Rebel delirium

Rebel Delirium

El Masnou es un pequeño pueblo de costa al norte de Barcelona. La primera línea de mar, sus terrazas, el puerto marítimo y la playa son refugio en verano para muchos barceloneses que huyen del sofocante calor de la ciudad. El Masnou, como tantos otros pueblos del Maresme, se empina enseguida si uno se aleja de la playa en dirección al interior. El entramado de calles se vuelve más anárquico y las casas, esconden pequeños jardines rústicos y huertos caseros improvisados. En una de estas casitas vive Iago Pericot. Y en frente, su hermano, Jordi. A ambos les conocí hace unos meses con motivo de unas jornadas que se organizaron en la Universidad de Barcelona para celebrar los 50 años de la Escuela de Arte Dramático Adrià Gual (EADAG), una aventura teatral en pleno franquismo, fundada por Ricard Salvat y Maria Aurèlia Capmany, y que tuvo en la Cúpula del Coliseum su escenario más emblemático.

Hablaremos aquí del hermano mayor, de Iago. Recuperar la ronda escénica de Maria-José Ragué del pasado mes de septiembre en Artez, servirá para quien quiera conocer algunos datos biográficos y profesionales del personaje. Ragué se preguntaba, ¿conocen los jóvenes gestores culturales a Iago Pericot? Por suerte puedo decir que ahora sí, que por lo menos un poco, y que es un creador libre como la copa de un pino.

Según dice Pericot, «desplazar el hecho escénico fuera del edificio teatral ha sido una obsesión que he tenido toda mi vida». Y añade, que esto ha tenido una relación directa con el momento político que se vivía en aquel entonces. Con el franquismo todo estaba prohibido, con lo cual había que buscar espacios fuera de lo oficial. Un día, pocos años después de la muerte del dictador, Iago Pericot y Sergi Mateu se hicieron con los planos del metro de Barcelona y empezaron a caminar siguiendo las vías de los trenes. Les paró un trabajador del metro que rondaba por ahí, y a la pregunta de qué hacían, ellos contestaron: buscamos un sitio que sirva de teatro. Aquel hombre, con buen criterio, activó rápidamente la alarma, puesto que vio que esos dos estaban un poco chalados, y les llevó a su superior. Habían localizado una estación de metro perfecta, nueva, y que aún no tenía vías. Les costó un año convencer a los responsables (jefes de estación, bomberos, autoridades, etc.) para que les dejaran montar un espectáculo allí. Al final lo consiguieron, y así nació «Rebel Delirium», un montaje que se representó durante dos meses con lleno cada día, justo debajo de la plaza Universidad. Pericot recuerda que, a veces, a media representación, empezaba a entrar gente corriendo para arriba y para abajo y el andén quedaba lleno. Eran los manifestantes que huían de la policía en alguna de las muchas protestas que había en aquellos primeros años de libertad. Cuando pasaba esto, paraban la escena, y esperaban a que se calmara todo otra vez. La obra representaba un juicio a la homosexualidad, en el que el público tenía que votar. Siempre resultaban inocentes y Pericot deseaba comprobar si algún día salían culpables para, de este modo, fomentar el debate entre los asistentes.

«La mayoría del teatro que he hecho», dice Pericot, «no se podría hacer ahora». La rigidez de muchos responsables es demasiado fuerte para que creadores de calibre parecido puedan proponer «otras» experiencias teatrales. Aunque también cabe decir que existen programadores, responsables de salas y productores muy sensibles a propuestas arriesgadas.

La historia de «Rebel Delirium» me emociona y por eso decidí recordarla como título de estas notas teatrales. A Pericot le ha faltado un espectáculo por hacer, aunque él mismo dice que nunca es tarde: una acción en un desierto, donde las luces de los coches iluminen la escena. Hasta tiene localizado ya un pueblo cercano, en los Monegros, que puede ser el centro de operaciones. ¿Alguien se anima?

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