Un cerebro compartido

¿Por qué me emociona el teatro y a ti no?

Las ciencias cognitivas nos enseñan cómo la estructura cerebral habilita la producción de ideas, pensamientos y creencias nacidas en algo intangible llamado mente. Estas ciencias que con el nombre de neurociencia cognitiva comenzaron a estudiarse en la década de los 70 del siglo XX tienen un abordaje multidisciplinar donde confluyen enseñanzas científicas y humanistas que procuran definir y entender el binomio formado por el andamiaje físico cerebral y la propia mente.

 

En la confluencia de las neurociencias cognitivas y el mundo de la representación escénica en directo (teatro, circo, danza) estudiamos la puesta en marcha de mecanismos cerebrales, tanto de los intérpretes como de los espectadores, que dan origen a espacios de activación mental de los que emergen procesos de atención, emoción, empatía, comprensión de narración, activación de memoria y expansión cultural. Cada uno de estos procesos de manera independiente, tiene suficiente importancia para que distintos investigadores hayan dedicado sus carreras profesionales a estudiarlos y entenderlos. Tengo fe en que desde este modesto espacio pueda despertar el interés de algún lector por alguno de los procesos anteriores y provocar la búsqueda de más información en la red. En esta ocasión, de entre los conceptos presentados, me apetece hablar sobre la emoción tanto del emisor (intérprete) como la del receptor (espectador). Si has llegado hasta aquí, te pido que pares un instante y trates de responder a la siguiente pregunta: ¿qué es la emoción?… verás que no es sencillo describirla. Como estado fisiológico solo puede afirmarse que está corporeizada, esto es, la sentimos en el cuerpo ya estemos en el escenario o en el patio de butacas y la experimentamos cuando un estímulo supera un valor determinado generando un estado de exaltación.

Michael Gazzaniga, uno de los padres de la neurociencia, afirma al hablar de la emoción que mejora nuestra habilidad para aprender del entorno y aunque no hay consenso sobre qué partes específicas del cerebro (si es que las hay) se activan para distintas emociones, por experiencia propia creo que todos podríamos suscribir sus palabras; piensa en alguna situación concreta de cualquier obra que hayas visto o en la que hayas participado y seguro que encuentras más de una: la recordarás porque estabas sometido a un proceso emotivo que es la llave para que quede en la memoria. Si es cierto que una emoción puede activar circuitos neuronales, lo que nos interesa en las artes escénicas es que su activación genera una modificación anímica en quien la experimenta que ayuda a organizar la cognición sobre lo hecho (intérprete) o experimentado (espectador) y esto tiene una carga subjetiva alta: no hay dos intérpretes/espectadores iguales porque no hay dos personas con las mismas experiencias almacenadas que ayuden a dar forma a lo experimentado. Por tanto, la experiencia teatral de la que somos partícipes será siempre distinta; no hay una obra para un número de espectadores sino una relación unívoca entre la obra y cada espectador o dicho de otra forma, se hace teatro para una multitud de individualidades,  y es en esta realidad que a mí puede emocionarme algo que a ti no. Puede ser la manera de narrar o recitar un verso, la mirada del intérprete, su acción, el espacio sonoro que acompaña la dramaturgia escénica, la iluminación o los silencios, algún estímulo disparará nuestra emoción y no lo hará en el vecino de butaca.

Este tipo de reacciones son involuntarias en el espectador y en el buen intérprete que creyéndoselo, nos haga creer que es la primera y única vez que transita por lo que está sucediendo en escena. Hay una ingente cantidad de información disponible para ser analizada que transcurre en el cerebro compartido del intérprete/espectador durante la representación, información de procesado inconsciente que ocurre bajo la superficie de la mente consciente. Para hacernos una idea, los que estudian la relación consciencia/inconsciencia del cerebro hablan de un porcentaje cercano al 95% de activación cerebral no consciente, frente a un escaso 5% de conocimiento consciente. La tecnología de imagen cerebral que estudia estas activaciones permite saber lo lejos que un estímulo viaja dentro del cerebro de manera inconsciente así como el lugar en el que se detiene facilitando los datos para poder extraer patrones de actividad neuronal asociados a las emociones. Desgraciadamente, estas tecnologías no son válidas en el entorno teatral que exige una captación de datos en el momento en el que estos son emitidos/percibidos. La tecnología de fMRI (resonancia magnética funcional) que es la más habitual, exige que el espectador esté en el interior de un escáner visualizando una pantalla, con lo que se rompe la primera y esencial regla del teatro: la presencia simultánea de intérprete y espectador.

La neurociencia afectiva que es la encargada de tratar de manera exclusiva la emoción ha sido estudiada por numerosos científicos entre los que destaca J.A. Panksepp, quien define su trabajo como la búsqueda del entendimiento de las bases neuronales en los procesos afectivos y sociales que comprende niveles conductuales, morales y neurales. Traducido al entorno escénico sería la búsqueda del entendimiento de las bases neuronales que disparan procesos afectivos y sociales durante la representación y relativos a ésta en intérpretes y espectadores y cuyos resultados generan conductas y define formas de pensar. Recientemente, Garcés y Finkel han publicado una nueva aproximación a las emociones redefiniéndolas como sistemas de optimización del funcionamiento cerebral que facilitan la aparición de marcos personales e intransferibles desde los que explicar qué nos pasa y cómo procesamos lo que experimentamos para concluir que algo que a mí me emociona a ti se te pueda pasar por alto. Dejemos que los que saben sigan investigando mientras nosotros y el teatro seamos laboratorios vivos donde constatar que la emoción forma parte de nuestro ADN.

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