Hoy es el Día del Teatro, para abreviar, una fecha que durante años significó bastante personalmente. Recuerdo cuando en los años ochenta mi artículo en el periódico EGIN acostumbraba a ser para señalar que, desgraciadamente, no se podría leer el mensaje internacional en ningún teatro vasco porque había muy poca programación y concentrada en el fin de semana. Más adelante, en la frontera de los dos siglos, como director de la revista ARTEZ, nos impusimos ser los primeros en transmitir el mensaje anual y se puede comprobar en el histórico del ITI, como casi siempre aparecía nuestra traducción al castellano y siempre al euskera. Se añadieron otros días del teatro para niños y niñas y el de títeres y el de Danza, que es este mes que entra.
Por razones que no sé explicar, la tensión que nos producía el encontrar el Mensaje a tiempo, traducirlo, publicarlo, difundirlo se fue rebajando. Digamos que la UNESCO en general ha ido bajando su intensidad, su capacidad de convocatoria, su influencia en las vidas culturales de los países que la sostienen. Eso ha significado que este Día se mantenga dentro de una coherencia institucional, pero ha sido colonizado por los mercachifles, por los oportunistas, por quienes no tratan adecuadamente durante el resto del año las Artes Escénicas. Por eso, respetando a quienes escriben los menajes, en demasiadas ocasiones personas desconocidas por venir de lugares poco focalizados por la atención internacional, nos arropan, nos infunden añoranza, nos colocan en esos tópicos imprescindibles para que se pueda entender la existencia de este Día, para que la Humanidad entienda lo que es el Teatro, más allá de las contingencias y las circunstancias.
Pues en la memoria personal me queda una correspondencia con Augusto Boal sobre unos matices en la traducción, los lugares en donde en las últimas décadas he celebrado este día y he escuchado en los escenarios el Mensaje, acordándome ahora mismo, que hubo un tiempo en donde, además del mensaje mundial, existía uno local, es decir que cada país podía añadir uno que reflejara sus circunstancias.
Este año he pasado el sábado 24 en Almagro, en un acto de celebración de este Día que es hoy con la actuación de Hernán Gené y su espectáculo recién estrenado «A.K.A Hamlet» que habla, precisamente, sobre la vida, los sueños, de una persona, de un actor. Lo organizaba el CELCIT, es decir Luis Molina, ese hombre octagenario que sigue siendo un ciclón de compromiso y entrega al Teatro, pero además desde unas perspectivas que escapan de lo vulgar, que se inscriben en lo que desde la segunda guerra mundial, en Europa, en América, en muchas partes del mundo, se ha pretendido convertirte este noble arte, en algo que acompañe a la ciudadanía en sus sueños, en sus deseos, en su memoria histórica y cultural. Y en este camino donde han irrumpido elementos concurrentes que se apropian de la hegemonía en contar historias como la televisión, el cine, las series, las redes sociales, todos los medios y formatos recientes, mantener la necesidad de recordar la esencia, lo fundamental, lo que hace a las Artes Escénicas algo único y fuera de la mercantilización, es una obligación para algunos ingenuos que pensamos que insistiendo en el mensaje de rigor lograremos parar el tsunami de vulgaridad, descrédito y desorientación institucional que algunos detectamos de manea demasiado habitual.
Por eso, hoy que voy a empezar el día de jurado de uno de esos premios que se otorgan por instituciones, agrupaciones u organizaciones populares, no asistiré a esos premios que no quiero mencionar porque tampoco quiero ser el amargado, porque de alguna manera y de manera irresponsable soy de los que pienso que vengan muchos premios, pero que todos no son iguales ni responden a los mismos intereses, por lo que se recomienda se fijen en sus objetivos evidentes, en su composición, en el truco que tapan, en la farsa, en lo que se apartan de unas elecciones democráticas y profesionales limpias para las listas de candidatos y los premiados, algunos de los cuales los podemos decir porque están cantados.
Yo me recuerdo en días como hoy de todos aquellos autores, de todas las actrices y directoras, de las personas dedicadas a crear espacios escénicos, sonoros o luminotécnicos, a quienes se dedican a la producción y a ese tormento silencioso que es la distribución, a quienes programan desde lo público con criterio y desde lo privado también con criterios, pero diferentes, de los acomodadores y taquilleras como funciones en extinción, todos los técnicos que son imprescindibles e irremplazables porque hacen posible cada representación, a las periodistas, analistas, tertulianos de los medios generalistas o especializados que lo difunden y a todos aquellos que en esta urgencia me olvido.
Y, sobre todo, recordar que se dedica el mismo tiempo, la misma ilusión, exacta profesionalidad para que al final la obra, el espectáculo sea excelente, medianamente pasable, un fallo o mediocre. Ya que toda opinión sobre el trabajo de los demás es subjetivo y alguien como yo que llevo más de media vida opinando, criticando, a analizando, lo digo con un conocimiento de causa que me avala para aplaudir a todas las personas que, a cualquier edad, desde cualquier circunstancia dedica varias horas, días, semanas, meses o años de su vida a hacer teatro y a ver teatro. A esos seres sin identificar que se llaman espectadoras en primer lugar. Y al resto de personas que van a perpetuar las artes escénicas como una expresión imprescindible para la existencia del ser humano socializado y capaz de vivir fuera de la realidad burocrática.
A todas, feliz día. Y os juro que este que tanto os sermonea, mañana, seguirá haciendo lo mismo o parecido, editando libros sobre las Artes Escénicas, dotando de contenido a www.artezblai.com y ARTEZ, periódico digital y revista especializados en Artes Escénicas, intentando tapar las vías de agua económica de la librería Yorick, tratando con actrices, directoras, dramaturgos, periodistas especializados y alguna persona que es espectadora, lo más importante.
Salud y Teatro.
