonte?

Está pasando todo al tiempo. Todos los días hay puntos de giro, acontecimientos grandes y pequeños, y mientras intento asimilar una cosa, pasa otra. No hay tiempo para digerir, para “mambear”. Confieso que me siento tan agotada, que he tenido que vincularme a meditaciones de luna llena, a la que asisten más de cien personas en línea, para tranquilizar mi mundo interior.

El viernes los estudiantes de artes escénicas se declararon en asamblea permanente, es decir, que otra vez entraron en paro, y eso que no nos hemos recuperado del paro del 2018 o 2019, ya no me acuerdo. El caso es que muy a las siete de la mañana, me explicaron que en tanto estudiantes de la universidad pública necesitaban tomar posición respecto a todo lo que está pasando en el país. Esta nueva generación me conmueve mucho. Y que por eso se cancelaba la clase de poéticas de teatro colombiano, en la que empezaríamos a estudiar la emergencia del nuevo teatro en su relación con el movimiento de teatro estudiantil y experimental de los años cincuenta y sesenta, en un contexto de protesta, de denuncia social y de represión, esta última liderada por los representantes del Frente Nacional.

Y a mí me dieron ganas de llorar, aunque no pude. Pero no me malinterpreten. Admiro profundamente a los estudiantes de la universidad pública porque tienen conciencia sobre la lucha social… Y por ellos estoy absolutamente conectada con la realidad. Me dieron ganas de llorar porque reafirmé que es imposible la estabilidad, aunque la requiero, la reclamo, la exijo. Así que estoy intentado procesar que no. No Manuela, no. Que no. No. No es no. Nop. La estabilidad es imposible en un mundo dirigido por una clase a la que “todo lo humano le es ajeno”. Estoy invirtiendo una de las frases célebres de Menandro. Y al menos por ahora lo único que queda es entregarse a las turbulencias en la postura del guerrero, bien parado, bien derecho y bien fuerte para resistir. Vamos a ver hasta dónde.

Domingo, 2 de mayo de 2021

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