Críticas de espectáculos

Viriato / – Florián Recio – 63 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida

BUEN MONTAJE DE UN “VIRIATO” SIN AURA ESPECIAL

 Pese a ser uno de los héroes legendarios de la resistencia contra Roma de la que fuera Hispania Romana, Viriato sólo había subido al escenario del Teatro Romano en la 52 edición del Festival. Aquel espectáculo, “Viriato rey” escrita por el portugués Joao Osorio, fue una coprodución extremeño-portuguesa que no funcionó bien por la falta de intensidad dramática del texto y la desafortunada dirección de Joao Mota en un complejo coro de mujeres. En la interpretación sólo pudo salir airoso, a duras penas, un esforzado José Vicente Moirón (Viriato) que hacía su primer papel protagonista –y a viva voz- en este Festival (que entonces estaba bajo la dirección de Paco Carrillo).

En España, sobre este héroe atesorado de suficientes momentos épicos y dramáticos apenas se han escrito obras de teatro. De autores contemporáneos solamente conozco dos dramas interesantes y bien documentados en su historia de resistencia, coraje y traición: “Crónicas Romanas” de Alfonso Sastre (1968) y “Viriato, historia de una traición” del extremeño José María Pagador (que permanece en la sombra desde la década de los 80).

Sin embargo, numerosos fueron los autores de la antigüedad que con mayor o menor extensión hicieron narraciones sobre este libertador victorioso. De los textos de los romanos: Apiano, Diodoro, Dion Casio, Eutropio, Floro, Orosio…, las fuentes literarias se reducen a unos cuantos párrafos, pero que son motivo de inacabables exégesis quizá porque, paradójicamente, su significado es literal y explícito (e imperialista, podríamos añadir). Por ello, poco ha podido aportar después la historiografía moderna para asimilar la figura de Viriato, agregando asimismo que interpretaciones interesantes como las socioeconómicas de Joaquín Costa (“Viriato y la cuestión social en España”) y de otros pocos escritores no dejaban de repetir con leves variaciones de matiz, con una mejor cita de las fuentes, lo que había dicho el padre Juan de Mariana desde el siglo XVII. Para Costa, Viriato fue un plebeyo de condición libre, alzado en armas contra la aristocracia descendiente de los celtas que monopolizaba el capital, consistente en tierras y ganado, y contra los cónsules romanos que lo habían defraudado en sus esperanzas de redención.

En respuesta a las insuficiencias documentales, Florián Recio escribe libremente un drama desmitificador de la figura histórica de Viriato con los ojos fijos en una propuesta de reflexión sobre las guerras y la paz, inspirándose –en gran parte- en el best seller del escritor portugués João Aguiar (de 1984) que traza un retrato novelado del líder lusitano con un perfil muy alejado del cliché del rudo pastor, todo fuerza racial, que ha predominado en la tradición. Viriato es aquí un político y diplomático hábil, formado en el rico cruce de culturas que confluían en la época en la Península.

Recio, con un texto austero –que narra el último año de la vida de Viriato– apuesta por la palabra frente a las armas, por la negociación constante frente a la lucha, aunque esa negociación lleve implícita la ingenuidad de quien actúa con sinceridad, confía decididamente en las bondades del hombre y, una y otra vez, tropieza con los innumerables instrumentos que emplean los grandes para conservar su poder. Pero el dramaturgo extremeño que solo asume esa misión de hombre normal del protagonista, tal vez condicionado por las varias necesidades de la producción (es una obra de encargo de la compañía extremeña Verbo Producciones y el Festival, cuyo personaje principal tenía que llevar el traje a la medida del actor Fernando Ramos), ha atenuado las posibilidades de una mayor acción del héroe carismático que tuvo en jaque a Roma, generando aquí un personaje bastante desdibujado para la creación de lo que podía ser un montaje más atractivo y espectacular. No obstante, el texto contraído goza de buena escritura y calidad poética.

La dramaturgia y puesta en escena es de Paco Carrillo, que logra sacar un buen partido al texto. Se aprecia el rigor de este experto que maneja perfectamente todos los elementos artísticos componentes, atmósferas y dirección de actores al servicio de las características del gran espacio romano, sin más necesidad que utilizar el monumento como fondo escenográfico, ya que en esta ocasión con solo un disciplinado coro de figuras movibles (víctimas inocentes de las guerras, armadas en procesión con largos maderos) va creando sugerentes y bellos espacios simbólicos de actuación (bien ambientados por la luminotecnia de Fran Cordero) a lo largo de la solemne representación.

En la interpretación, los nueve actores cumplen notablemente con sus roles. Lo hace hasta Fernando Ramos en un Viriato sin armadura guerrera (que en el mito no se quitaba ni para dormir) y sin aura especial. Pero lo más destacado son la presencia escénica, organicidad y hermosas voces de Paca Velardie (la Voz del Pueblo), David Gutiérrez (Audax), José Ramos (Corifeo) y Pedro Montero(en un sensacional Olíndico, personaje mágico-religioso de la mitología ibérica injertado en la obra). Y son corregibles algunas fisuras dramáticas en Ana García (Tóngina), de movimientos y de la voz (algo chillona), y en Juan Carlos Tirado (Cepión), con artificioso histrionismo repetitivo en su irónico personaje. El trio de músicos de Emérita Antigua funciona esta vez algo apretado subrayando los momentos álgidos de un espectáculo, que resulta menos brillante que su anterior “El cerco de Numancia”.

José Manuel Villafaina

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