Zona de mutación

Tus heces no me convencen

Según consigna la historia, con la evolución de la fotografía la pintura se propone no mostrar lo que aquella ya muestra, situación que indujo a los pintores a un camino experimental. En el teatro, la crisis de la mímesis devenida de aquello que ya el espectáculo muestra, lo fue poniendo en el brete de lograr nuevas soluciones, y de introducir la variante de lo experimental casi como un destino.

Las salidas que la investigación de los artistas logren establecer adquieren un cariz variable: desde aquellas que suenan a hallazgos precarios, momentáneos, a la posibilidad de anclar sobre teorías duras que parecen generar en la actividad teatral un nuevo horizonte de expectativas. Siempre y en cualquiera de estos casos, estos nuevos anclajes ponen a la histórica relación actor-espectador en un verdadero cuestionamiento, cuando no directamente en un lodazal. Más que la cuestión de la inteligibilidad de los trabajos, o la capacidad del espectador para decodificarlos, se impone un plano antropológico de la aptitud de cualquier público que se precie, a ponerse en situaciones que lo incriminan, lo desafían y hasta lo cuestionan y agreden. Casi se podría decir que esta relación adquiere el carácter de un verdadero safari, donde a nivel de prevenciones queda claro que ver una obra de teatro-arte equivaldría a la aventura de afrontar algo inesperado, a un tour hacia las selvas vírgenes, donde los artistas incluyen en el juego hasta la posibilidad de deponerse como tales. El usufructo y desgaste de las convenciones da lugar a una actitud ante una instancia vital diferente, ni siquiera el afrontar una cosa nueva, sino directamente un trance antropológico donde el sujeto se muestra dispuesto a cuestionarse, a perplejizarse y vérselas con aquello de lo que nada sabe. Todo, así, se hace más casual, eventual. Nada es seguro, ni siquiera las tablas de valores que se tienen hasta ese momento en la cabeza. Antes bien, el camino de una amoralidad que prepara para un acontecimiento que raya lo accidental, en un contexto de aptitud para mutar.

Es verdad que todo se puede codificar, pero también es cierto que la participación en la decisión de crear las gamas de las decisiones particulares, habilita una nueva forma de componer los derroteros participativos dentro de una propuesta artística. La creación de los lenguajes, de los nuevos contratos que nos involucran, comprometen a una creatividad plena de los participantes. Nada es a priori. Se trata de tener una experiencia, en la que vale lo que se dice de ella, y el lugar donde quiere ponérsela.

Es cierto que la impiedad de los efectos deyectivos, de los ánimos basura, del tupé con que el ánimo decadente se asocia a la cultura desecho, donde el campo perceptivo de los públicos parece inducido hacia la desgracia y la miseria, poco quiere ver de las nuevas utopías que persisten en sortear la vanagloria de los banalizadores profesionales de la cultura. Estos, poco y nada quieren saber de programas donde se prevén metas, que incluyen no sólo las de una sobrevida, sino las de una vuelta de tuerca, las de un verdadero salto cualitativo hacia nuevas potestades existenciales.

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