Desde la faltriquera

Versiones y traiciones

Ideas sobre el teatro recoge en la edición argentina una entrevista de Bertold Brecht con el crítico alemán Jhering, en la que ambos conversan sobre el concepto de texto clásico y la necesidad de actuar sobre él para representarlo en el momento de la conversación, inicio de los años treinta. En Charla sobre los clásicos, así se titula el epígrafe, Brecht pone el dedo en la llaga al señalar tres motivos de envejecimiento: cuestiones de forma, de contenido y de codificación interpretativa.

La forma, afirma, no es duradera e inmodificable, y existen textos que han perdido vigor porque no encajan con el gusto de la época; los clásicos sufren un saqueo de contenido, porque cada época se apropia de ellos y los lee con determinados filtros ideológicos; y por último se refiere al concluir la charla, a las formas antiguas que condicionan la escenificación e interpretación de los clásicos: modelos de puesta en escena o de actuación, inscritos en la memoria colectiva, se imponen en la concepción global de un espectáculo. Por estos motivos, Jhering pone de ejemplo al dramaturgo alemán a propósito del trabajo realizado en Eduardo II de Marlowe, con unas elocuentes palabras: «usted llevó a cabo una remodelación absoluta del original». A modo de paréntesis, la lectura y el cotejo entre el texto original de Marlowe y el intervenido por Brecht resulta extremadamente útil para profundizar en el modo de actuar sobre un texto clásico.

La cartelera madrileña de abril, circuito público, comercial o alternativo, está plagada de textos dramáticos con tirón de espectadores por el título, versionados o intervenidos con desigual fortuna y anunciados con su denominación de origen o de otra manera que advierte de cambios. Los criterios que laten debajo estas intervenciones son muy variados. Dos a modo de ejemplo: desde la lectura por Ricardo Iniesta de Así que pasen cinco años como un texto premonitorio de la muerte del poeta en el 36, con una discutible interpretación del texto en su conjunto y de cambios de sentido en la significación de figuras retóricas inscritas en el texto; hasta un Vania de Carles Alfaro (versión y dirección) que pretende aligerar la densidad textual y la carga psicológica de los personajes de Chejov.

La contemporaneización de un texto, que no su actualización que es concepto más epidérmico, siempre es necesaria por los motivos que apuntaba Brecht y algunos más cuya enumeración alargaría en exceso esta columna. El problema es conseguir que el nuevo texto dramático que surge de la actuación, no pierda el equilibrio y justifique los cambios estéticos o de estilo, o las interpretaciones conceptuales, que se desean proponer. Y la sorpresa surge, cuando tras modificaciones formales concretadas en el léxico que no alteran la fábula, el resultado se distancia mucho del original. Algo de esto le ocurre a Vania.

Tío Vania, como es conocido, resulta una obra muy próxima porque Chejov esculpe unos personajes muy compactos y reconocibles, y porque la palabra, siempre llena de intenciones, se transforma en acción que mueve la historia. Presenta la dificultad para su escenificación de concentrar en exceso los conflictos en los actos segundo y tercero, con un primero excesivamente expositivo y un cuarto que funciona, casi a modo de epílogo para desembocar en el siempre celebrado monólogo de Sonia. Asimismo, los personajes, construidos con maestría, en algunas escenas alargan las construcciones verbales para expresar emociones y provocarlas en los intérpretes, para encontrar el subtexto, la intención.

Estos problemas estructurales del texto original pueden pesar como una losa en la escenificación y provocar que esta resulte lenta y aburrida. No es el caso, porque Alfaro elimina texto justificativo y definidor de los personajes, y la acción no avanza impulsada por los personajes sino por un demiurgo que ensambla situaciones dramáticas. Al adelgazar la textura de los personajes, sobresalen los múltiples episodios que componen la trama y deslizan a Vania hacia un melodrama, donde motivaciones y frustraciones amorosas pasan a un primer plano, enfatizadas por algunos de los actores, mediante unos personajes que son solo portadores de parlamentos, para ofrecer al público diferentes versiones de historias de amor malogradas.

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