Foro fugaz

¿Por qué la cultura?

¿En Francia está prohibida la cultura? 

«¡No, para nada!», contestaría cualquier político vinculado con el sector. Es más, añadiría, luchamos para que la vida cultural continúe con más vigor que nunca, cuando termine la epidemia. ¡Cuando termine la pandemia…! 

 

En los hechos los teatros, las salas de concierto, los museos nacionales, óperas y ballets, llevan cerrados casi un año lo cual representa una pérdida incalculable no sólo económica, también de talento y desarrollo. 

Un actor sin teatro, un cantante sin foro, un músico sin sala de conciertos, un bailarín sin representaciones, pueden considerarse que han perdido facultades en el exigente mundo de la escena viviente, ha perdido un tiempo valioso, han perdido vida. Los teatros se han quedado mudos y la posibilidad de que abran se alejan al ritmo de contagios, cepas nuevas y vacunas que no llegan. 

Los administradores de teatros públicos y privados se preguntan las razones de la clausura. Ellos han hechos esfuerzos higiénicos para preservar la salud de actores y público; los museos comparan su hipotética afluencia con las horas pico del metro o con las colas en supermercados, y no encuentran motivos para el encierro. Y no quiero mencionar las escuelas que por facilitar la vida doméstica siguen funcionando. 

Despertamos al 2021 con la esperanza de que la peste hubiera pasado, pero no, el virus sigue aquí. Llevamos casi un año de clausura y encierro sin ver resultados concretos, y los esfuerzos y disciplina de la población parecen estériles, pues el peligro acecha, peor que antes. Hay vacunas, pero su inmunidad aún no nos alcanza y no sabemos si el virus va a evolucionar para volverse más resistente, antes de ser contrarrestado por la vacunación masiva. 

En fin, como público, como ciudadanos acostumbrados al espectáculo viviente, a los conciertos, a los museos, estamos refugiados en nosotros mismos, ¡dura carga! Y la vida en dos dimensiones que proponen las pantallas no nos satisface. Necesitamos el estímulo de las salas de cine repletas, la excitación de un teatro antes de la representación o de la coreografía, la solemnidad de una sala de conciertos, la preciosidad de la antesala de la ópera. Si algo hemos aprendido con el confinamiento es que el contacto humano es fundamental para la cultura. 

Y qué decir de los restoranes, los bistrós, bares y discotecas, parte esencial de la vida social francesa. Todo cerrado, clausurado, cuando es importante el pequeño restorán de barrio en el que hemos de terminar nuestras jornadas, los bistrós que tanta vida dan a las tradicionales calles del centro de las ciudades francesas, nada, toda convivencia queda limitada a nosotros mismos y a nuestros temores.  

A quienes menos mal les ha ido es a las librerías que afortunadamente pueden abrir sus puertas. Así el autor de L’Anomalie, (La Anomalía) Hervé le Tellier, se encuentra muy sorprendido porque su novela, ganadora del Premio Goncourt 2020, se ha vendido en 800 mil ejemplares en menos de tres meses. Al menos hay algún ganador de este encierro.   

No sólo de pan… y sí falta la algarabía del carnaval de la vida. Por eso encontramos grupos de jóvenes que desafían a la pandemia y al toque de queda en las orillas del canal Saint-Martin de París, o del río Sena. ¡Que viva la juventud!

Esta nota es de nostalgia, no una incitación al riesgo: el virus sigue muy activo, circula con nuevas propiedades, y es una ruleta rusa cuando te contagias: según el porcentaje de casos graves uno de cada diez contagiados muere. Pero quisiéramos creer en una próxima normalidad y no constatar que 2021 nació enfermo. 

¡Que vuelva a la vida el la escena viviente, en tres y cuatro dimensiones!

París, enero de 2021

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