Zona de mutación

Una fábula de fuentes que mata al realismo global

-Quién duda que genuinas pulsiones populares, son depredadas muchas veces por la instrumentalizacion, el inmediatismo mercantil, haciéndolas víctimas de una ‘des-lectura’ de sus sedimentos más profundos. Pero la potencia cosificante de la escuela administradora de la subjetividad dominante, provee las bases a sus actores culturales. Es muy raro que un stanislavskista cuadrado entienda a las micropoéticas que se expresan con códigos o lenguajes alternos, con métodos ‘otros’, porque se opone de raíz a ellas. El sistema stanislavskista, con su lavaje strasberista, en su funcionamiento imperial de dominación perceptiva, ha prescindido de las manifestaciones y tradiciones de los actores locales. Inconscientemente es cómplice de la idea de que antes del ‘descubrimiento’ de América, ésta no tenía manifestaciones escénicas atendibles[1]. En un mundo donde la posmodernidad no ha dado fin a la colonialidad sino que esta se ha re-instalado como colonialidad global, los diseños locales pasan a tener una significación estratégico-política nunca antes considerada por una modernidad etnocéntrica.

-Los mandatos totalizantes, no son muy propensos a entender los lugares de enunciación que componen la geocultura contra-hegemónica, la que marca en sus contenidos, un enfrentamiento a la cultura del desastre del capitalismo globalizado. Hoy más que lucha de clases hay una oposición capitalismo-mundo que no es ni más ni menos que la oposición excluyente: o capitalismo o planeta. Esto ya excede alguna embozada complicidad con el Partido Verde. Por eso, más que un empecinamiento ideológico reincidente, cómplice de viejos procedimientos transformantes, se trata de velar por los nuevos paradigmas que confluyen en una lucha final: o vida o vida. En este contexto es que vale hacer visible el código perceptivo instaurado como relato dominante, que hace de cualquier tradición local, una historia no escrita. Los pueblos latinoamericanos ya desde la conquista fueron dominados por la lengua. Se inoculó por esa vía la evangelización y se hizo estallar en las lenguas nativas, los elementos unitivos que las constituían como tejido. Se rompió el telar de su cultura y se la desnudó como cuerpo prescindible. El malevolismo de usar a los mismos ‘indios-lenguas’ (Malinche es un ejemplo famoso, Felipillo otro), con el que inocularon la disolución a través del ‘bilingüismo’y se preparó el avasallamiento de sus culturas genésicas, es una ironía de la historia que ha de atenderse en la era de la traducibilidad de las culturas. ¿Por qué será que aún con quinientos años de Conquista no hay una épica americana? Sin embargo se gestó en los indios-lenguas a verdaderos Robocops de la cultura, arietes blindados por el Poder Blanco, seres-prótesis usados de escudos humanos que formaban parte, como agentes espúreos, de la destrucción colonizadora. Para el caso, la Conquista fue una ‘epopeya malsana’ que no alimenta la literatura ni la mitología de la Península Ibérica, ni la de América. Lo más perverso de la conquista, fue pergeñado por mentes macabras: Indio mata Indio[2]. Una matemática atroz, peor y más perversa que la Solución Final de los campos nazis.

El sentido de universalidad fue una idea europea, que cargó las armas de sus ejércitos. Los pueblos nativos (según la hegemonía conquistadora), eran pueblos sumidos en la idolatría, cuyos rasgos no podían reclamarse universales (hoy nosotros, en mil sentidos distintos, tampoco). Hay un eurocentrismo por un lado y un centralismo local del mismo tenor, por otro. Los habitantes no capitalinos de los países latinoamericanos, desde esta perspectiva, son todos indios. Es decir, el ‘todos somos indios’ equivalente al ‘todos somos judíos’ que las condiciones de persecución impusieron en la historia. Vivir en un lugar no es una fatalidad anti-nomadista sino parte de una topofilia (amor a ese lugar). No hay resentimiento cuando uno elige quedarse en un sitio, ni deja ser un ‘radicante’ como propone Bourriaud[3] en su libro homónimo, con un tinte eurocentrista que desmerece la plétora de buenas ideas que inundan sus otros libros traducidos al castellano. Por esta razón, uno ya no está aquí o allá por culpa de nadie. Pero nadie puede anular el significado de tal ‘decisión’.

Eso, entiendo, es sentido geocultural. Los veedores internacionales de teatro no llegan a los países profundos, sólo legitiman en su piel lo que la propia estructura de dominación establecida, consagra como lo que hay que ver y por ende lo que deben comprar. Si cualquier provincia les paga, probablemente acudan, para lo cual no será raro que operen como ‘descubridores’. Ni más ni menos que seguir descubriendo indios. Todos sus sistemas de representación nativos, alternos incluso a la grafía o a la escritura, fueron estudiados por los conquistadores sólo en la medida en que eran favorables a la penetración, pero no como un sistema de relevo alternativo al portante de la dominación. Vemos que la Ciencia por conveniencia existió siempre, lo que no habla bien de su reivindicado objetivismo. Una cosa es clara, ya no más adelantados.

-No podemos hablar de una corporalidad sin memoria. Esto es, hablar del cuerpo alienado, sin el recuerdo de que en el continente americano se produjo el mayor genocidio histórico de la humanidad. Siendo así, ese cuerpo es un instrumento de alienación más y de traición a la verdad que nos debe identificar. Si no creemos que la lógica de los ‘desaparecidos’ políticos sea la misma de la modernidad postcolonial, difícilmente se pueda ver el sentido virulento y transformador que el arte podría suponer. En este caso, a una actividad como el teatro sólo le quedará ser el arte zombie que ilustra ese olvido, porque lo lleva en los huesos. El palimpsesto tiene en este olvido hojaldrado, un registro de escrituras tapadas que van apareciendo según se las raspa. El lugar del país donde vivo es una zona de lenguas originarias extinguidas. Si esto es así, ¿cómo puede ser casual que justo aquí existiera un inventor de lenguas como Bonino? No es casual. Es producto de esa raspadura, como de su intuición genial. Bonino era una pulsión de auto-equilibrio dentro de un ecosistema. Un atractor extraño. Un ente revelador. Los griegos llamaban a esto phainestai, lo que aparece, lo que se da a conocer como magia. Como el ‘aparecido’ Lautreamont, el antropófago montevideano que apareció en París, venido de las selvas vírgenes. Bonino, por su parte, producía el efecto de los textos invertidos en el espejo que bien ejemplifica ‘Alicia en el país de las Maravillas’. Bonino deja de participar de una determinada idea de cultura, propagadora de la anulación de los lenguajes, esa era su ‘decisión’. Los lenguajes (y sistemas) totalizantes terminan siendo totalitarios. Nosotros, ejerciendo cultura podemos existir como mutiladores de una parte de nuestro ser. Por eso necesitamos una forma de des-cultura boniniana. Desordenar los saberes instaurados. Indisciplinar la tontería diversionista, bastarda, sectaria, corporativa, transera, alienadora, que acompaña a la actividad que practicamos, olvidando una vez más a los indios. Des-cultura que no participa de este sistema instrumental que tiene en el propio estado actual del planeta, su precio. Por eso podemos hablar desde una técnica-negativa que nos enfoque desde lo que no somos, porque ese no-ser es el lado oscuro de la cultura que ejercemos, donde brilla como el plancton de aguas profundas, una vida secreta, una ‘fábula de fuentes’, como dice maravillosamente Lorca en ‘Poeta en Nueva York’, y que aún no fue contada.

 



[1] Ver por ejemplo Farsas y representaciones escénicas de los mayas antiguos, de René Acuña, UNAM, México (1978).

[2] Ver Tortuga persigue a tortuga en Las culturas condenadas, compilador Augusto Roa Bastos. Siglo XXI editores (1978).

[3 Radicante, Nicolás Bourriaud. Arana Hidalgo weditora (2009).

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