Críticas de espectáculos

Del mito a la carne

El espectáculo «Electra» es una versión contemporánea del dramaturgo madrileño Eduardo Galán Font, construida a partir de los textos de Sófocles y Eurípides, con dirección del argentino Lautaro Perotti. Se trata de una coproducción de la compañía Secuencia 3 y del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Es el sexto montaje de la 71ª edición del certamen, representado en el Teatro Romano.

La tragedia de «Electra» representa uno de los núcleos más intensos y complejos del pensamiento trágico griego: la justicia, la venganza y el conflicto entre los vínculos familiares y la ley moral. El asesinato de Agamenón a manos de su esposa Clitemnestra y su amante Egisto desata una cadena de violencia que halla su clímax en la decisión de Electra y su hermano Orestes de ejecutar la venganza, asesinando a su propia madre. Esta acción, profundamente perturbadora, no se presenta simplemente como un ajuste de cuentas, sino como una lucha por restablecer un orden quebrado por el crimen original: el sacrificio de Ifigenia y, luego, el parricidio.

Lo interesante del episodio es cómo ha sido abordado por los tres grandes trágicos griegos: Esquilo, Sófocles y Eurípides. Cada uno proyecta no solo una estética teatral distinta, sino una cosmovisión que refleja la evolución del pensamiento griego. En Esquilo («Las Coéforas»), la tragedia se tiñe de un tono ritual y solemne; el coro actúa como un instrumento de la justicia divina, y la venganza se presenta como un deber sagrado que perpetúa el ciclo de sangre. En Sófocles, los personajes parecen abstraídos en su propio destino, casi petrificados por el peso de la tradición y del deber heroico. En Eurípides, sin embargo, se da un giro decisivo: los personajes ya no son héroes o símbolos, sino seres humanos, profundamente ambivalentes, desgarrados entre el deber y el sentimiento, capaces de errar y de reflexionar sobre sus propias acciones.

Esta evolución revela mucho más que un cambio estilístico: muestra cómo el teatro fue el espacio donde Grecia discutió su propia transformación cultural. Electra, como figura femenina activa en un mundo masculino de violencia y poder, encarna esa tensión entre lo arcaico y lo moderno, entre la sangre y la conciencia. Así, la tragedia de Electra no solo sobrevive por su valor dramático, sino porque nos enfrenta con preguntas que siguen siendo urgentes: ¿es justa la venganza?, ¿cuál es el precio de la justicia?, ¿hasta dónde podemos romper los lazos familiares por un ideal?

«Electra» ha sido representada en varias ocasiones a lo largo de la historia del Festival, destacando especialmente dos montajes: el de la compañía extremeña Aran Dramática, con versión de Fermín Cabal e interpretación de María Luisa Borruel en el papel de Electra en 1997; y el de la compañía Pentación, con versión de Vicente Molina Foix y la actuación de Ana Belén en 2012.

La «Electra» de Eduardo Galán asume el desafío de actualizar la tragedia griega sin traicionar su esencia. Con una dramaturgia ágil y directa, desplaza el discurso del deber moral hacia la emoción vivida: se habla desde la herida, no desde el juicio. Electra y Orestes no solo son huérfanos de padres, sino del afecto, víctimas de una guerra que ha hecho estallar los vínculos.

Galán despoja al mito de solemnidades y lo acerca a lo humano. Su «Electra» canta, baila, zapatea su dolor con la fuerza telúrica del cante jondo. Aquí es andaluza, visceral, racial: no busca redención, sino comprensión. La fusión entre textos clásicos y relectura contemporánea privilegia la claridad emocional, lo que permite una conexión inmediata, aunque a veces diluye la complejidad moral en explicaciones demasiado evidentes.

El flamenco y el tango actúan como subtexto emocional: expresando pérdida, resistencia y fatalismo. Galán no ofrece respuestas, sino una pregunta que arde: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a destruir para defender lo que creemos justo? Esta «Electra» renueva el mito desde la emoción, la cercanía y la urgencia ética del presente.

Escena de Electra(1)
Escena de Electra

La puesta en escena de Lauro Perotti es austera, pero profundamente simbólica: logra que el mito antiguo dialogue con la sensibilidad actual. En el centro —literal y metafóricamente—, un enorme piano de cola preside el escenario: altar, tumba y hogar. Lejos de ser mero decorado, se convierte en protagonista sonoro. Interpretado por Nacho Machi (quien también da vida a un Pílades silencioso y magnético), el piano no acompaña: late, hiere, arrastra. Es la escenografía de Ikerme Jiménez, iluminada con precisión por Nicolás Fischtel.

La música de Enrico Barbaro —flamenco, tango y otras sonoridades que oscilan entre el consuelo y la amenaza— se convierte en un lenguaje dramático. No embellece: duele. No interrumpe: encarna. En especial el flamenco, lejos del folclore, se despliega como una forma expresiva del cuerpo. El vestuario, también de Jiménez, funde referencias clásicas con lo andaluz sin caer en lo pintoresco, aunque algunas estridencias —como ciertos personajes masculinos en calzoncillos— rozan el ridículo. El movimiento escénico, en cambio, es preciso, expresivo y bien integrado. Perotti no embalsama la tragedia: la resucita. Con muy poco, logra mucho. Y en ese poco hay hondura, emoción y una apuesta por una Electra que suena, que quema, que recuerda. Un montaje que no reconstruye ruinas: las hace cantar.

En la interpretación Perotti se apoya en un elenco entregado que no representa el trauma: lo respira. Cada actor encarna un fragmento del derrumbe de la familia de los Atridas, en una tragedia coral y palpitante.

María León, debutante en el Festival, es el centro y motor del montaje. Su Electra visceral no pide compasión, sino justicia. Su potencia conmueve y arrastra, aunque por momentos bordea el exceso y la saturación. Su interpretación se resiente cuando canta, baila y zapatea su rabia con un flamenco que, aunque nace de la herida, a veces desborda la medida dramática. Santi Marín, como Orestes, transmite con contención física la lucha entre el mandato y la culpa. Elisa Matilla, aporta una presencia escénica imponente y una complejidad emocional que humaniza al personaje.

La extremeña Pepa Gracia, conocedora del Teatro Romano por notables trabajos anteriores, destaca aportando cordura y resignación desde su Crisótemis, sin caer en el estereotipo. Patxi Freytez, como Agamenón, encarna el desconcierto del que regresa a un hogar irreconocible, y Alejandro Bruni, en un Egisto más cínico que tirano, administra el poder con el nervio de quien sabe que todo puede venirse abajo. En fin, todo un elenco sólido que da cuerpo, voz y verdad a una tragedia que, gracias a ellos, no se declama: se vive.
El espectáculo arrancó aplausos cálidos pero breves por parte de los poco más de dos mil espectadores asistentes.

Mostrar más

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba