Mirada de Zebra

Una de fútbol

Nadie es perfecto. Ya se lo decía Joe E. Brown a Jack Lemmon en la película «Con faldas y a lo loco», cuando este último le confesaba, quitándose la peluca de mujer, que era un hombre. Entre las variadas imperfecciones que cultivo, además de la de ser hombre, está mi afición por el fútbol. Y es que ser aficionado al fútbol, aunque sea de forma tibia como es mi caso, es destinar parte de tu tiempo a un deporte de masas que, reconvertido como está en un descomunal mercado salvaje, no hace sino alimentar el estómago más necio y soez del ser humano. Ese mismo estómago adonde van a parar los residuos de la prensa del corazón o de la política en su apogeo chabacano, es decir en el periodo electoral. El fútbol, como esos tristes compañeros de fatigas, en esta sociedad que amenaza quiebra, hace que afloren las reflexiones más simplonas, los debates más insulsos y la violencia más barata de esta raza nuestra. A pesar de lo cual, como digo, soy capaz de tragar esos tropezones y disfrutar con ciertos aspectos de ese deporte que, bajo su grosera capa de calamidades, aún guarda destellos de verdadero juego y nobleza.

En este sentido, tal vez por esa otra desviación a la que tiendo, la de índole profesional, siempre me ha resultado atractiva la conexión entre los deportes de grandes masas, como el fútbol, y el ritual. La controversia sobre el tema aún sigue abierta, pues desde quien opina que el fútbol es un perfecto ejemplo de ritual contemporáneo, hasta quien dice que deporte y ritual son ideas casi antagónicas, hay lugar para reflexiones de todos los colores. Se mire con la lente que se mire, es innegable que el fútbol está impregnado de elementos propios de los rituales, aunque haya quien piense que los conserva a costa de degenerarlos.

Para empezar, defender un equipo es entrar a formar parte de un colectivo, la hinchada, que mostrará su identidad y su cohesión con estandartes y símbolos muy diversos: los cánticos, el himno -siempre con algún toque épico-, el escudo, las banderas que bien adornan mofletes o bien se convierten en bufandas… Ser hincha de un equipo es pues identificarse con unos colores, pero también con la ideología y la idiosincrasia de una comunidad. En el caso del Athletic de Bilbao (por barrer para casa), cuya principal seña de identidad es competir con jugadores de la tierra, esto algo notorio.

Resulta evidente entonces que una de las funciones propias del ritual, el hecho de dar cohesión a una comunidad a través de la identificación de sus miembros con unos valores comunes, está muy presente en el fútbol. Y no es menos cierto que el fútbol también cumple otra de las tareas que los antropólogos tradicionalmente han atribuido a los rituales: generar una suerte de catarsis emocional que sirva como purgación efímera, al tiempo que se celebran y se subliman los valores culturales de un grupo.

¿Imagináis un teatro capaz de generar, siquiera en versión miniatura, el estallido de pasión y comunión que desata un partido de fútbol de altos vuelos? Es cierto. Hoy la pregunta se desvanece entre la fantasía y la utopía. Sin embargo cuando uno lee pasajes sobre el teatro de la Antigua Grecia -tan próximo éste también al ritual-, la cuestión no parece tan ingenua. Cuenta Heródoto, por ejemplo, que en la Atenas del siglo V a.c., durante la representación de la obra «La toma de Mileto», escrita por Frínico y que plasmaba la conquista de dicha ciudad por parte de los persas, los espectadores griegos apilados en millares, sensibilizados como estaban con el tema, rompieron en tal llanto colectivo que hubo de suspenderse la obra. La pregunta nos escupe: ¿Qué arte o espectáculo podría causar una catarsis parecida en la actualidad?

Miro a mi alrededor cercano, y el primer caso que me viene a la cabeza es del fútbol, cuando sucede que un equipo con solera baja a segunda división. Pienso en el Athletic (y disculpad otra vez mi caprichoso escobón), e imagino al equipo perdiendo la categoría…. y, anestesiados como estamos ante tanta injusticia y tanto sin sentido, pocas catástrofes se me ocurren de mayor calado social y emocional para esta ciudad. Por fortuna este año tal cataclismo no ocurrirá en Bilbao. Será alguna otra ciudad quien la viva. Este mismo sábado.

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