Un cerebro compartido

Por fin, teatro

Hace aproximadamente dos meses tuve ocasión de asistir a una obra de teatro extraordinaria. Eso ya dice algo, ¿verdad? Escribo esto siendo consciente de que me olvido de mucho de lo que experimenté, pero aun así, que me esté acordando dos meses después dice y mucho porque, por desgracia, sólo pasa en los extremos: o te ha parecido un despropósito o te ha parecido algo especial. Afortunadamente hablamos de la segunda alternativa. He querido dejar que los recuerdos se asienten para compartir lo vivido desde una evidente subjetividad pero atravesada de la necesaria objetividad que mandan los cánones de la higiene crítica. Se trata de una obra larga, tres horas. ¿Cómo hacer que esas tres horas de espectáculo no cansen? En mi opinión, haciendo un teatro en el que el público esté constantemente presente en la cabeza del director durante la fase de creación y por supuesto con un elenco y una dramaturgia a la altura. Evidente, pensarás, lector, debería serlo, pero pocas veces es así. Para mí, una rara avis esta producción gallega programada por el CDN.

Charlando con el director a la salida entendí por qué sintonicé con la propuesta desde el comienzo. Hasta donde entendí, su trabajo consiste en jugar con las energías que recibe el espectador, en no dejarlo acceder a la memoria que pueda tener de lo que se narra y a seducirnos para re-conocer (volver a conocer) desde lo que ofrecen los intérpretes desde la escena para, finalmente, reconstruir la memoria con una nueva percepción, esto es, transformarnos. No habré escrito veces que esa es la verdadera naturaleza del teatro, su habilidad para transformarnos. Bravo. Hay mucho más detrás de la propuesta, algunos olvidados, pero me interesa hablar de lo que suelo desde esta tribuna, el cómo la neurociencia está entrelazada con la escena para que esta percepción aparezca en el espectador.

Preguntémonos, ¿qué recibe un espectador desde la butaca?, ¿cómo lo hace? y ¿por qué tiene la capacidad de transformar? Las tres preguntas pueden responderse con las neurociencias presentes porque afectan a la percepción. En las tres, como en una ecuación matemática, tenemos constantes y variables. En primer lugar está la constante del texto. Un texto que, con independencia de lo que cuenta, lo hace desde lo que el espectador procesa y conoce, y, por tanto, es un texto cercano que no abre grietas en el puente entre la escena y la platea. Esta dramaturgia acompaña a la buscada transformación. A partir de aquí, y obviando recursos técnicos, están las variables que dan entidad a la propuesta, el trabajo actoral y la dirección. Los personajes que, tanto se abrochan a los intérpretes que los encarnan, como excitan la psicofisiología del receptor, están construidos. Bendita construcción, proceso en el que se reconstruye un modelo que previamente se ha conocido. Ese reconocimiento es la llave para correr el velo detrás del que se esconde el personaje. Parafraseando al director, “cuando esto sucede, el hecho de revelar se convierte en el mapa de todo el juego escénico”. Copiemos lo justo, construyamos el resto y juguemos. El código de trabajo del binomio intérprete-dirección habilita esta construcción y, en esta producción, ese juego escénico está atravesado de cuerpo y ritmo. El vértigo generado las dos primeras horas funciona como un reloj. Como espectadores, ese vértigo nos impele a estar inclinados y no reclinados, a participar, no a consumir, a modificarnos, no a transitar de manera trivial por un texto. La escena es un continuo de acción, acción dramática., de cambio de personajes, de cambio de vestuarios, de cambio de paisaje sonoro, de inclusión de audiovisuales, de cambio de ritmos… vértigo. Este juego escénico es el esqueleto que sostiene esta obra, este teatro lleno de teatralidad que la neurociencia calificaría de sensorial y perceptivo.

El qué hacen y cómo lo hacen está lleno de entender el teatro como un juego con una sólida teoría que lo sostiene. Ese juego nos pega a la butaca y nos embruja. Viva el teatro honesto con t mayúscula, es raro pero, afortunadamente, existe.

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