Rebel delirium

World Stages London (y III)

El escritor sudafricano Can Themba escribió «The suit» en los años 50 en una ciudad llamada Sophiatown. En aquel año la maquinaria del Apartheid estaba super engrasada y la represión contra la población negra era brutal. Aun así, esta ciudad vivió durante los 50 un florecimiento cultural, comparable con el que sucedió en el Harlem de los años 20. Sophiatown era la cuna de los más influyentes músicos, escritores, políticos y artistas sudafricanos. Era un lugar de contradicciones, una mezcla peligrosa de alcohol y literatura, drogas y periodismo, música y asesinatos: lo mejor y lo peor de Sudáfrica. El gobierno aparthedista lo sabía y era consciente de la influencia y el poder de esta ciudad. Por esto, durante los años 60, Sophiatown fue destruida y su población fue recolocoda. Can Themba fue destinado a Swaziland, donde quedó marginado y apartado. El gobierno afirmó que sus obras eran comunistas y sus libros fueron prohibidos y censurados. Can Themba murió poco después hundido en la miseria, la tristeza y el alcohol.

La historia de este escritor es una más entre los infinitos dramas vitales que ha sufrido este país africano. «The suit» es una historia de amor y venganza, de adulterio y rabia. El marido de la protagonista sorprende a su mujer en la cama con su amante. Este se escapa por la ventana, pero se deja el traje, que a partir de este momento, se convierte en otro personaje más de la obra. El marido se toma una cruel venganza: el traje deberá ser tratado como un invitado, obligando a su mujer a poner la mesa para tres, a salir a pasear con él, bailar con él… sometiéndola a una humillación pública constante. Es una historia universal, sencilla, pero que Peter Brook la lleva a escena de una forma muy elegante. En algunos momentos se permite algún guiño al espectador, cuando los actores bajan hasta las primeras filas e interactúan con el público o cuando invitan a tres o cuatro espectadores a subir a escena.

Peter Brook montó esta obra por primera vez en sus Bouffes de Nord de París en 1999. La ha llevado por todo el mundo y ahora vuelve a Londres (Young Vic). Es el primer montaje que veo de este director, estaba incluso nervioso y me costó entrar al principio. En este montaje se puede reconocer gran parte de su concepción teatral que se explica en su libro clásico «The empty space» (1968), del que estoy a media lectura. La simplicidad, el vacío. «La simplicidad no es un estilo, es simplemente aplicar el sentido común». La escenografía y el vestuario de «The suit» es mínimo y excelente. Una burra de cualquier camerino sirve para representar una parada de autobús, una puerta, una ventana y finalmente un armario. El movimiento escénico de los actores, los gestos que hacen… es como una pequeña masterclass del ideario artístico del maestro. Tres músicos están omnipresentes en el escenario. Tocan juntos y por separado, en posiciones poco ortodoxas, unos sentados, los otros de pie, se mueven mientras tocan y se mezclan con los demás actores. Tocan todo tipo de canciones, desde Schubert hasta populares africanas. La acrtiz Nonhlanhla Kheswa canta de maravilla el clásico «Malaika» de Miriam Makeba, uno de los momentos álgidos de la obra.

Se acaba el World Stages London, el festival que han organizado conjuntamente ocho teatros, reflejando la multiculturalidad y el carácter internacional de la ciudad. Aunque el montaje de Brook es interesante y emocionante en algunos momentos, me quedo con los «Three Kingdoms» de Simon Stephens y su truppe del Este. El verano es sinónimo de festivales y el siguiente es el bienal LIFT (London International Festival of Theatre), con un carácter más independiente. Allí estaremos.

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